Observó la escena del crimen desde cierta distancia. El ser un miembro importante de la comunidad no le convertía en policía ni le facultaba para entrar en esa casa. Había seguido los coches de policía y el tumulto tras darle las cartas al jefe y ahí estaba, frente a la casa de Sonia. Se quedó de pie, ahí quieto, sopesando hasta qué punto podían ser sus cartas tan parecidas a la nota que había aparecido junto al cuerpo de aquella dulce mujer.
Observó cómo Ricardo se acercaba hasta él, con los ojos empapados y varios pañuelos en las manos.
— ¡Padre, la han matado! ¡Alguien ha matado a mi Sonia! — exclamó el hombre, derrumbándose en su hombro y abrazándole buscando el consuelo que solo un hombre de Dios podía ofrecer a un alma atormentada por una pérdida tan reciente e incomprensible.
— Tranquilo, Ricky. Sabes que me tienes aquí para lo que necesites —respondió mientras hacía un gesto a Daniel para que no se acercarse. Le había visto salir de la casa mirando en derredor como un loco y tranquilizándose al ver que no había perdido al marido de la víctima. Esperaba que no le considerase el principal sospechoso puesto que no creía en absoluto que aquel hombre pudiese matar a su esposa a sangre fría. De momento, solo quería que el pobre esposo pudiese llorar la pérdida de su mujer sin tener a alguien haciéndole una retahíla de preguntas.
— ¿Qué hace aquí, Don Mario? —preguntó el jefe de policía una vez que el afligido Ricky se hubo calmado un poco y se apartó para sentarse en el pequeño bordillo de la acera frente a la casa.
— No puedes esperar que, tras presentarte en mi casa exigiendo las cartas y diciéndome que habían matado a Sonia, me quedase tan tranquilo en mi salón, desayunando —respondió el sacerdote sintiendo la incipiente punzada de malestar. No quería enfadarse, pero no se lo estaban poniendo fácil. La situación no era sencilla en absoluto y no mejoraba si no le permitían hacer su trabajo: consolar al afligido.
— Lo que no quiero es que se meta en medio de mi investigación. No puede hablar con un sospechoso antes que la propia policía —le reprendió Daniel.
— No hablaba con él. Solo le daba consuelo. Además, te recuerdo que yo también estoy implicado. He recibido dos cartas de ese asesino en mi propia casa —le recordó el cura con voz algo más dura que antes. No iba a permitir que le apartasen de sus feligreses ni que le ninguneasen.
— Sí, lo sé bien. Y por eso quiero hablar con usted sobre el tema, pero no aquí. Tengo que procesar toda la escena del crimen con mis compañeros y llevar a Sonia a la morgue, en la ciudad, para la autopsia. Pero después, en dos horas, me gustaría que hablásemos en el cuartel —solicitó el jefe de policía.
— Delo por hecho —concluyó Mario antes de alejarse de la vivienda.
Sin embargo, se quedó en las inmediaciones observando. Revisó a cada una de las personas que se encontraban hablando y comentando los hechos para ver si alguna de ellas podía tener aspecto de asesino. Pero los conocía a la mayoría y no creía que ninguno pudiese ser capaz de tales atrocidades. Esperó hasta que vio salir al jefe de policía acompañando una camilla en la que se llevaban el cuerpo de Sonia, tapado con un plástico blanco. No quiso acercarse a ningún grupillo para entablar conversación y se mantuvo a distancia, no estaba de humor para dar palabras de apoyo o responder preguntas de sus parroquianos.
Mientras aguardaba la hora en la que había quedado con Daniel en el cuartel se fue a sentar a uno de los bancos de su pequeña iglesia. Estaba solo, aunque solo se percató de ese hecho cuando un ruido exterior le sobresaltó. Tras las cartas amenazadoras y el asesinato, quizá no era buena idea estar tan solo en un lugar abierto a todos.
Llegó al cuartel a la hora indicada, sin embargo, tuvo que esperar otra hora más a que llegase el jefe. Al parecer se había retrasado haciendo todo el papeleo en la morgue. Pero, una vez hubo llegado, le hizo pasar a su pequeño despacho. Le veía agotado, seguramente debido a que no debía haber dormido mucho antes del aviso, más todo el ajetreo y papeleo de ese día. No era nada habitual que asesinasen a alguien en el pueblo. Él mismo estaba sorprendido de los acontecimientos tras diez años destinado allí como sacerdote.
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El Hombre de Negro
Romance--Serie Clerimen I-- Mario es un sencillo sacerdote de pueblo al que un loco convierte en el centro de sus problemas, comenzando a amenazarle y a asesinar vecinos para hacerle daño. Valeria, una inspectora de homicidios, es enviada al pueblo a atrap...