La furia parecía que iba a derretirle por dentro. Quemaba y le hacía querer gritar o, peor, matar. Cuando había encendido el ordenador, unos minutos antes, no esperaba ver lo que había visto. No hacía mucho que había logrado entrar y colocar una cámara en el salón de ese sacerdote de pacotilla. En cuanto llegaba a casa, encendía el ordenador y descargaba las grabaciones para dejar el espacio disponible en la pequeña memoria interna de la cámara y que pudiese seguir grabando a ese farsante. Hasta ese momento, todo lo que había observado de ese cura y la inspectora, era aburrido. Trabajaban hasta tarde, salían a correr y poco más. Tenía que haber colocado una cámara que también recogiera el audio, pero eran muy caras y difíciles de comprar sin levantar sospechas. Las cámaras de seguridad eran habituales para proteger viviendas de forma independiente, sin embargo, no llevaban audio.
Era improbable que llegaran hasta él y que le investigaran su historial de búsquedas, pero, no estaba de más cubrirse las espaldas. Aunque desde que puso la cámara, se había arrepentido de no arriesgarse y cogerla con audio para enterarse de todo.
Mientras desayunaba, veía las grabaciones de la noche. Cuando llegaba a casa a comer, veía las de la mañana y por la noche se ponía las de la tarde. Así veía todo. Sin embargo, ese día se había entretenido tomando algo en el bar y cenando con los compañeros del trabajo y había llegado muy tarde. Igualmente se descargó las imágenes y, en la cama, con calma y para ir cogiendo sueño, empezó a verlas. Y ahí estaba, ese hombre que se hacía pasar por sacerdote besando y manoseando a la inspectora.
Al comienzo, la sorpresa le dejó paralizado, sin llegar a comprender que ese material era de calidad. Era la prueba que necesitaba para probar a todos y a sí mismo, que tenía razón sobre el sacerdote y no era un santo. Era un pecador más, un degenerado que se iba acostando con las mujeres a las que tenía acceso. Eso confirmaba sus sospechas. Se había aprovechado de su posición como sacerdote y confesor para acercase a su querida mujer, seducirla y convencerla para que le abandonara. Pero no quedaría así. Usaría esas imágenes para hacerle enloquecer, para que fuese expiando su culpa hasta que pudiese matarle con sus propias manos. Aún no sabía cómo iba a tener acceso a él. Si no estaba bajo la protección de la inspectora, estaba rodeado de feligreses. Tenía que reconocer que se lo estaba poniendo difícil y que el curita se estaba protegiendo bien.
Se quedó visualizando la grabación hasta que los vio subir la escalera. Había sido una desconcertante sorpresa haberle visto practicar sexo con ella de principio a fin. Jamás pensó el día que puso la cámara que tendría tanta suerte como para grabar eso. Se quedó un rato tumbado en la cama, tan excitado por lo que había visto como por las expectativas que había creado en su mente. No podía dormirse con la mente y el cuerpo tan activos. Tenía que preparar ya mismo todo lo que necesitaba, lo dejaría listo y, después, podría dormir como un bebé.
Se levantó de la cama con el ordenador en la mano y fue al salón para encender la impresora. Le habría gustado hacerlo de forma más profesional, pero no podía ir a la copistería del pueblo y pedirles que le imprimiesen unas imágenes tan comprometidas. Y no solo para el sacerdote y la inspectora, sino también para él mismo puesto que dejaría patente que no las había conseguido de forma lícita. Podría ir a la ciudad a hacerlo, posiblemente allí no mirarían ni lo que imprimían, pero le ocuparía un tiempo precioso que no tenía. No podía levantar ninguna sospecha sobre sí mismo por lo que debía continuar yendo al trabajo y, de paso, poner el oído a todo lo que hacían y decían esos dos para asegurarse de no que se acercaban a él. Hasta el momento, sabía que estaban investigando a todos los varones, descartándoles uno a uno. La verdad era que la mayoría del pueblo era ya consciente de ese hecho puesto que no habían sido muy discretos en sus preguntas, aunque todos estaban contentos de cooperar y contestar cada pregunta que les hacían.
El problema radicaba en que algún día reducirían esa lista tanto que él sería el candidato obvio y no podía permitir que ocurriese tal cosa. Debía acabar el trabajo antes de que llegasen a la conclusión de que él era el asesino. La muerte de Juan había sido una chapuza y lo admitía. No había dejado huellas, pero era consciente de que les había dicho que era un hombre. A Sonia podría haberla matado una mujer y, si hubiese podido matar a María, continuarían creyéndolo. Sin embargo, María no había estado en casa y sí su marido. Un hombre demasiado alto y fornido como para que una mujer pudiese matarlo fácilmente.
También les había dejado demasiado claro que no era un pueblerino tonto, sino que tenía inteligencia. Aunque todavía no les había dado suficientes pistas para que le encontraran. Terminaría con lo que tenía que hacer y desaparecería. Ya tenía el plan de huida listo. Una maleta con la ropa más necesaria, otra con las posibles pruebas y una billetera llena de dinero en metálico y dos billetes de tren. Mirarían primero los vuelos, eso le daría más margen puesto que barajarían coche y avión como primeras opciones. Estaría fuera del país en pocas horas y, una vez fuera, compraría un billete de avión a algún país sin extradición.
Pero eso sería más adelante, cuando terminase su trabajo aquí. Revisó de nuevo la grabación, buscando las mejores imágenes del sacerdote acostándose con la inspectora. Congeló la imagen en un momento que le pareció bonito donde se les veía besándose apasionadamente mientras él la tenía cogida en sus brazos. En el fondo era un romántico. Retomó la grabación y la volvió a parar en el momento post coito, cuando él se encontraba sobre ella, tumbado, mientras la inspectora le acariciaba la espalda. Los dos desnudos salvo porque el cura llevaba los calzoncillos por la mitad de las piernas.
Le enervó de nuevo pensar en ese sacerdote haciendo lo mismo con su bella esposa. Si lo había hecho con la inspectora, tenía claro que también se había revolcado con más mujeres. Solo consiguió salvar su orgullo lo rápido del encuentro. Quizá por ese motivo su esposa se había marchado del pueblo. Le habían convencido para no estar con él y el sacerdote no la satisfacía en la cama por lo que no tenía motivos para continuar allí. En cuanto se deshiciera de ese inconveniente y de aquellos que la habían puesto en su contra, iría por ella y vería que no había motivos para estar separados. Y ya no quedaría nadie que le metiese extraños pensamientos en su linda cabecita.
Dejó impresas a todo color las dos imágenes que había congelado de la grabación, recortó las letras y preparó la siguiente nota. Sabía que encontrarían la cámara a partir de esas fotos, pero no importaba, ya había cumplido su misión. Desconectó la cámara y la desvinculó de su ordenador tras borrar todo rastro de la memoria interna que pudiese relacionarle. No podía estar seguro de haberlo hecho bien, sus conocimientos sobre informática eran limitados, aunque suficientes para permitirle moverse con cierta seguridad. Ahora daba gracias a aquellos tediosos cursos de ciberseguridad que le habían obligado a hacer en el trabajo.
Se fue a la cama contento, con todo hecho. En ese momento, si alguien le veía por la zona a horas tan intempestivas, sería un inconveniente. Pero no tenía prisa. Al día siguiente encontraría el momento perfecto para dejar la carta en el buzón. Sumamente alegre, se quedó dormido. Todo iba mejor de lo esperado.
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El Hombre de Negro
Romance--Serie Clerimen I-- Mario es un sencillo sacerdote de pueblo al que un loco convierte en el centro de sus problemas, comenzando a amenazarle y a asesinar vecinos para hacerle daño. Valeria, una inspectora de homicidios, es enviada al pueblo a atrap...