Parte 12

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Hadar estuvo esperando en el sótano más de media hora. Los últimos comensales del banquete se habían retirado casi dos horas atrás y los sirvientes habían concluido su trabajo. En el salón del castillo no quedaba nadie. ¿Dónde se había metido Thuala?

Preocupado, se dirigió a la cocina. Estaba casi vacía. Solo quedaban tres sirvientas fregando la vajilla del conde. Una de ellas era la otra chica dedicada a escanciar bebidas a los invitados de la fiesta.

—¿Queda... algo de beber? —le preguntó, fingiendo estar ebrio.

La chica se volvió hacia el jugar y le devolvió una sonrisa.

—Siempre sobra algo para el servicio.

—Pues... estaría encantado de ser considerado como un miembro más del personal de este magnífico castillo.

—No bromee. Quienes entretienen a los señores siempre han tenido mayor consideración que el servicio.

—Puede que estés en lo cierto, pero... si así consigo algo más de vino, no tengo ningún problema en cambiar de estatus —acompañó estas palabras con la más seductora de sus sonrisas— ¿Cómo te llamas, querida compañera?

—Rena, para servirle.

—No, por favor. Tuteémonos. Entre camaradas de oficio es... lo más adecuado —le guiñó un ojo.

—Jajaja. ¡Qué bromista eres, Tan, el juglar!

—¿Conoces mi nombre? —se mostró alagado.

—En este castillo, callar es una virtud, pero nada impide tener unos oídos atentos —puso una sonrisa cómplice—. Acompáñame y veremos si encontramos algo de vino para esa sedienta garganta.

Las otras criadas pusieron mala cara ante el escaqueo de su compañera. Rena ignoró sus miradas de rencor, agarró una vela, cogió al juglar de la mano y se lo llevó a la bodega.

—Las escanciadoras tenemos acceso a los mejores licores del conde. Prueba este.

Hadar dio un trago de la copa que Rena le ofrecía. Tenía un sabor dulzón e intenso.

—Delicioso.

Dio otro trago y dejó la copa sobre una estantería.

—Pensaba que las escanciadoras erais unas privilegiadas. Me ha extrañado verte en la cocina... haciendo el trabajo de una fregona. Es un desperdicio para tanta belleza —acompañó la afirmación con una leve caricia en el rostro de la criada, que se sonrojó ante el contacto..

—En cierto sentido, soy una privilegiada. Aunque no debería decirlo, la tarea que le toca realizar a mi nueva compañera es mucho más desagradable —se atusó el delantal con aire inocente.

—¿De qué debe ocuparse esa pobre advenediza? ¿De las letrinas quizá?

—¡No, qué desagradable! Mas, debería contener mi lengua.

—No puedes dejarme con esta intriga... —levantó su rostro con un dedo y la miró fijamente a los ojos, sonriendo—, entre camaradas queda muy feo. ¿Cuál es esa labor tan horrible?

—Servir «personalmente» al conde..., en todo lo que requiera. ¿No sé si me explico?

—No estoy seguro... La atención personal es lo mejor pagado y se suele asignar al personal de confianza.

—Bien pagado está, pero el conde exige ciertos «sacrificios» que no estoy dispuesta a realizar. Llevo suficiente tiempo a su servicio como para conocer sus debilidades. Por suerte, nunca fui de su agrado, si no, habría desaparecido como tantas otras.

—¿Quieres decir que...? —Hadar no se atrevió completar la frase

—Pocas sirvientes jóvenes y atractivas duran mucho en el castillo. En especial, desde que el nuevo consejero llegó a la corte.

—¿Qué les sucede?

—De eso prefiero no hablar —se mostró inquieta y miró hacia los lados—. Ese tal Wilder tiene oídos en todas partes. ¿No quieres más vino? —cambió de tema con cierta brusquedad.

Hadar cogió la copa de la estantería y se la acercó a Rena. El olor dulzón llenó la bodega cuando abrió de nuevo la barrica. Hadar agradeció la copa y preguntó:

—¿No bebes conmigo?

—Debo volver a mi trabajo o mañana la jefa de cocina me pondrá a surtir de leña los fogones. Las envidiosas de mis compañeras no mantendrán la boca cerrada si tardo más.

—Una lástima... Pensé que me acompañarías un rato más... —Hadar se aproximó a Rena y le puso una mano en la cintura.

—Quizá, cuando termine las tareas, decida visitar tu aposento —Rena se acercó aún más y sus rostros quedaron a muy poca distancia.

Hadar intentó besarla, pero Rena se escabulló con un rápido movimiento.

—He dicho quizá. Ahora no es el momento, Tan, el juglar. Subamos.

De vuelta en la cocina, Hadar se despidió de Rena con un guiño, una sonrisa y un brindis:

—Por la noche y sus incertidumbres, que los quizás se hagan realidad.

Rena le devolvió la sonrisa con una promesa dibujada en la mirada, mientras volvía a enfrentarse a los cacharros de la cocina.

Hadar prosiguió su camino hacia las habitaciones comunes, donde estaban los aposentos de los artistas. En el trayecto dejó que la preocupación ocupase por completo su pensamiento: ¿¡Qué hacía Thuala convertida en la sirvienta personal del conde!? ¿¡No se daba cuenta del control que Wilder ejercía sobre él!? ¿¡No comprendía que aquel hechicero no permitiría a nadie acercarse a su presa¡? ¡Thuala no era consciente del peligro! ¡El poder de Wilder superaba al de cualquier otro nigromante con el que Thuala se hubiese enfrentado!

Hadar llevaba tres años siguiendo su rastro, descubriendo su capacidad arcana, analizando su incontestable control psíquico sobre las víctimas, y ni siquiera él, especializado en mentalismo, estaba seguro de poder enfrentarse a Wilder. ¿Qué hacía pensar a Thuala que ella podría derrotarlo? Conocía el influjo que ejercía sobre el conde, lo habían comentado en la bodega, ¿por qué se empeñaba en complicar las cosas? Si Thuala era descubierta, pondría sobre aviso al hechicero y echaría a perder toda su estrategia. Wilder se volvería a escapar. ¡Debía dar parte a la Orden antes de que eso sucediese o nunca se libraría de aquella misión!

A mitad de las escaleras, cambió de rumbo y se dirigió a la zona de los establos, donde se criaban los animales del castillo. Durante el trayecto, utilizó su habilidad para evitar a los guardias. Una vez en los corrales, se encaramó al palomar. Con sumo sigilo, aferró a una joven paloma dormida y trepó hasta las almenas. Realizó un conjuro mínimo, que susurró al oído del ave, para indicarle su destino. Acto seguido, le ató el mensaje codificado que tenía previsto enviar en cuanto requiriese la intervención de la Orden y lanzó la paloma al aire.

Si hubiese podido utilizar los canales mágicos habituales, habría sido mucho más sencillo y eficaz. Pero abrir los canales ocultos requería un conjuro demasiado potente. Habría sido como encender fuegos artificiales en las narices de Wilder y sus acólitos. Ahora todo dependía de aquella endeble ave que emprendía el vuelo hacia la Sede Arcana. Si conseguía entregar el mensaje a tiempo, quizá llegarían los sabuesos antes de que Wilder escapara.

—Vuela, vuela, pequeña torcaz —pensó Hadar—, de ti depende el éxito de mi misión. Porque si tengo que enfrentarme solo a Wilder, dudo mucho que sobreviva. Y la dichosa Thuala no para de complicarlo todo. Debo encontrarla antes de que sea demasiado tarde.

RenegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora