Capítulo 28

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— Vaya. ¡Mira a quien tenemos aquí! —gruñó Daniel apuntando a Valeria con la pistola mientras se colocaba tras el sacerdote para usarle de escudo humano. Esto se estaba poniendo feo, estaba claro, y eso le preocupaba sobremanera a Mario. Quería ayudarla, pero no tenía claro cómo hacerlo.

— Baja la pistola, Daniel. Estás detenido, ya sabes cómo funciona esto —exigió la inspectora sin dejar de apuntarle con el arma.

— Sí, sé cómo va esto. Yo tengo de rehén a tu amante y, para evitar que le mate, vas a permitir que me marche —dijo el asesino con voz alegre. Su seguridad le cortó la respiración al sacerdote. Estaba seguro de que los mataría a ambos para huir.

— Valeria, deja que se marche —pidió Mario esperando que le hiciese caso. Llevaba un rato hablando con Daniel y sabía que no le temblaría el pulso si debía cumplir su amenaza.

— No puedo dejar que se marche. Es el asesino, debe ir a la cárcel —insistió la inspectora.

— No hace falta que me dejes ir, yo me iré igual tras mataros a los dos. Por cierto, inspectora, me sorprende que esté aquí. ¿Cómo ha podido ir hasta el pueblo y volver tan rápido? —preguntó curioso el jefe de policía. Aunque mientras hacía la pregunta volvía la pistola hacia él y la colocaba sobre su sien mientras le sujetaba para que no se moviese. Le tenía bien atrapado, sin duda. Ese gesto tensó a Valeria. Pudo ver cómo tragaba saliva y apretaba la mandíbula.

— No llegué al pueblo. Tú eras mi segunda opción. Si Ignacio no era el asesino, tú tenías todas las papeletas. Es cierto que todo apuntaba a que era Ignacio, sobre todo cuando no se le encontró en ninguna parte del pueblo. Tenía dudas antes y aumentaron con el paso de las horas. Cuando apareciste aquí antes, diciendo que habían matado a Julia, confirmaste mis sospechas. El pueblo estaba lleno de policías, nadie en su sano juicio mataría cuando está rodeado. Querías quedarte a solas con él —explicó con calma, pero sin bajar en ningún momento la pistola—. Solo me fui para coger cobertura. En pocos minutos de camino tenía una raya de cobertura. Llamé y confirmé que no había ninguna víctima nueva y que todo el pueblo había obedecido la orden de quedarse en casa bajo llave. Les informé y regresé con el coche hasta quedar a cierta distancia. El resto del camino lo he hecho a pie para que no escuchases el motor y ponerte sobre aviso. Los refuerzos deben estar a punto de llegar, no tienes escapatoria. Mi único miedo era no regresar a tiempo para evitar que le mataras, pero sabía que Mario es un hombre inteligente y te ha estado entreteniendo para darme tiempo a volver.

— Maldito cura. ¿Tú sabías que ella iba a regresar antes? —preguntó Daniel apretando el brazo que tenía alrededor de su cuello, haciendo que tuviese problemas para respirar.

— No puede responderte si le aprietas tanto. No le dejas respirar —le advirtió Valeria, logrando que el asesino aflojase el abrazo lo justo para dejarle hablar.

— No lo sabía. Sin embargo, recé porque ella se diese cuenta de que era una trampa y llegase a tiempo de detenerte —explicó Mario y era totalmente cierto. Aunque sabía de las sospechas de la inspectora sobre Daniel, estaba convencido de que las había dejado atrás al pensar que el culpable era Ignacio. También él estaba sorprendido porque ella se hubiese percatado.

— Sí, claro. Intervención divina. Que conveniente para usted, pero que excusa más mala, Padre —dijo enfadado y apretando de nuevo su cuello.

— Dime Daniel, ¿dónde está Ignacio? ¿También le has matado? —preguntó Valeria dando un pequeño paso hacia adelante y quedando algo más cerca de ellos.

— No te muevas, inspectora —amenazó el jefe de policía quitándole el cañón de la sien al párroco para volver a apuntar a Valeria—. Veo que hay cosas que todavía no sabes. Pero no pasa nada, déjame marchar y él te pondrá al día. Esas respuestas las tiene tu curita.

El Hombre de Negro   Donde viven las historias. Descúbrelo ahora