𝐈𝐈

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𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐀𝐍𝐃𝐒

¿Qué le sucede al corazón del hijo de Adan cuando esté muere?

Guillermo se revolvía en la cama, atormentado por una pregunta que le carcomía el alma.

A sus veintiséis años, parecía sufrir una crisis existencial propia de la adolescencia, aunque había dejado atrás los días de pubertad. Miró el despertador por octava vez esa noche, solo para constatar que ya eran las tres de la mañana, la hora del diablo, como solían decir en su país.

Un gesto de desagrado se dibujó en su rostro al notar la hora tardía. No era dado a trasnochar ni a sufrir de insomnio; por lo general, respetaba rigurosamente su horario de sueño y solía estar cansado después de las nueve. Sin embargo, cuando por alguna razón no conseguía conciliar el sueño, su frustración era palpable.

Se volteó en la cama y sintió la cobija trabarse en algo. Recordó al instante que Leo se había negado a marcharse cuando volvieron, argumentando que estaba demasiado ebrio y sería peligroso dejarlo solo. Aunque Guillermo intentó convencerlo de que vivían en un vecindario tranquilo donde rara vez sucedía algo, Leo persistió en su decisión.

Si te llega a pasar algo, me mataría —le había dicho Leo. Pero Guillermo sabía que no era cierto; si algo le sucedía, Messi definitivamente enloquecería.

Se llevó ambas manos a la cabeza, masajeándola levemente mientras intentaba encontrar una solución para conciliar el sueño. No se sentía mal por el alcohol, ni le dolía nada; todo era tan extraño...

Reflexionó sobre las palabras de De Paul y se regañó internamente al darse cuenta de que su problema para dormir seguramente se debía a la estupidez en la que se había dejado envolver. Aún no comprendía cómo alguien como Rodrigo, que había ido a la universidad, pudiera creer en eso.

Unos brazos se enroscaron alrededor de su cintura, ascendiendo por su espalda y pecho, provocando un sobresalto en Guillermo.

—¿Estás bien? —preguntó con una sonrisa traviesa— ¿O estoy frío?

El omega negó, sintiendo el calor del alfa contra su piel.

—¿No puedes dormir? —Messi se acercó al cuello desprotegido del joven, inhalando profundamente el aroma a nueces garapiñadas que emanaba su novio—. Yo puedo ayudarte a relajarte un poco.

Guillermo asintió levemente, concediendo permiso a los deseos del alfa. En respuesta, Messi comenzó a marcar su piel con mordiscos suaves, intercalando caricias de su cálida lengua sobre las marcas. Con cuidado, separó las piernas del joven y luego deslizó sus shorts de pijama hacia abajo.

Leo exploró con suaves caricias la piel del menor, desde sus pezones hasta llegar a su entrepierna, con la intención de llevarlo al límite, hasta donde ya no pudiera resistir y solo obedeciera cada una de sus órdenes.

—Maldita sea —exclamó, apretando y tirando con fuerza del cabello del menor al penetrarlo de un solo golpe, sin titubear—. Ah...

El alfa comenzó a moverse dentro del cálido y estrecho interior del omega, conteniendo sus instintos mientras su animal interior gruñía insatisfecho; solo sentir al omega hacía que su sentido común se desvaneciera.

—¡No!

Un grito agudo resonó en sus oídos de repente, haciendo que jadease en busca de aire. Sacudió la cabeza para alejar ese sentimiento de incomodidad naciente, pero solo logró que se intensificara, como si cada movimiento de su novio le trajera a la mente un recuerdo borroso que no recordaba tener.

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