Parte 13

11 3 0
                                    


Ver Niels bebió su tercera copa de un trago y se arrojó sobre la cortesana de cabello rubio y rizado. Las otras dos desarrollaban sus juegos amorosos junto a Wilder. Cuerpos desnudos, entrelazados, exudando deseo y lujuria.

Thuala se mantenía al margen de la escena, intentando pasar desapercibida. Su función, de momento, se limitaba a escanciar y servir las bebidas que los cinco libertinos demandaban. El grupo parecía estar disfrutando de placeres insondables por los gritos y gemidos que proferían, pero Thuala veía más allá de las apariencias. Las tres chicas estaban enlazadas a Wilder por un hechizo de control, como el conde. Eran sus marionetas. ¿Hasta qué punto estaba su voluntad sometida? ¿Realmente querían participar en aquella orgía? Thuala lo dudaba.

¿Cómo lograba Wilder mantener el conjuro de sometimiento sobre tantas personas a la vez? ¿Hasta dónde alcanzaba su poder? ¿Dónde radicaba su fuente de energía? No conocía las respuestas, pero sabía que debía estar alerta. Un mago tan poderoso podría llegar a controlarla incluso a ella.

—¡Chica! ¡Más vino! —Wilder reclamó su atención.

Thuala se acercó con la jarra y llenó una copa. El hechicero yacía sobre el lecho, mientras las dos cortesanas intentaban recuperar el aliento tras alcanzar el paroxismo. Wilder no parecía estar tan agotado como las mujeres. Thuala le alargó la copa y el mago le prestó más atención de la que Thuala hubiera deseado. Sintió los ojos lúbricos del brujo recorriendo su cuerpo, desnudando sus formas, y sintió una mezcla de asco y temor. Wilder lo notó. Una sonrisa cruel se dibujó en su rostro antes de ordenar:

—Desnúdate.

Thuala retrocedió dos pasos de forma involuntaria y negó con la cabeza. Wilder levantó una ceja, no esperaba que una criada se atreviese a desobedecer sus órdenes. Thuala esperó el golpe que le recordase su condición, sin embargo, no llegó. En cambio, Wilder se encogió de hombros y comenzó a susurrar unas palabras ininteligibles para cualquier no iniciado, pero que Thuala reconoció: un conjuro.

Wilder intentaba someter su voluntad. Thuala reconoció el lenguaje arcano, aunque no comprendió el sortilegio. Sintió la magia fluyendo alrededor del mago, concentrándose, dispuesta a proyectarse sobre ella. ¿Qué debía hacer? Si bloqueaba el flujo, se delataría como hechicera y el enfrentamiento con Wilder sería inevitable. Si no actuaba, quedaría sometida a la voluntad del nigromante, sin conocer hasta qué punto perdería el control sobre sí misma.

El poder de Wilder crecía conforme el conjuro iba completándose. Era más complejo que los utilizados por Thuala, pero estaba llegando a su fin. ¡Debía tomar una decisión! ¿Enfrentarse a Wilder o dejarse subyugar? Ambas opciones parecían poco acertadas. Entonces, se planteó otra alternativa: podía huir de la estancia, escapar de aquella encerrona, abandonar el castillo y olvidarse de aquel asunto. Era lo más lógico, lo que debía haber hecho desde el principio. Se giró, dio dos pasos hacia la puerta y entonces se detuvo. Demasiado tarde...

—No tan rápido, jovencita. Vuélvete —la voz de Wilder resonó en su cabeza.

Thuala sintió el flujo adentrándose en su conciencia, expandiéndose por ella como un manto de bruma. Intentó rebelarse, cortar el vínculo, pero no fue capaz. Por algún extraño motivo, su poder estaba bloqueado. El velo que se extendía por su cerebro obstaculizaba su discernimiento, impidiéndole recordar cualquier conjuro. Desesperada, buscó alguna fuente desde la que canalizar el poder, pero fue en vano. La magia se ahogaba en ella, sumida en un laberinto de confusión. Se estremeció. Por primera vez en su vida estaba completamente aterrada. Por mucho que quisiera, la voz de Wilder se apoderaba de ella...

—Quítate esa ropa tan vulgar y muéstrame tus encantos...

Thuala se resistió, oponiendo toda su fuerza de voluntad contra el hechicero. Creó un muro de silencio que impidiese a Wilder adentrarse más. El eco se estrelló contra la barrera levantada por Thuala, pero la bruma siguió avanzando. Poco a poco, el poder de Wilder fue envolviendo el dique y, en cuanto fue rebasado por completo, se disolvió en los vapores de la conciencia. Thuala gritó, horrorizada, pero su voz apenas se materializó en pensamiento. Una vez derribado el último muro, nada impedía al nigromante tomar el control. En un intento desesperado, Thuala huyó al único rincón de su conciencia donde podría refugiarse, el mismo en el que, de niña, se guarecía para soportar las insufribles torturas a las que se veían sometidos los acólitos de la Orden. Se adentró en su habitación blanca y bloqueó cualquier contacto con el exterior: la preocupación, el miedo, el dolor, la humillación quedaron fuera...

—No está nada mal mi nueva criada —intervino Ver Niels, mientras Thuala dejaba caer corpiño y falda.

—Sin duda; es una caja de sorpresas... —comentó Wilder.

—No te quites la camisa del todo, con que la desabotones es suficiente —ordenó Ver Niels—. Cada uno debe recordar su posición. No queremos que la servidumbre se confunda con la nobleza.

Las carcajadas del conde fueron secundadas por las cortesanas. Wilder se limitó a sonreír con condescendencia antes de indicar a Thuala que se uniera al grupo.

La joven criada aceptó de buen grado la invitación, incapaz de resistirse a los mandatos de su dueño...

RenegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora