1. Camille (Bill Fay)

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--¡Camille, tenemos que irnos!

Aquella voz insistente volvió a llamarla de nuevo. La pelirroja, otra vez, pasó sus manos enguantadas por su sedoso vestido blanco, completamente pulcro y con ligeros adornos plateados que lejos de saturar la tela blanca le otorgaban simpleza y elegancia. No se sentía ni cómoda, ni segura. Los bailes que organizaban a lo largo de la temporada eran los más esperados por todos los londinenses. Enormes salas de fiesta, con adornos florales, otoñales, e incluso navideños, decoraban el gran salón de quien, cada año, tomaba la iniciativa de llevar estos festejos a la calidad de su enorme mansión, siempre adecuados y en sintonía con la época del año en la que se encontraban. No había nadie que rechazara su invitación, y por lo tanto, su familia tampoco lo hizo, a pesar de que su nombre seguía ganándose un sitio entre las conversaciones de sus ahora vecinos. Solo sabían de los anfitriones lo que otros habían contado.

--¡Sólo un minuto más!

Rogó de nuevo la joven frente al espejo, sabiendo que no sería concedido. No era la primera vez que asistía a un baile desde que se mudaron, pero si era la primera vez que iba a uno tan importante, y era entonces cuando todos los ojos estarían sobre ella. Ya cualquiera conocía que estaba disponible para el matrimonio, y aunque su presentación no fuera igual que la de las otras jóvenes "afortunadas", el procedimiento para elegir esposo sería el mismo.

--¡No podemos llegar tarde!

Avisó, de nuevo, otro incesante grito de su hermano mayor, Éttiene. Camille volvió a mirar su reflejo una última vez, capturando en su memoria el brillo que sus ojos mostraban, no por emoción contenida, sino por nervios expresados. Suspiró un par de veces, cerró sus párpados ligeramente sombreados y soltó todo el aire que contenía. No debía dejarse llevarse por la presión, no es que fuera a comprometerse esa misma noche con el hombre más pedante de la velada. Tenía que hacer lo mismo que su hermana, Sandrine, ser ella misma y buscar al hombre indicado. La mayor había encontrado un prometido en Londres, y es que aunque no estaba casada, toda la familia esperaba con ansias su boda. Sandrine había sido uno de los motivos de la repentina emigración.

--¡Ya voy!

Exclamó una última vez, justo antes de abrir las frías puertas de su alcoba y comenzar a  moverse escaleras abajo. Estaba asustada y atemorizada, palabras y sentimientos que casi nunca había identificado como propios. No solía incluirlos en su diccionario. Siempre se había definido a sí misma como alguien valiente e independiente, pero desde que se mudaron a aquella capital hace tan solo unas semanas, la presión de ser presentada en sociedad ante una nación completamente diferente a la supuesta comodidad de Francia, la atemorizaba. Para cuando la familia Dubois llegó a Londres, el diamante de la temporada de 1813 ya había sido nombrado; Daphne Bridgerton, una joven a su parecer encantadora, había sido bendecida con ese flamante y real título.

No es que la conociera lo suficiente como para poder afirmar que era una buena persona, o al menos, alguien con un mínimo de bondad en su interior, pero su instinto pocas veces fallaba, y a juzgar por los momentos en los que habían conversado, aunque haya sido en no tantas ocasiones como le habría gustado, le habían dado a entender que era alguien en quien podía confiar. Su apellido, también flamante, era sonado por todo Londres. "Bridgerton", un segundo nombre con una exquisita tradición familiar que dio lugar a un grande vizcondado, y a una familia de ocho hijos, de los cuales, solo había podido conocer a uno, la antes mencionada.

--No puedes hacerte esperar, tenemos que dar una buena impresión.

Su madre, Kalet, fue quien habló ahora, sustituyendo la voz del primogénito de la familia. Nadie les conocía apenas, eso era cierto, pero una opinión formada no era demasiado importante en ese entonces ¿no?, la mayoría de familias juzgaban a las demás en un vaivén de palabras agradables, o, justo todo lo contrario, palabras rabiosas y envidiosas. La columna de cotilleos de Lady Whistledown tampoco era de ayuda. Al final, la mayoría, ya se acercaba con una opinión construida de los Dubois, igual que ellos también entablaban conversación con familias de las que ya habían oído hablar antes.

Serendipité|Anthony BridgertonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora