La música se mantuvo en el salón del castillo hasta bien entrada la noche. Thuala y los demás sirvientes no tuvieron ni un momento de descanso. Hadar retomó su actuación a petición de la audiencia y los deleitó con la «Balada de los Infantes», una animada y picante canción, que llenó la estancia de risas.
Parecía que todos los invitados de Ver Niels estaban disfrutando de una magnifica velada, todos menos uno. Wilder no disimulaba su hastío y jugueteaba descuartizando piezas de fruta, dándoles formas siniestras. Cuanto más escándalo y diversión expresaba el conde y su corte, mayor era el desprecio con que Wilder los miraba.
Thuala lo observaba en la distancia, alejada de la mesa principal. En ningún momento apreció que disminuyese el fulgor que conectaba al conde y al hechicero, como si el vínculo que los unía no fuese fruto de un conjuro. Incluso Hadar, especialista en control de la voluntad, demostraba la tensión que le suponía mantener cualquiera de sus hechizos activos más allá del efecto inicial. Sin embargo, en Wilder no se apreciaba ningún esfuerzo. Como si aquel sortilegio se sustentase en una fuente distinta de él. ¿Estaría Wilder extrayendo la energía de otros humanos? Imposible. Thuala lo captaría. El flujo es utilizado por el canalizador, pero no se puede ocultar el vínculo con la fuente. En la magia de Wilder había algo inusual, algo que escapaba a la comprensión y conocimientos de Thuala y que quizá Hadar pudiera explicar.
Varias cortesanas se estuvieron disputando los favores del bardo cuando acabó su segunda actuación y se retomó el baile. Pasada la medianoche, algunos invitados iniciaron el retorno al hogar. Aquellos que pernoctaban en el castillo continuaron la diversión, hasta que el conde decidió retirarse a su alcoba. La condesa lo había hecho poco antes. Wilder acompañó al anfitrión hacia su lugar de descanso y liberó la estancia de la opresión de su presencia. Poco después, el salón quedó vacío, salvo por los sirvientes, que iniciaron las tediosas labores de limpieza.
Thuala descendió a la cocina más de cinco veces cargada de vasijas, estaba agotada, pero su papel de criada la obligaba. Con el salón a medio recoger, se detuvo unos segundos, situó las manos en la espalda y combó el cuerpo hacia afuera, intentando estirar la dolorida espalda. La amonestación de la jefa de cocina no se hizo esperar.
—No eres la única que está cansada, niña —la voluminosa mujer portaba un escoba en la mano, con la que apuntaba a Thuala—. El trabajo no se hará solo.
—Disculpe, señora, tiene razón. Vuelvo al salón de inmediato.
—No tan rápida, Zhoe —Elga apareció por una de las escaleras que conducían directamente a las habitaciones principales del castillo.
Thuala se quedó petrificada. Se giró hacia el ama de llaves y preguntó:
—¿Se requiere de mi presencia para alguna otra tarea, señora?
—En efecto. Acompáñame. El resto del servicio se ocupará de concluir la limpieza.
—¿Cuál es mi nuevo cometido, señora?
—Pronto lo comprobarás. Sube conmigo hacia los aposentos.
Una estrecha escalera de caracol condujo a ambas mujeres hasta la planta superior. Una vez allí, Elga ordenó a Thuala:
—Ve a tu cuarto y aséate. Tienes un uniforme nuevo esperándote. En quince minutos iré a verte.
Thuala se lavó con agua y jabón y se puso el nuevo uniforme, más ceñido y corto que el habitual. Al parecer, su intento de pasar desapercibida no había dado resultado y el conde reclamaba su juguete.
—Se va a llevar una sorpresa —pensó Thuala.
Elga la sorprendió terminando de ajustar la falda que dejaba al descubierto la mayor parte de sus torneados muslos.
—Vas a encajar perfectamente en tu nuevo cometido —comentó, analizándola con ojo crítico.
—¿Qué tengo que hacer?
—Debes asistir al conde en su alcoba. Quiere seguir bebiendo con un pequeño grupo de allegados y te han escogido a ti para que los atiendas. ¡Sígueme!
Elga y Thuala recorrieron los oscuros pasillos del primer piso del castillo hasta la cámara principal. Antes de entrar, Elga se giró hacia Thuala y la reconvino:
—Esta es tu gran oportunidad, Zhoe. Si el conde termina contento con tus servicios, serás ampliamente recompensada y tu tío jamás volverá a considerarte una carga.
—No sé si entiendo lo que me está pidiendo, señora.
—No te preocupes por eso. Ahí dentro tan solo debes hacer una cosa: obedecer. No contradigas en nada al conde ni a sus amigos y, por encima de todo, no comentes nada de lo que ocurra en esa habitación a nadie, o tu vida perderá por completo su valor.
—De...De acuerdo —fingió Thuala la incertidumbre.
—Adelante.
Elga llamó a la puerta y la abrió con sumo cuidado:
—La sirvienta que ordenó, señor.
—Perfecto, Elga, hágala pasar.
Elga acompañó a la chica con su brazo y cerró la puerta tras ella. Thuala tardó unos instantes en acostumbrarse a la penumbra. Cuando lo consiguió, el panorama que descubrió llegó a sorprenderla: sobre un enorme nicho con dosel, yacían, desnudas, tres de las cortesanas que Thuala había visto tonteando con Hadar. Junto a ellas, también tumbado en el lecho, sin ropa, se encontraba el conde. Al costado de la cama, en ropa interior, se encontraba Wilder, que sonrió con lujuria a Thuala.
—Adelante, muchacha, sírvenos. Sobre aquel mueble se encuentran las bebidas. No permitas que esta prometedora noche decaiga...
Thuala caminó con pasos tímidos hacia el fondo de la alcoba, donde le había indicado el hechicero. Había esperado encontrarse al libidinoso Ver Niels dispuesto a propasarse con una indefensa criada y estaba preparada para doblegarlo. Sin embargo, la presencia de Wilder complicaba su estrategia: no podía utilizar su magia sin ser descubierta...
La noche iba a ser larga y, posiblemente, bastante desagradable para ella, pero tendría que practicar el estoicismo una vez más si no quería tener que enfrentarse a un hechicero cuyo poder desconocía.
—¡Vamos, chica, no dejes que nuestras gargantas se queden sin el néctar de los dioses! —reclamó el conde.
Thuala llenó cinco copas, las depositó en una bandeja, respiró y caminó hacia su desagradable destino...
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Renegada
FantasyThuala es una hechicera fuera de lo común, no solo por sus inusuales poderes, sino también porque ha desafiado a la Orden Arcana y sus estrictos preceptos. Quien se salta el Código de la hechicería debe ser castigado y la Orden no perdona. Tras años...