Parte 8

13 4 0
                                    

—¡Cómo me alegro de verte, querida! —Elga recibió con entusiasmo a Zhoe, la campesina, la falsa identidad utilizada por Thuala.

—Estoy muy agradecida de la oportunidad que me brinda, señora.

—¿Has tenido algún problema con los guardias?

—En el portón principal no querían dejarme entrar en el castillo. Pero en cuanto pronuncié su nombre, me permitieron el paso.

—Me alegro, querida. Acompáñame, te mostraré tus aposentos.

Elga cogió a Thuala del brazo y la llevó al piso superior. La zona oeste del castillo había sido remodelada y la habían convertido en un pequeño palacio. A la antigua torre del homenaje se le habían añadido dos alas, que ahora circundaban un patio interior al que se accedía por un arco de medio punto, protegido por dos grandes portones. Las cocinas estaban en la planta baja del ala izquierda, la destinada al personal de servicio.

—Estos son los alojamientos de la servidumbre —explicó Elga, mostrando algunos cuartos pequeños y con escasos muebles.

—¿Tengo alguno asignado, señora?

—Sí, querida, pero no en este ala.

—¿Hay otras zonas destinadas al servicio, señora?

—Sí, estarás en una habitación contigua a la mía. En el ala derecha.

—¿Y a qué debo tal honor, si me permite preguntarlo?

—Mientras aprendes tus nuevas tareas, estarás bajo mi tutela.

—¿Y cuáles serán esas tareas, señora Elga?

—Empezarás de camarera de alcoba.

—¿Y qué debo hacer? No sé si estoy preparada, señora.

—Limpiar las estancias, adecentar los lechos, vaciar las letrinas y atender los requerimientos de los señores. Si dejas contento al conde con tus servicios, puede ser muy generoso.

—¿Serviré directamente al conde, señora?

—En principio, no. Tan solo si él lo requiere. No te preocupes ahora por eso. Vayamos a tu estancia, te espera el uniforme nuevo.

La habitación era rectangular. Tenía un armario a la derecha, de doble puerta, una silla de piel ajada, situada frente a un tocador trasnochado y una cama con dosel. Si Thuala había esperado encontrar un camastro de paja, sus expectativas se habían visto claramente superadas: aquella era toda una cama señorial. Estaba vieja y carcomida, pero en ella podían dormir dos personas perfectamente. No cabía duda de que al conde le gustaba gozar de las máximas comodidades en todas las circunstancias.

—¿No es demasiado lujosa, señora?

—¿Lujosa? Jajaja. ¿Por esos muebles viejos? No te dejes impresionar por tan poco, querida. Al conde le gusta hacer ostentación de algunos lujos. Eso que ves no son más que deshechos que han sido reubicados de forma inteligente. Esta noche, en la cena, tendrás ocasión de apreciar los auténticos gustos del conde.

—¿Serviré en la cena, señora?

—Serás escanciadora. Tu misión será atender las copas del conde y sus invitados.

—No sé si sabré comportarme, señora.

—Ya verás como sí. Solo has de observar y en cuanto una copa se vacíe, llenarla. Además, con tu uniforme nuevo, seguro que más de uno vacía la copa rápido para tenerte cerca.

Elga abrió el armario y dejó sobre la cama un conjunto de tres piezas: falda verde, el color del emblema del conde, camisa blanca, sin botones superiores, y corpiño ajustado, realzando el pecho.

—Creo que será de tu talla —comentó Elga, escrutando a Thuala de arriba a abajo.

Thuala se quedó mirando al ama de llaves, aguardando a que saliera de la habitación para vestirse. Elga sonrió con suficiencia.

—Vamos, niña. No seas tímida. ¿Crees que eres la primera muchacha que veo desvestirse? Quiero comprobar cómo te queda.

Thuala dudó. Si Elga veía la escarificación de su hombro, reconocería que era una hechicera y todo su plan se vendría abajo. La había pillado desprevenida; la próxima vez la marca de la Orden estaría oculta con maquillaje, o con un hechizo si los cosméticos no eran suficientes.

—Meda vergüenza, señora. No estoy acostumbrada. ¿Puede girarse mientras me cambio?

—Está bien, pero solo por esta vez. ¿Ves esa puerta? Conecta con mi cámara y solo yo tengo la llave. Acostúmbrate a que entre sin avisar, estés como estés.

—Lo haré, señora. Pero me llevará un tiempo. Siento el inconveniente —dijo, con tono avergonzado.

—No importa. Ponte el uniforme que vea el resultado.

—Ya puede girarse, señora.

La falda le quedaba corta, algo por debajo de medio muslo; la camisa era bastante abierta y, sumada al corpiño, constataba la generosidad de las curvas de Thuala. Las calcetas le llegaban por encima de la rodilla, dejando entrever la parte de sus muslos que la falda no cubría. Se sintió incómoda con la mirada de Elga.

—¡Te queda genial! Como imaginé cuando te vi en el mercado. Esta noche serás... —dudó antes de terminar la frase— la mejor sirvienta del palacio.

Las palabras de Elga dejaron claro cuál sería el papel de Thuala en la cena del conde: la nueva distracción del señor. Pese a ello, consideró que verse cosificada por unos aristócratas impúdicos era un mal menor si, a cambio, tenía la opción de liberar a Hadar. Además, con un poco de suerte, encontraría la forma de quedarse a solas con el conde y plantearle las acuciantes necesidades de los campesinos de Umbrin. Si Ver Niels se mostraba reacio a escuchar las demandas de los aldeanos, siempre podía recurrir a la hechicería...

RenegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora