Parte 14

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—¡Thuala! ¡Thuala! ¡Soy yo! —dijo con voz queda, aproximándose a la hechicera por detrás.

La joven criada se giró y miró al juglar desconcertada. La había asaltado en mitad del pasillo que conducía a la cocina. El alba despuntaba sobre las montañas del lejano norte y la chica se encontraba agotada, como si hubiese estado toda la noche sin dormir.

—Disculpe,  señor, creo que me confunde. Mi nombre es Zhoe y ya debería estar preparando el desayuno de los señores y sus invitados.

Hadar quedó desconcertado. ¿Qué le sucedía a Thuala? ¿Por qué no lo reconocía? Se concentró levemente en la conciencia de la muchacha y comprendió lo sucedido. La misma neblina que el conde. Estaba hechizada, se encontraba bajo el influjo de Wilder. Sin embargo, notó algo diferente. Ver Niels mantenía su personalidad, solo que manejada al antojo del nigromante. El caso de Thuala era distinto: no había ni rastro de la hechicera, toda la conciencia de Thuala estaba bajo el control de Wilder, como si se hubiese desvanecido de su cerebro. ¿Sería capaz el nigromante de hacer algo así? ¿Podría eliminar una conciencia y sustituirla por su plena presencia? ¿Alcanzar el dominio absoluto sobre una persona y convertirla en un títere vacío? Hadar quedó aterrado ante tal posibilidad.


—Sí, señorita. Tiene razón, discúlpeme. La confundí con otra sirvienta del palacio. Como todas llevan el mismo uniforme... —Hadar se rascó la cabeza, fingiendo disimular su torpeza—. ¿Puede guiarme hasta la cocina, por si se encuentra allí?

Zhoe miró al juglar de arriba a abajo y arrugó el ceño. Esa petición le podría acarrear problemas.

—No sé si a la jefa de cocina le gustará tener por allí a un juglar, estorbando.

—Prometo echar un rápido vistazo y, si no está la chica que busco, desapareceré.

Al principio, Zhoe se mostró reacia, aunque decidió ceder. Ese juglar era demasiado atractivo como para negarse.

—Bien. Acompáñeme.

Zhoe avanzó a grandes zancadas por el pasillo. A Hadar le costaba seguirla. Mientras caminaban, se fijó en las marcas del cuello de Thuala: oscuros moretones asomaban bajo la blanca camisa de la chica. Las palabras de Rena volvieron a su memoria: «el servicio personal del conde exige ciertos sacrificios que no estoy dispuesta a realizar». Hadar sintió cómo se le aceleraba el pulso y la sangre se agolpaba en sus sienes, una mezcla de ira y frustración que casi le hizo perder el control. ¡Habían abusado de Thuala y ella ni siquiera era consciente de ello! Respiró profundamente e intentó calmar su furia. Delatarse no ayudaría en nada a Thuala.

Antes de descender hacia las cocinas, se cruzaron con un mayordomo que portaba una bandeja repleta de vasijas.

—El señor ha desayudando en su alcoba —dijo en tono altivo a la sirvienta—. Llévese los restos y que envíen al servicio de limpieza a la habitación.

Zhoe asintió y recogió la bandeja en un precario equilibrio.

—En seguida, señor.

El mayordomo prosiguió su camino hacia el otro ala del palacio, dejando a Zhoe y Hadar solos.

Apenas dio dos pasos y varios platos comenzaron a zarandearse sobre la bandeja. Intentó recuperar la estabilidad de los enseres culinarios, pero solo consiguió empeorar la situación. Varias copas cayeron al suelo, con metálico estruendo, y un par de vasijas los acompañaron. Hadar intentó ayudar, procurando evitar la catástrofe completa, pero, en vez de reducir el destrozo, se enganchó en la blusa de Zhoe y terminó con ella en el suelo.

RenegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora