Zhoe subía las escaleras que llevaban a los pisos superiores del castillo. Se dirigía a su habitación en busca de un momento de descanso. Estaba agotada después del servicio del medio día. Deseaba llegar a la cama, tumbarse y dormir. No sabía por qué, pero sentía un cansancio fuera de lo común. Además, esa mañana se había despertado con sus partes íntimas irritadas y necesitaba lavarse con urgencia, como si hubiese estado cabalgando durante horas.
Hizo una leve parada en el descansillo del primer piso, antes de continuar hacia el ala derecha. A esas horas, el salón de festejos y sus aledaños estaban vacíos. Zhoe respiró profundamente y se dio ánimos:
—Un poco más y podrás dormir —pensó, y reinició el camino.
De pronto, una figura apareció entre la penumbra. Zhoe se sobresaltó y dio un leve gritito.
—Siento haberla asustado, señorita. Me preguntaba si podría ofrecerme usted su ayuda.
Zhoe tardó unos segundos en recuperar la compostura. Miró a su interlocutor y reconoció en él al juglar. ¿Qué querría ese entrometido ahora? Hacía unos días que el conde lo había contratado. Se encargaba de amenizar sus banquetes y, la verdad, cantaba bien. Además, era apuesto, pero había cogido demasiada confianza con el servicio. Pasaba el día pululando por las cocinas del castillo, entorpeciendo a la servidumbre en sus tareas, seguramente, en busca de alguna criada insensata que seducir. Zhoe no lo aguantaba, aunque le resultaba atractivo de alguna manera.
—No se preocupe. ¿En qué puedo serle de utilidad? —intentó ser amable, pero su tono fue frío y cortante. Solo pensaba en tumbarse en la cama.
—La condesa ha solicitado mis servicios en los jardines y no sé dónde se encuentran. ¿Podría usted acompañarme?
Zhoe se quedó pensativa unos momentos, buscando en su memoria alguna referencia a ese lugar. Recordó un comentario de las cocineras: «la condesa suele ir a pasear al foso del este, donde las flores». ¿Sería ese el lugar al que se refería el juglar?
—Creo que sabría indicarle. Debe bajar al patio de armas...
—Preferiría que me acompañara —interrumpió el juglar—. La condesa no tolera los retrasos y no quisiera perderme.
Zhoe lo miró con los ojos entornados, incapaz de ocultar su rabia. Los cerró un instante, suspiró y dijo:
—De acuerdo, sígame. No disgustemos a la señora.
Recorrieron las cocinas, pasaron por las caballerizas, el patio de armas y salieron al foso interior por una pequeña poterna. Se encontraban en un terreno llano, que separaba las altas almenas de la muralla baja. Era la parte más externa del castillo protegida por muros.
—La condesa suele estar en la zona este. Hacia allí —Zhoe señaló con un brazo la zona izquierda.
Hadar asintió. Miró a su alrededor y calculó la distancia hasta la torre del homenaje. Esperaba que fuese suficiente. Si Wilder o alguno de sus acólitos se encontraba en las inmediaciones lo detectaría, pero debía hacerlo... Comenzó a susurrar unas palabras al oído de Zhoe y el hechizo fue apoderándose de ella...
—¿Thuala? ¿Dónde estás? ¡He venido a rescatarte! —la voz de Hadar se perdía entre la bruma blanquecina que nublaba la conciencia de Thuala—. ¡Thuala! ¡Regresa!
—¿¡Quién eres!? ¿Cómo has accedido aquí?
—¿Thuala? ¿Eres tú?
—Soy Zhoe. ¿Cómo puedes contactar con mis pensamientos? Eres un hechicero, ¿verdad? Sal de mi mente ahora mismo o te echaré yo.
—¿Zhoe? ¡Espera! ¡No eres consciente de lo que te está pasando! ¡Déjame explicártelo!
—¡Lo único que me pasa es que hay un intruso entre mis pensamientos! ¡Sal ahora mismo!
—¡Zhoe, estás siendo controlada por un nigromante! ¿No notas un cansancio extremo? ¿No sientes que no eres capaz de recordar ciertas cosas? ¿Dónde estuviste anoche? ¿Qué hiciste?
—¡Quién intenta manipularme eres tú! ¡Sal de mi cabeza!
Hadar notó la fuerza de la chica, una potente energía que lo empujaba fuera de su mente. Había esperado encontrarse con Thuala en aquella incursión, pero no había ni rastro de la hechicera. Zhoe, su nueva personalidad, se había apropiado de toda aquella conciencia y no quedaba ni rastro de su antigua amante. Al sentirse expulsado, hizo un último intento desesperado por desenterrar a Thuala del inconsciente, donde, esperaba, se habría guarecido del influjo de Wilder:
—¡No eres Zhoe! ¡Zhoe no existe! ¡Es una tapadera! ¡Tú eres Thuala, la renegada! ¡La hechicera más buscada por los sabuesos de la Orden y una de las más peligrosas! ¡No lo recuerdas!
—¡No digas más sandeces y sal de mis pensamientos!
—¡Thuala! ¡Vuelve! ¡Thualaaaa!
Hadar se vio expulsado de la mente de la sirvienta. Aunque había mantenido el nivel preconsciente de Zhoe activo, el estado de vigilia de la chica se encontraba bajo su control. Permanecía en un estado de trance, sin apercibirse de la realidad que le rodeaba. Antes de concluir el hechizo, borró su rastro de la memoria activa de Thuala. Jamás recordaría esos pensamientos con los que había interaccionado; como mucho, se guardarían en la vaguedad del inconsciente, enredados entre sueños, fantasías y temores.
—Muchas gracias por acompañarme, Zhoe. Creo que puedo proseguir solo hacia los jardines.
—No tiene pérdida. Las murallas evitarán que se extravíe —Zhoe no pudo evitar sonar algo borde—. Hasta más ver.
Zhoe regresó al castillo por la pequeña poterna y dejó a Hadar sumido en sus reflexiones. Caminó hacia el supuesto jardín hasta asegurarse de que la muchacha lo había perdido de vista. Entonces, regresó tras sus pasos y se dirigió a los aposentos del servicio. Debía idear un plan alternativo.
Durante el trayecto siguió rumiando su fracaso. El intento por liberar a Thuala de las garras de Wilder había sido un fiasco. Tenía la esperanza de que la hechicera, de alguna manera, se hubiese resistido al influjo del nigromante y lo hubiese burlado, pero no fue así. Si hubiese mantenido en control sobre sí misma, la habría ayudado a liberarse. Sin embargo, no encontró ni rastro de ella. Al menos, sabía que Wilder ignoraba su auténtica personalidad y desconocía sus dotes mágicas. De no ser así, habría puesto a todo su séquito de «extractores» en alerta y la misión de Hadar estaría condenada al fracaso. La situación era acuciante. Había pasado casi una semana desde que dio aviso a los sabuesos de la Orden y no había tenido noticias de ellos. Sin su ayuda, poco podría hacer contra Wilder y sus acólitos, pero, el tiempo apremiaba. Thuala estaba más deteriorada cada día y sentía que su vida corría serio peligro. ¿Cuánto podría permanecer una personalidad aletargada sin disociarse por completo de la conciencia a la que pertenecía? Hadar no tenía la respuesta, aunque prefería barajar esa esperanza antes que plantear la otra opción: la completa aniquilación de Thuala por el hechizo de Wilder.
Entró en su aposento y se dejó caer en la cama como un peso muerto. Se sentía abatido. La situación se le iba de las manos. No encontraba solución a la disyuntiva a la que se enfrentaba: salvar a Thuala y delatarse o sacrificarla y detener a Wilder. Mientras le daba vueltas al problema, un intranquilo sueño se apoderó de él. Solo dormiré hasta la cena, pensó, antes de caer en un profundo letargo.
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Renegada
FantasiThuala es una hechicera fuera de lo común, no solo por sus inusuales poderes, sino también porque ha desafiado a la Orden Arcana y sus estrictos preceptos. Quien se salta el Código de la hechicería debe ser castigado y la Orden no perdona. Tras años...