Parte 10

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El salón del castillo se llenó de aplausos cuando Hadar finalizó su última canción. El bardo estuvo entreteniendo a los invitados del conde durante más de una hora, mientras degustaban los deliciosos postres. La penumbra en la que se mantenía la sala había impedido que Hadar se percatase de la presencia de Thuala. El sobresalto que se llevó cuando las antorchas volvieron a encenderse tras su actuación fue mayúsculo. Casi se le atraganta el vino que estaba bebiendo. Pese a la sorpresa, consiguió mantener el rictus sonriente que tan ensayado tenía.

—Magnífica actuación, señor... disculpe, he olvidado su nombre —alabó la esposa del conde.

—Tam, el juglar, señora condesa. Me alaga usted con su cumplido.

Hadar se hallaba frente a la mesa principal. Había recorrido el espacio central del salón dando las gracias y haciendo reverencias a su entregada audiencia. Finalizó su trayecto frente a los anfitriones.

—No es un cumplido —sonrió la condesa con la seguridad de quien se sabe en una posición de poder—. Sus poemas y canciones son un deleite para nuestros oídos.

—Me alegro de que hayan sido de vuestro agrado, señora —Hadar echó una pierna hacia atrás e inclinó el tronco, al tiempo que sus brazos hacían un suave arco de apertura; una cortesía digna de reyes.

—La verdad es que ha superado nuestras expectativas —intervino el conde—, viniendo de donde viene.

—Me alegro de no haberles decepcionado, excelencias, y de haber aclarado todo aquel malentendido.

—Sí, sí. No se preocupe por eso. Disfrute del descanso mientras dure el baile. Después quisiéramos escuchar otra selección de ese nutrido repertorio que prometió —el conde acompañó estas palabras con un gesto de alejamiento. En cuanto lo vieron, los sirvientes procedieron a retirar las mesas, dejando el salón listo para la danza.

Cuatro músicos se situaron en una esquina del rectangular salón y esperaron hasta que los participantes en el baile adoptaran sus posiciones para la coreografía. Laúd, flauta y arpa iniciaron su son al ritmo marcado por un tamboril. El tercer acorde supuso el punto de inicio: decenas de parejas entrelazaron sus manos en alto y comenzaron a girar de forma suave, siguiendo la cadencia de la música. Hadar aprovechó aquel momento de sosiego para buscar a Thuala con la mirada e indicarle con un gesto que lo siguiera hacia las cocinas.

—¡¿Qué estás haciendo en el castillo de Ver Niels?! —Hadar habló todo lo bajo que su irritación le permitió.

—¡Aquí no! —susurró Thuala y empujó a Hadar escaleras abajo, hacia la bodega.

Thuala revisó a conciencia aquel húmedo sótano antes de encararse a Hadar. Antes de que este pronunciase la más mínima palabra, le plantó un beso que lo dejó sin habla. Al principio, la tensión de Hadar lo hizo retroceder, pero el cálido contacto de los labios de Thuala venció su resistencia. Sensaciones adormecidas durante más de tres años se reavivaron como si fuesen experimentadas por primera vez. La atrajo hacia sí, dejándose invadir por una ola de voluptuosidad. El deseo suplantó a la cordura. Incrementó la intensidad del beso y rodeó la cintura de Thuala con sus brazos. Sus manos volvieron a explorar aquellas formas que recordaba en sueños...Hasta que Thuala lo apartó con suavidad.

Sus rostros quedaron a la distancia que marca el límite entre la cortesía y la intimidad. Las respiraciones entrecortadas hacían eco del brillo en sus miradas que la penumbra no permitía apreciar.

—Solo quería recordar cómo era —soltó Thuala, intentando que la voz no le temblase—, por si todavía tengo que calcinarte con una bola de fuego...

Hadar cerró los ojos y respiró profundamente. Hacía mucho tiempo que no participaba en el juego de la seducción y había olvidado sus reglas.

—Espero que sentir de nuevo mis besos no reavive esas llamas —una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Yo no estaría tan seguro... —una leve llama apareció en la palma de su mano y les dio un tono anaranjado.

Permanecieron en silencio, con las miradas prendidas, escrutando en las pupilas ajenas los secretos de sus xhies, como si sumergirse en aquellas turbulencias fuese a revelar algo que no supiesen. Pasado el momento de mutua conexión mágica, Thuala se animó a comentar.

—Vengo a rescatarte de la mazmorra del conde y te encuentro convertido en su juglar. Últimamente no cumples con las expectativas que generas.

—Ya sabes, me gusta decepcionar a los que me rodean... ¿¡Qué diantres estás haciendo aquí, vestida de sirvienta del conde!? Te dije que era peligroso, en especial, para ti.

—Sé cuidar de mí misma. ¿No pensarías que me iba a quedar sin explicaciones después de la otra noche? Te llevaron maniatado de la posada y no he vuelto a saber de ti: ¿esperabas que me quedase sentada aguardando tu regreso?

—Te pedí que te mantuvieses al margen.

—Si te refieres a esa mirada críptica hacia mi ventana mientras te empujaban los soldados, creo que debes practicar más tu comunicación no verbal.

—Te lo dije en el salón. Estoy en una misión muy arriesgada y tu presencia aquí lo complica todo.

—Es verdad, tu importante trabajo para la Orden. ¿Dejarte atrapar en una pelea de taberna formaba parte de tu misión?

Hadar elevó las cejas y abrió los ojos de forma ostensible, al tiempo que un leve cabeceo decía: «obviamente».

—No encontré mejor manera de entrar en el castillo sin someterme al escrutinio de los hechiceros que controlan al conde.

—¿Te refieres a los que utilizaron la técnica de canalización prohibida en la posada, la que vacía el xhie?

—¿¡Cómo sabes eso!? —Hadar se mostró alarmado—. ¿No habrás...? —la pregunta quedó en el aire.

—No, tranquilo. Me he saltado muchos preceptos de la Orden, pero ese no. No sabría ni por donde empezar. Los escritos sobre ese tipo de hechicería fueron destruidos hace siglos, según consta en los anales.

—¿Entonces, cómo conoces a los «extractores»?

—¿«Extractores»? ¿Así es como los llamáis?

—Sí. ¿Cómo supiste de ellos?

—Los sentí. La otra noche, en mi habitación, sentí como mi energía vital se desparramaba, absorbida por un poder mágico.

—¿¡Su hechizo llegó hasta la planta alta!? —preguntó entre sorprendido y preocupado—. No pensé que hubiesen aumentado su poder hasta tales cotas.

—No son tan fuertes. Puede haber cortado el vínculo con facilidad, pero entonces habría revelado mi presencia allí y es algo que, dadas mis circunstancias, prefiero evitar. Por suerte, detuvieron el hechizo antes de que mi vida corriese serio peligro. ¿Vas tras ellos?

—No te lo puedo contar. Todavía no.

—No sé en qué asunto andas metido, Hadar, pero...

—¡¡Zhoe!! ¡¡Si no subes pronto esas bebidas, los señores nos azotarán!! ¡¡Las gargantas de los comensales están secas!! —los gritos provenían de la parte alta de la escalera.

—Debo subir. Después del banquete nos encontraremos aquí de nuevo. No he terminado contigo —Thuala se mostró inamovible—. ¡¡Ya subo!! ¡¡Se ha vaciado una de las barricas y tuve que abrir otra!!

Thuala llenó las jarras e inició el ascenso, no sin antes lanzar una mirada de advertencia a Hadar: ¡no faltes!

RenegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora