Mario no era capaz de sentir que lo que estaba haciendo estuviese mal. La apretó con fuerza contra sí y ahondó el beso, sintiendo cómo ella gemía y le respondía con el mismo fervor. Aquello tan fuerte que sentía no podía ser algo malo. La sangre le corría por las venas, el pulso se le aceleraba y la respiración se le agitaba.
Bajó la mano, recorriendo su espalda, hasta llegar a las nalgas. Las tocó primero con pudor, pero al ver que ella no retrocedía, agarró con fuerza y apretó esa parte de su cuerpo contra él para sentirla más cerca. Su miembro se encontró acomodado entre sus piernas y creyó que no había sitio mejor para estar que allí. Valeria respondió al beso ardientemente y movió sus caderas contra las suyas, haciendo que fuese él quien gimiese en esa ocasión.
Sintió que se le escapaba el aire cuando se apartó de él. Pensó que iba a rechazarle y le atenazaron los nervios por un segundo. Un eterno lapso de tiempo hasta que la vio sonreír y morderse los labios. Eso le relajó. No se alejaba, solo jugaba con él. Se acercó de nuevo sin perder la sonrisa y, agachándose un poco, saltó. Aquella acción le pilló de improviso, pero supo reaccionar a tiempo y la cogió en brazos. Sus piernas le rodeaban y se entrelazaban por los tobillos en su cintura mientras sus brazos le rodeaban el cuello otra vez. Ahora tenía colocadas sus dos manos en sus nalgas para sostener todo su peso. No pudo evitar reír ante aquella acción improvisada, tan infantil y erótica al mismo tiempo. Sin embargo, sus labios contra los suyos acallaron aquella risa tan eufórica como nerviosa. Porque no tenía claro qué sentía en ese momento. Estaba feliz, por un lado, pero por otro estaba tenso ante lo desconocido. Era consciente de que el sexo era algo totalmente instintivo que no necesitaba de mucho aprendizaje para conocer lo básico, aunque no quería decepcionarla y eso era lo que le alteraba.
— Tranquilo. Relájate —le susurró ella contra el oído con una voz tan suave que le puso los pelos de la nuca de punta—. Yo me haré cargo de todo. Tú solo sígueme.
— Te veo muy segura de que esta vez no me echaré atrás y pararé —respondió con sonrisa torcida, quizá sexy, y mirándola a los ojos, dejándole claro que eso no pasaría. No iba a detenerse.
— Las mujeres tenemos el sentido de la intuición muy desarrollado y me está gritando que, esta vez, has empezado esto sabiendo que no vas a parar —dijo Valeria sonriendo también y mordiéndose de nuevo el labio inferior. Por algún primitivo motivo, ese significativo gesto le excitó aún más.
No le respondió, se limitó a sonreír de nuevo. Eso provocó que ella comenzase a reír, mostrándose eufórica. En ese momento, descruzó las piernas y resbaló hasta quedar de pie sobre el suelo, frente a él. Ya no reía, solo mantenía una sonrisa pícara que parecía una constante en ella, mientras volvía a morderse el labio. Sin embargo, comprendió porqué Valeria prefería estar de pie cuando cogió la sotana entre sus dedos y comenzó a subirla lentamente. Le miraba a los ojos, dándole una oportunidad para que la frenara, aunque Mario se limitó a sonreír también, alzando los brazos para que no se interpusieran en su misión. Tuvo que ayudarla al final ya que él era más alto y ella no llegaba para pasarle la sotana por la cabeza para quitársela.
Dejó caer la negra prenda sobre el brazo del sofá, indolente y descuidadamente. Quedó ante ella con una camiseta interior negra y un bóxer del mismo color. No es que tuviese una norma para vestir de negro entero, pero ese día había coincidido que llevaba todo del mismo color. Aunque la inspectora mantuvo su sonrisa sin mencionarlo. Sintiendo que la ropa que le quedaba le estorbaba, tiró la camiseta al suelo, descuidadamente. Valeria se limitó a recorrer su cuerpo de abajo a arriba hasta llegar a su cara y, mirándole a los ojos, se lamió el labio superior de una forma tan sugerente que se le entrecortó la respiración.
— Es increíble lo que escondes bajo esa sotana. Debería ser pecado que las mujeres nos perdamos esto —comentó Valeria, alzando sus brazos para quitarse la fina blusa que llevaba puesta. El blanco de la prenda, resaltó al caer sobre la sotana negra. Continuó con los pantalones grises, quitándose los zapatos de un puntapié para poder desvestirse. Quedó ante él de pie, sin moverse por unos segundos para dejar que se regodeara en la visión de su cuerpo en ropa interior—. ¿Te gusta lo que ves?
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El Hombre de Negro
Romansa--Serie Clerimen I-- Mario es un sencillo sacerdote de pueblo al que un loco convierte en el centro de sus problemas, comenzando a amenazarle y a asesinar vecinos para hacerle daño. Valeria, una inspectora de homicidios, es enviada al pueblo a atrap...