Esa mañana, cuando salió de su cuarto ya vestido para irse a correr, se llevó una gran sorpresa al encontrar a Valeria esperándole en la cocina también vestida con ropa de deporte. Llevaba unos pantalones cortos negros, típicos de los corredores, y una camiseta amplia amarillo pálido que dejaba ver un top deportivo en amarillo chillón. Todo coronado con unas deportivas en rosa fuerte que parecían bien caras. Nada que ver con su aspecto desaliñado y barato de sus pantalones de outlet, la camiseta propagandística de un taller de coches y unas deportivas a las que le quedaba poco para tener agujeros en las suelas.
Sinceramente, no había recordado sus palabras del día anterior de que iría a correr con él. Lo cierto era que había guardado en lo más profundo de su mente los recuerdos de aquella incómoda conversación, por mucho que esa noche se hubiesen colado en sus sueños provocando que tuviese que poner una lavadora con las sábanas y los calzoncillos.
— Buenos días, Padre. ¿Durmió usted bien? —le preguntó Valeria desde la puerta dirigiéndole una mirada que le pareció entre acusadora y burlona. No podía ser que supiese que había soñado con ella hasta el punto de tener un orgasmo—. Tranquilícese, son cosas que pasan.
— ¿Cómo? —preguntó confuso. No podía ser que lo supiera, aunque sus palabras y su tono indicaban que sí.
— Padre, estamos en verano. Dormimos con las puertas y ventanas abiertas y más yo que quiero estar pendiente de cualquier ruido por si el asesino se cuela para matarle. Normalmente cerraría mi puerta para que ambos tuviésemos más intimidad, aunque nos achicharrásemos de calor, pero no puedo permitir que alguien se cuele por su ventana y le haga daño sin yo enterarme. Por ese motivo, cuando le escuché revolverse en la cama, me levanté a comprobar que todo estuviese bien. En cuanto vi que era solo un sueño... intenso, volví a mi cama —explicó con tono neutro en ese caso. Parecía que, por fin, se había dado cuenta de que sus palabras le avergonzaban.
— Ya veo —se limitó a responder frunciendo el ceño y sin saber qué decir al respecto. No podía culparla por estar pendiente de que el asesino no cumpliese sus amenazas, ni podía pedirle que dejara de hacerlo pues su seguridad personal estaba en juego.
— No pretendo burlarme de usted, aunque lo parezca. Es solo que me produce curiosidad y gracia. No estoy acostumbrada a hombres que se contienen hasta ese punto. No quiero que sienta vergüenza conmigo por este tema. Le ayudaré a lavar las sábanas cuando volvamos —se ofreció la mujer sin entender que eso significaba avergonzarle aún más.
— ¿Hasta dónde escuchó? —preguntó intuyendo la fatídica respuesta.
— Hasta el final —dijo con cara de disculpa.
— ¡Joder! —exclamo Mario por lo bajo, aunque convencido de que ella le había escuchado igualmente.
— Lo siento, Padre. Es que no me puedo dormir mientras haya algún ruido que despierte mis instintos de protección cuando estoy vigilando a alguien —siguió excusando la inspectora. El problema era que entendía sus motivos y, en cierta forma, le agradecía su protección y que estuviese en modo perro guardián con él. El inconveniente era que estaba pendiente justo cuando había tenido un sueño erótico—. No se lo tome tan mal, Padre. Yo no me siento ofendida ni me voy a ruborizar por lo que vi. No soy una niña pequeña y comprendo el cuerpo humano. Es normal lo de anoche.
— De acuerdo, dejémoslo pasar y vamos a correr de una vez —respondió Mario queriendo ponerle fin a la incómoda situación y salir a hacer ejercicio para oxigenar su mente y pensar en otra cosa.
No dijo nada más, se limitó a seguirle por el pueblo, trotando junto a él. La llevó en el mismo recorrido que hizo el día anterior hasta el estanque y la presa. Durante casi una hora Valeria intentó entablar conversación, sacando varios temas, pero él necesitaba olvidarse de que iba a su lado. Necesitaba olvidar la conversación anterior y todo lo que estaba pasando. Cuando corría, desconectaba del mundo y parecía que a ella le costaba entender ese concepto. Al principio al menos porque, al cabo de un rato, pareció entender que ese era su momento y que no iba a contestarle más que monosílabos por lo que decidió quedarse callada y limitarse a correr junto a él.
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El Hombre de Negro
Romance--Serie Clerimen I-- Mario es un sencillo sacerdote de pueblo al que un loco convierte en el centro de sus problemas, comenzando a amenazarle y a asesinar vecinos para hacerle daño. Valeria, una inspectora de homicidios, es enviada al pueblo a atrap...