Epílogo

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Mario recorrió el pasillo central de la catedral a paso ligero mientras su sotana revoloteaba a su alrededor y se enrollaba en sus piernas. Estaba totalmente furioso y necesitaba respuestas o, al menos, echarle la culpa a alguien. Estaba solo en el lugar. A esas horas la catedral ya estaba cerrada al público, sin embargo, él tenía acceso. Se quedó frente al altar, mirando fijamente la cara de Jesucristo tallada en la escultura de madera. No sabía cómo contener su enfado, aunque tampoco pretendía hacerlo. Era una de las ventajas de poder entrar sabiéndose solo.

Se dejó caer de rodillas sobre la fría losa de mármol blanco que decoraba la magnífica edificación del siglo XVI. Recordaba la última vez que se había dejado caer así sobre el suelo, buscando una señal, una guía. De aquello ya habían pasado diez años, pero aún sentía la punzada de dolor cada vez que el rostro de Valeria se paseaba por su mente.

Un nuevo contratiempo había hecho su aparición en el horizonte. Un ciberdelincuente que había logrado entrar en las oficinas de la diócesis y, tras hackear el sistema y saltarse todos sus cortafuegos, se había llevado información muy sensible. Él y su equipo no lo habían visto venir y la seguridad de la Iglesia se había visto comprometida. Ese ladronzuelo había desactivado el sistema de detección de intrusos como si fuese un juego de niños y, a continuación, había accedido al ordenador del cardenal, llevándose el material. Y no solo del país. Al estar unidas las bases de datos, había logrado desencriptar la contraseña y acceder a archivos del Vaticano. Esto había sido el mayor de los desastres y no solo a nivel eclesiástico, sino a nivel internacional. Esos archivos debían ser recuperados y evitar que viesen la luz.

Estaba enfadado por lo ocurrido, sí. Pero ese no era el motivo de su furia. De rodillas, dirigió la mirada a la carta que aún portaba en su mano. Tras un largo debate, habían solicitado ayuda internacional y la respuesta a su petición estaba en esa hoja que sostenía. Entraba en juego la Europol.

— ¿Por qué me haces esto, Dios mío? ¿No he expiado mis pecados lo suficiente como para que me mandes otra prueba? No me hagas esto, por favor —exigió y suplicó a partes iguales, gritando a pleno pulmón en la nave central de la catedral. Sabiendo que no había oídos que pudiesen escuchar su desesperación.

Dejó caer la misiva al suelo sin necesidad de volver a leer unas palabras que ya se sabía de memoria.

"Agente asignado al caso: Valeria Vázquez."

***Para todos los que habéis llegado aquí y que os ha gustado el libro os regalo este extracto como promesa. Creo que Valeria y Mario merecen un reencuentro y, quizá, otro final. Y lo tendrán***

(Si os ha gustado la historia, echadme una manita para que suba en los ránkings y que llegue más gente dándole like a cada capítulo. Graciassss)

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