El camino hacia Ul Kent serpenteaba entre labrantíos recién recolectados; alpacas de paja se amontonaban en los campos a la espera de ser almacenadas para el invierno. Entre las suaves colinas, se alternaban extensiones de terreno doradas, donde el trigo recién segado aún esparcía su aroma, con otros campos invadidos de maleza, abandonados por sus dueños al impulso de la naturaleza.
Thuala se extrañó de encontrar tantas parcelas sin cultivar. Aquella recóndita región de Haev Velmon no contaba con una red comercial demasiado amplia y dependía de la autoproducción para su subsistencia; por ello la había escogido para ocultarse de la Orden. Algo debía estar ocurriendo en la zona si había tanto terreno sin explotar.
Según su nutrida experiencia, las gentes abandonan su medio de vida principalmente por dos razones: porque se sienten en peligro, a causa de una epidemia, una guerra o algo peor, y deciden emigrar; o porque alguno de los motivos anteriores ha acabado con ellos. ¿Qué estaría pasando en el condado de Kentia?
A pocos kilómetros de su destino, su montura dio ostensibles signos de desfallecimiento. El viejo y cansado animal, poco acostumbrado a llevar jinete, estaba pagando el esfuerzo de las últimas jornadas. Thuala lo vendió, por decir algo, en una granja cercana al camino; su precio fue casi un regalo. Prosiguió a pie el último trecho que la separaba de la capital de Kentia.
Ul Kent no era una población demasiado grande, calificarla de ciudad habría sido un elogio que sobrepasaría sus maltrechas murallas en varios distritos a la redonda. El castillo del conde Ver Niels se hallaba en la cima de una pronunciada colina. Tenía estructura cuadrada, con torreones circulares en cada una de sus esquinas. Estaban cubiertos por los puntiagudos techos de pizarra negra propios de la región. La muralla estaba sembrada de almenas sobre las que se elevaban las mismas techumbres, sustentadas por pilastras de madera. Entre la grisácea piedra que constituía los sólidos muros del castillo y la cubierta elevada, se veían relumbrar las armas de los soldados de guardia contra el sol, que esparcía su cálido manto desde hacía varias horas.
Thuala se aproximó a Ul Kent por la puerta Este. Algunos carromatos con productos frescos se amontonaban en la entrada. Los guardias discutían con ellos y les negaban el paso.
—¡¿Tres dirn de cobre?! ¡Eso es un robo! —gritaba el carretero más próximo a la entrada.
—¡¿Quieren arruinarnos?! —se escuchó una voz en la cola.
—¡¿No es suficiente con las malas cosechas y los bandidos, que encima nos roba quien debería protegernos?!
—¡¿Qué fue de la promesa de velar por nuestros campos?!
—¡No cumple con sus compromisos, pero nos exige nuevos impuestos!
—¡No tendremos qué comer cuando llegue el invierno!
Las voces descontentas siguieron protestando con gran escándalo, hasta que el sargento de guardia elevó la voz y se impuso a los demás.
—¡¡Son las nuevas tasas del conde!! ¡Si queréis vender vuestra mercancía en Ul Kent, debéis pagar o volveros por donde habéis venido! ¡Todos debemos contribuir al mantenimiento de la ciudad!
—¿¡Mantenimiento de la ciudad!? ¡Ja! ¡Más bien diréis mantenimiento de la barriga del Ver Niels y de su corte de parásitos!
—¡¿Quién ha dicho eso?! —el sargento comenzó a caminar entre los carromatos y las bestias. Tanto la alabarda como el peto que cubría su pronunciada barriga le dificultaban el paso—. ¡Puedo acusaros de sedición y rebeldía! ¡Podéis pasar unos días en la mazmorra o, incluso, terminar en la horca!
Los campesinos agacharon la mirada sobre los pescantes. Nadie confesó. Se hizo un silencio tenso, solo interrumpido por algunos rebuznos y mugidos de los animales de tiro. Tras recorrer la fila con mirada desafiante, el sargento regresó a la entrada de la ciudad y se mostró inflexible.
—¡Tres dirn de cobre! ¡Quién no los pague, será arrestado!
Los carromatos comenzaron a moverse poco a poco, con paso resignado. Thuala se deslizó entre ellos y adelantó a varios comerciantes. Cuando llegó al umbral, una voz potente se dirigió a ella.
—¡Tres dirn de cobre!
—¿Disculpe?
—¡Tres dirn de cobre para entrar en la ciudad! —un enorme y musculoso soldado se interpuso en su camino—. Es la tasa impuesta por el conde.
—Creí entender que solo debían abonarlo los comerciantes —Thuala mantuvo la cabeza gacha, con el rostro semioculto bajo la capucha.
—Entendió mal, señora. Los extranjeros también deben pagarlo.
Thuala rebulló bajo su capa. Sintió la ira llamando a su conciencia; aquel guardián quería sacar tajada de la situación. Respiró profundamente y se calmó. Tres monedas de cobre no significaban nada para ella. Abrió la bolsa y extrajo un dirn de bronce.
—¿Tiene cambio?
El guardián dudó. La codicia se reflejó en su mirada.
—Soy soldado, no cambista, señora. Solo se aceptan pagos exactos, no hay devoluciones.
—Su compañero acaba de cobrar varias monedas de cobre, puede devolverme de ahí lo que me sobra.
—No hay devoluciones, señora —insistió el vigilante, adoptando una postura amenazadora—. La moneda de bronce es suficiente para garantizar también su salida de la ciudad —dijo con sorna.
Aquella sonrisa condescendiente agotó la paciencia de Thuala. Cerró el puño en torno a la moneda y golpeó el rostro del soldado. El impacto le acertó de lleno en la nariz y le hizo caer. Thuala corrió hacia el interior de Ul Kent, mientras los gritos de los guardianes se escuchaban a su espalda. Tras recorrer varios callejones estrechos, los despistó.
No era la mejor forma de comenzar su misión, pero al menos ya estaba en el interior de la población. Se dirigió a uno de los barrios más humildes y buscó una posada discreta donde alojarse. Por el camino, compró una capa corta del tono verdoso habitual en la zona. La espada y los trialk los envolvió en su capa negra, que guardó en el petate. No sabía si los guardas la estarían buscando, pero no estaba de más extremar las precauciones, en especial, si los sabuesos de la Orden volvían a por ella.
Después de degustar un estofado caliente, se dirigió a la pequeña habitación del piso superior que le habían asignado en la posada. Se quitó la ropa de viaje y se tumbó en la estrecha cama a descansar. Debía pensar en el personaje que adoptaría para entrar en el castillo y ganarse la posibilidad de estar a solas con el conde.
Se hallaba sumida en sus elucubraciones, cuando una cítara de fuelle proyectó su melodía en el salón principal. La voz que acompañó a los suaves acordes le hizo abrir los ojos como si se encontrase frente a un devorador de sombras.
—No podía ser... —pensó, mientras se vestía para corroborar sus sospechas.
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Renegada
FantasyThuala es una hechicera fuera de lo común, no solo por sus inusuales poderes, sino también porque ha desafiado a la Orden Arcana y sus estrictos preceptos. Quien se salta el Código de la hechicería debe ser castigado y la Orden no perdona. Tras años...