Lavado de cerebro

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Mirta recordaba pálida aquellos días en su celda. Ella podía recordar todo, cada detalle en absoluto. Las paredes de la celda y de los pasillos del ala B eran descoloridos y fríos, algunas veces se escuchaba una gotera que caía sola en el suelo de noche.

Eso sin mencionar los pasos firmes de las oficiales junto con las raras, bizarras condenadas en ese sitio. Algunas veces se escuchaban llantos seguídos de golpes duros, otras veces llantos, algun otro momento se escuchaban respiraciones sufridas que se aferraban a la vida.

Era un horror constante ser una persona enviada a esta ala ya que el frío de la celda era extremo, la soledad quebraba almas, el paisaje que se podía ver por pequeños agujeros en la pared solo era de un bosque de arboles muertos, secos y negros.

Mirta poco a poco se diluia con el sitio en el que estaba, su voluntad iba cambiando, de una joven rebelde a una masa suave, débil y sumisa que lo máximo que podía hacer es contestar con buena voz y manera una frase monotona y apagada "Si señora".

Cada día Mirta abria los ojos para ver la celda fría y solitaria que le había tocado, seguida de un chapuzón agresivo de agua que le llegaba de una manguera colgada al techo que mojaba la habitación entera, no pasaba ni diez minutos de las cinco de la mañana y Mirta ya estaba despierta y empapada por el chorro de agua helada que le había caído.

Las mañanas eran basicamente tortura seguidas de más tortura para las chicas, ellas iban y se sentaban en el comedor donde una guardia les colocaba a cada una un collar negro con puas dentro que comían las carnes gordas de sus cuellos.

El sistema del collar era simple, eficaz, barato y aterrador a la vez, consistía de un collar de cuero negro con el nombre de la reclusa en una placa de metal, dentro del collar había espinas de metal gruesas, todo se armaba en conjunto con una cadena de metal de dieciocho centímetros que colgaba del collar de cada una de ellas.

Una oficial al querer accionar el collar tenía que hacer lo siguiente:

Con su bota de cuero tenía que pisar la espalda de la reclusa para que no se moviese, luego dependiendo de los gustos malvados de la oficial jalaría el collar lento y despacio o rápido y violento, de todas maneras esto hacia que las puas de metal del collar comieran el cuello de las internas o reclusas haciendo que sangren y sientan un dolor unico y fuerte mientras veian y sentian dominancia por la oficial.

Muchas luego de años dentro, tenían cicatrices que las llamaban "la sonrisa de la comida" donde se formaba una linea en el cuello similar a una sonrisa pero era la cicatriz de las puas de metal que comían a diario los cuellos de las prisioneras, el dolor era uno de los principales lavados de cerebro para que la chica pensara en "estar más flaca, delgada, ser un éxito para la sociedad en general" como postulaban en el credo de esa prisión 

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⏰ Última actualización: Feb 27, 2023 ⏰

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