Parte 16

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Los dos esbirros cargaron el cuerpo hasta la carreta. Estaba envuelto en paño. La noche languidecía con los primeros destellos de luz. Un chasquido puso en marcha al animal de tiro. Se dirigieron al exterior del castillo con lento traqueteo. Tomaron el camino norte, el que apenas atravesaba el pueblo. Preferían evitar miradas indiscretas. Hadar los siguió en la distancia.

Abandonaron Ul Kent mientras la población todavía dormía. Los guardias no les prestaron la más mínima atención. Las insignias del conde eran suficiente salvoconducto. Hadar aprovechó las sombras para escabullirse por el portón sin ser visto. Prefería no dar explicaciones que pudieran comprometer su misión.

Si su información era correcta, los dos criados del conde Ver Niels no irían demasiado lejos. El vertedero municipal se encontraba al otro lado de una colina cercana. Tras su fracasado intento de despertar a Thuala, la situación en el palacio se había complicado. La llegada de una comitiva de tierras lejanas había desatado la actividad en el castillo. La versión oficial afirmaba que pretendían establecer nuevas rutas comerciales, pero era una tapadera. La excesiva dedicación de Wilder a los emisarios así lo confirmaba. Hadar no había conseguido averiguar qué tramaban, aunque sospechaba que estaría relacionado con los poderes oscuros del hechicero.

La irrupción de aquellos extranjeros obligó a contratar más personal en el palacio. Durante la semana que había transcurrido, Hadar había visto a Thuala consumirse de agotamiento. No solo había trabajado sin descanso junto al resto del servicio del castillo, sino que, además, Hadar temía que sus actividades nocturnas también se habían visto multiplicadas.

Por si fuera poco, seguía sin obtener respuesta de la Orden. Él solo no podía enfrentarse a Wilder y sus acólitos. Necesitaba la ayuda de los sabuesos o no podría desbaratar los planes del nigromante.

El carromato inició el ascenso de la colina. Un olor pestilente señaló la proximidad de su destino. Aquel lugar se convirtió en vertedero durante la epidemia de fiebres rojas. Allí se deshacían por igual de cuerpos y enseres contaminados. Mientras la plaga fue una amenaza, todo lo arrojado en aquel barranco fue incinerado. Después, las precauciones se relajaron y, aunque se mantenía la costumbre de sacar los deshechos de la ciudad, nadie se acordaba de prenderles fuego.

Los dos soldados detuvieron el vehículo. Arrastraron el cuerpo fuera de él y con un leve impulso sincronizado, lo arrojaron por la ladera. Hadar esperó a que se perdieran colina abajo y descendió hacia las inmundicias. Tenía el corazón encogido. Se acercó al cuerpo y desató el paño. Aún estaba caliente.

—Aguanta, Thuala, aguanta. Ya estoy contigo.

Giró el cuerpo con cuidado y fue desenrollando el lienzo que lo envolvía. Si Thuala seguía viva, no quería causarle más daño. Terminó la última vuelta y despejó el rostro. ¡Respiraba! Aunque apenas le quedaba un hálito de vida. Intentó transmitirle algo de energía con un conjuro reconstituyente. Apenas reaccionó. La chica estaba moribunda. Sin embargo, Hadar respiró aliviado. No se trataba de Thuala. Aquel rostro desfigurado correspondía a una de las criadas que había entrado recientemente al servicio del conde.

La chica había sufrido infinidad de golpes y cortes por todo el cuerpo. Seguramente también habría sido violada, aunque Hadar prefirió no comprobarlo. Una víctima más de los depravados gustos del conde y su hechicero. La levantó en brazos e intentó llevarla fuera de aquel estercolero. A medio ascenso, la joven dejó de respirar. Pese a ello, la sacó del barranco y la transportó hasta el camino. Esperó hasta que pasaron unos campesinos. Les pagó para que le dieran una digna sepultura. Después regresó a la ciudad sumido en dudas.

¿Dónde estaba Thuala? Desde el incidente con los extranjeros dos noches atrás no la había vuelto a ver. Estaba tan preocupado que se temió lo peor cuando vio a los soldados transportar aquel cuerpo. Había preguntado a todo el servicio por Zhoe, pero nadie sabía nada de ella. Su extraña desaparición solo podía deberse a dos motivos: o estaba siendo castigada por su desafío público a los invitados del conde, o habían descubierto sus poderes mágicos. En ambos casos, su vida corría serio peligro y Hadar debía encontrarla lo antes posible. Tendría que llegar a las mazmorras de alguna manera y la vía más directa era siendo arrestado.

—¿A dónde cree que va? —preguntó uno de los guardias. Los accesos al castillo siempre estaban vigilados.

—A mis aposentos, soy un invitado del conde.

—¿Invitado? ¿Con ese olor? Sí, claro. Y yo soy su sobrino. Aléjate de este lugar, apestoso pordiosero.

Hadar había comprado una mugrienta túnica a un mendigo y no se había molestado en disimular su aroma.

—¡Esto es un ultraje! ¡El conde te mandará a limpiar las letrinas cuando se entere!

—Ahí debes de haber nacido tú —dijo otro guardián, arrugando la nariz. Empujó a Hadar fuera de la entrada.

Hadar aprovechó la provocación y le propinó un golpe con el puño cerrado.

—¡No vuelvas a tocarme, bastardo! —gritó al soldado.

El resto de guardias se abalanzaron sobre él y lo redujeron. Poco después iba camino de la mazmorras, con un ojo hinchado y una leve sonrisa.

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⏰ Última actualización: Dec 27, 2023 ⏰

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