𝐋𝐚 𝐚𝐛𝐮𝐞𝐥𝐚 𝐋𝐢𝐬𝐛𝐨𝐧𝐞

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‖ Kelly Lisbone ‖

Gojo Satoru es hombre muerto.

Estoy completamente segura de que él sabía de esto, cielos, ojalá regrese pronto porque quiero estrangularlo con mis propias manos hasta que su piel de porcelana se vuelva morada. Esta vez no tiene salvación, no la tiene.

NO LA TIENE.

—¡Abuela!

La mujer de cabellos blancos elevo el mentón lo suficiente para que sus ojos verdes y cansados encontrarán mi imagen a través de esas gafas transparentes. Ella sonrió y el sol brillo con extrema intensidad, siempre tan elegante y hermosa... una mujer admirable y fuera del estándar común entre ancianas.

Pero ojo, podía ser hermosa y adorable a simple vista, una vez que la conoces rezas a cada segundo por sobrevivir un minuto más.

—Esta anciana no puede esperarte siempre, Kelly.

—¡Espere! ¡Abuela!

—¿Qué te hace pensar que una anciana como yo puede subir hasta el último piso con cinco maletas, ah?

Cada sílaba conllevaba un golpe por su periódico, es aquí cuando pierde la dulzura y belleza. Físicamente me encantaría envejecer como ella, psicológicamente deseo ser mejor.

—¡Ya entendí, lo siento!

—Más lo sentí yo— gruñó y golpeó por última vez mi cabeza con el periódico— esta juventud de hoy en día cree que por estar más actualizados pueden desecharnos. No saben ni limpiarse el trasero.

Susurró muchas maldiciones golpeando el suelo con su bastón.

—Abuela lo siento, no sabía que vendría a visitarme.

—Patrañas— sacudió su cabeza— ahora resulta que tu trabajo es más importante que la salud de tu abuela, un día me voy a morir y vendré a jalarte las orejas para que te enteres porque tu ni siquiera me llamas.

—Abuelita...

—Nada de abuelita— interrumpió— si yo no vengo tu no me visitas.

Empujo la puerta con su bastón y entró a la morada susurrando un millón de quejas más.

—¿Quién es esa señora?— susurró el pelirosado a mi lado escondido tras la pared.

La mujer de avanzada edad se perdió perdió la sala dejando caer su abrigo y bolso en el pasillo, ni siquiera tuvo la decencia de quitarse los zapatos.

—Mi abuela— respondi tras un suspiro pesado.

—¿Se van a quedar ahí par de jovencitos?— preguntó la anciana asomando su cabeza.

—¡Ya vamos abuela!

Sonreí y la mujer pareció estar satisfecha, pues volvió a perderse en el interior de mi hogar.

—Ya decía yo que no la golpeaba por otra cosa— murmuró satisfecho.

Ambos guardamos las maletas de la abuela mientras ella analizaba todo el entorno desde el sofá en silencio, criticando mentalmente aquello que no le gustaba.

𝐀 𝐭𝐮 𝐥𝐚𝐝𝐨 ‖ 𝑮𝒐𝒋𝒐 𝑺𝒂𝒕𝒐𝒓𝒖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora