DIECISIETE

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Maggie se encontraba en la mecedora. Moviéndose para adelante y para atrás muy lentamente. Estaba sola en su patio trasero, completamente sola excepto por las palomas gordas y el gato gris del vecino, el sonido del transito y el viento suave. El cigarrillo a medio consumir en su mano, sus ojeras, sus labios desgastados, casi desnuda sentada en medio del terreno. Acariciaba sus costillas, luego sus clavículas, como si hubiera arte en ellas. Sus largas piernas con lunares... cualquier persona la envidiaría, cualquier persona la mimaría hasta hacerla sufrir. 

Sus sentimientos estaban anulados, semivacíos como su alma. Sus lágrimas transitaban por la piel pálida y suave de aquella chica perdida. ¿Por qué lloraba? ¿por que no? Siempre es bueno llorar... llorar por la soledad, por el malestar, por la mala vida, por las traiciones y las mentiras, por el dolor... en fin, ella lloraba para olvidar lo que le hacia daño. 

Sacó del bolsillo delantero de la camisa rosa una caja de pastillas. Pastillas... drogas... éxtasis para revivir en segundos. Puso una en su boca y tomó la botella de cerveza que había en el suelo. Largos tragos amargos acompañaron a la droga al estomago, luego otra pastilla, otras tres juntas, las cuales tosió pero no escupió. Una que relamió con su lengua y al final otra más. 

Sus lágrimas seguían dándole dolor y esperanzas. Pero las pastillas que comenzaban a disolverse en su estomago anunciaba un final, un final trágico para la adolescente sin ilusiones, solo una montaña de decepciones. 

Cerro los ojos para ya no oír ni sentir nada. Ya no quería escuchar el rugir de los motores de los autos, ni el ruido de las campanillas chocarse, ni las risas de los niños que jugaban en la casa de al lado, tampoco los perros que ladraban a cualquiera que pasase. 

Era como un laberinto la vida de una persona depresiva... nadie sabe la salida, ni ellos. 

Cool╰☆╮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora