Parte 1

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La flecha pasó silbando junto a su cabeza, casi desgarra su capucha, y se clavó en un tronco a su derecha. Una leve mirada fue suficiente para captar sus penachos negros; los sabuesos de la Orden querían su presa, viva o muerta. Espoleó al caballo para que acelerase su galopar, aunque, a ese ritmo, no aguantaría mucho más. Con un par de giros inesperados, consiguió distanciar a sus perseguidores unos metros, lo suficiente para intentar lo único que podría salvarla...

Aprovechó una peña rodeada de árboles para saltar del caballo sin ser vista. Rodó hasta unos matorrales y se ocultó tras ellos. La montura siguió su camino sin jinete, adentrándose en la espesura del bosque.

Los cinco sabuesos pasaron veloces junto a su escondrijo golpeando a sus monturas con saña; no percibieron su presencia, obcecados con su objetivo. Aguardó hasta que el último estuvo a la distancia adecuada, se incorporó y le arrojó un trialk. Acertó de lleno en la espalda del sabueso, que cayó a tierra poco después. Con gráciles zancadas se aproximó hasta el asesino de la Orden y, antes de que este pudiese recuperarse, le cortó la garganta. El cálido líquido tiñó su daga de púrpura y negro. Recuperó el trialk y limpió ambas armas con la negra capa del fallecido. La sangre de los sabuesos, contaminada durante años por los químicos inmunes al fulgor, era corrosiva.

Rebuscó entre la ropa del cadáver en busca de algo que pudiese ayudarla contra los otros cuatro perseguidores. Los sabuesos eran expertos en el manejo de venenos y pociones capaces de aturdir, o matar si era necesario, en segundos. Encontró dos tarros de cristal en uno de los bolsillos del chaleco de cuero que cubría su torso. No sabía para qué servían, pero se los guardó. Revisó el puñal que portaba en el cinto. Tenía el filo aceitoso propio de los usados por los sabuesos. Lo guardó en su funda y lo añadió al elenco que portaba. La espada ni se molestó en tocarla, demasiado pesada y poco funcional.

El relincho de un caballo la alertó de que se acababa su tiempo. Los sabuesos se habían percatado de su treta y regresaban a por su víctima.

Miró a su alrededor en busca de algún refugio; la peña no le serviría una segunda vez y solo provocaría que acabase rodeada. Otro relincho, mucho más cercano, la hizo reaccionar. Corrió hacia una roca que utilizó de plataforma para alcanzar de un potente salto la rama baja de un árbol, entre cuyo follaje podría intentar pasar desapercibida.

Los cuatro asesinos llegaron junto al cadáver de su compañero, se detuvieron y comenzaron a inspeccionar la zona extremando las precauciones. Llevaban las ballestas prestas en la mano y los amuletos protectores bien visibles. Cualquier ataque mágico contra ellos habría sido repelido al instante. Solo disponía de su astucia, su fina espada y los trialk para enfrentarse a ellos. Uno de los sabuesos descendió del caballo y olisqueó el cuerpo de su compañero caído. Después, siguió un rastro oloroso solo perceptible para él y se encaminó hacia el árbol donde Thuala estaba escondida. Olfateó el aire circundante a la piedra que Thuala había usado para saltar y cuando elevó su mirada hacia las ramas del árbol, Thuala cayó sobre él, daga en mano. El esbirro de la Orden esquivó la puñalada mortal dirigida a su garganta, pero no pudo evitar que su filo ponzoñoso le hiriera en el cuello. Ambos rodaron por el lecho de hojarasca que cubría el bosque y se prepararon para el siguiente ataque. El asesino desenfundó su espada y embistió hacia Thuala, pero al segundo paso trastabilló, el veneno paralizante de la daga que Thuala había sustraído del sabueso muerto comenzaba a hacer efecto en él. Bajó la guardia y Thuala vio la oportunidad de rematarlo; una flecha se lo impidió.

Si no hubiese girado sobre sí misma en el último instante, su vida habría acabado en aquel olvidado bosque de Haev Velmon. Otra flecha la obligó a saltar hacia atrás, haciendo un giro en el aire, y la alejó de su enemigo. Aterrizó con la mano y la rodilla derecha apoyadas en el suelo, preparada para la siguiente pirueta salvadora. Aprovechó la inercia del movimiento para extraer un trialk del cinto y arrojarlo hacia el sabueso de su izquierda. El asesino lo desvió con un golpe de espada, sin ocultar su desdén ante aquella pueril amenaza. Como su compañero cercano, había dejado la ballesta en el suelo e intentaba rodear a Thuala espada en mano.

El que había sido herido por Thuala apenas se mantenía en pie y no suponía ninguna amenaza. Los dos espadachines se acercaban a ella con recelo, uno por cada lado, preparados para evitar cualquier ataque de la apóstata; en cierta manera, los tenía controlados. Sin embargo, el cuarto era el que más le preocupaba, lo había perdido de su campo de visión y portaba una ballesta sin disparar. Todavía recelosa, desenfundó su fina espada y se aprestó a vender cara su vida...

Pese a su destreza, no era rival para aquellos expertos guerreros, entrenados desde el nacimiento para la lucha. Las primeras estocadas se lo confirmaron. Su única esperanza era ayudarse de la daga envenenada una vez más, pero para ello debía sortear las mortíferas espadas que la separaban de su objetivo.

Si no fuese por esos malditos amuletos, los habría calcinado con una bola de fuego, pero los poderes arcanos no surtían efectos en ellos. Sin embargo... aprovechó una leve tregua entre estocadas y mandobles para concentrarse en el fulgor. La descarga de poder recorrió su cuerpo y la proyectó contra la roca que estaba entre sus dos enemigos. La roca estalló cuando la energía se concentró en su núcleo. Cientos de trozos pétreos salieron disparados en todas direcciones. Los dos sabuesos se llevaron la peor parte: uno recibió un impacto directo en la cabeza que lo dejó inconsciente; el otro sufrió varios cortes en las piernas que lo tumbaron en tierra. Por desgracia, Thuala no tuvo tiempo de protegerse por completo y recibió varios impactos en brazos y piernas. No eran graves, pero la incapacitaron durante varios instantes.... Entonces, llegó la flecha.

Thuala sintió el impacto en su hombro, un punzante aguijón que atravesó la carne de parte a parte. El dolor la paralizó y sus piernas flaquearon. Cayó de rodillas al suelo, con el brazo derecho inmovilizado. La daga se desprendió de su mano y apenas le quedaban fuerzas para sostener la espada, que descendía lánguida hasta el suelo. Una bota pisó el acero y se vio obligada a soltarlo.

—Eres tan dura como nos dijeron —gruñó una voz cavernosa por encima de su cabeza—. Has acabado con tres de mis camaradas y el cuarto no sé si sobrevivirá. Será un placer entregar tu cabeza al Cónclave Arcano, llevan demasiado tiempo esperándola para completar su colección de renegados. Aunque, en cierto sentido, debería estarte agradecido. Cobrar la suculenta recompensa solo me hará rico.

Mientras el sabueso se regodeaba en su momento de triunfo, Thuala permaneció con la cabeza gacha. Llegaba su final. Llevaba años huyendo y estaba cansada. La Orden era implacable con los apóstatas y ella los había retado demasiado tiempo. Sintió el movimiento del brazo de su verdugo, alzándose para decapitarla. Se llevó la mano al pecho para aferrarse a su medallón y notó algo en uno de sus bolsillos. Sin pensarlo, agarró uno de los botecitos de cristal y lo arrojó contra el rostro del asesino. Era su última esperanza. El sabueso bloqueó el bote con un movimiento diestro de su espada, pero el impacto rompió el recipiente y su contenido se vertió sobre el rostro del guerrero. Un alarido escapó de su garganta al tiempo que su carne se deshacía en un humo denso y pestilente. Thuala se encogió para evitar que las gotas de aquel infernal líquido la alcanzaran. Su capa la protegió, aunque empezó a descomponerse de forma acelerada; casi no consigue quitársela antes de que el líquido corrosivo la atravesase.

Media hora después, cabalgaba a lomos de uno de los caballos de los sabuesos. El dolor del hombro era lacerante y la herida necesitaba atención de inmediato, pero, pese a ello, Thuala sonreía satisfecha: estaba viva y había conseguido eludir a nada menos que cinco sabuesos de la Orden. Si seguía así, la próxima vez no tendría tanta suerte. Llegaba el momento de cambiar de estrategia. Pronto el Cónclave Arcano tendría noticias de ella...

RenegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora