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19 de octubre.
2 semanas después del accidente.

— ¿Todo listo?—preguntó la madre de Sunghoon a su hijo. El rubio tomó las dos muletas y con una media sonrisa asintió, dejando atrás ese cuarto blanco y apagado del hospital. — Vámonos a casa.

Así era, Sunghoon pasaría unas semanas viviendo en la casa de sus padres en Seúl. Solo hasta que pueda dejar de usar las muletas y se le vayan las molestias en el cuerpo. Luego él podría volver a su ciudad remota de Namyangju dónde todo lo que buscó siempre encontró.

Sus amigos lo habían ido a despedir esa misma tarde, una hora antes de que por fin le den el alta en el hospital ya no quedaba nadie en su habitación y lo único que sonaba era ese molesto pitido a su lado.

— Fuimos a la residencia y conocimos a los dueños—le contaba su madre completamente contenta de tener a su hijo ahí con ella, y encima yendo a casa. — Muy dulces, se notan que son buebnas personas. Te mandaron saludos y una muy pronta recuperación.

Sunghoon escuchaba y asentía pero no respondía. Pasaban los minutos, que se transformaron en horas y el chico no había pronunciado palabra alguna. Estaba perdido, cansado, con sueño, triste, algo adolorido aún y con ansias de que el tiempo pase rápido así podría volver a su rutina, ver a su gente, volver a vivir.

De entre todas las cosas que extrañaría de Namyangju una de esas sería a una de sus personas favoritas: Yaebin. La chica pelo azabache había comenzado siendo una gruñona con un carácter algo difícil y hoy en día era el sol caído del cielo. Desde que se enteró lo de Sunghoon se había encargado de ir al hospital todos los días. A pesar de estar afueras de la ciudad, había llegado a ir hasta en su famosa bici, con las que ambos se habían conocido.

Yaebin era uno de los pocos pilares que sostenía a Sunghoon en este momento tan crítico y sensible. La cabeza del chico lo único que le repetía era el constante sentimiento de que debía rendirse, que ni intentar valdría la pena. Y horas después aparecía ella, con su brillante sonrisa y sus ánimos de que todo saldría bien.

Y sí, todo iba a salir bien. Solo había que ser paciente.



2 de noviembre.
4 semanas después del accidente.

En estos largos, aburridos y solitarios días en Seúl, Sunghoon había tomado completa curiosidad en la lectura. Su padre era un amante de los libros así que tenía distintas opciones para elegir ahí en su casa. De hecho, le había interesado una escritora en especial; Agatha Christie.

Sus libros eran una maravilla. Cortos, entretenidos, diferentes al resto y con finales que te dejaban boquiabierto. Cada vez que se terminaba uno nuevo, el chico sonreía gustoso y le mandaba mensaje a Yaebin contándole qué tanto le había gustado, algunos detalles y ambos charlaban sobre el final, si es que la chica lo había leído.

Así que sus días rondaban en eso. Desayunar, ver algo de tele, usar el celular, leer al menos cinco horas distribuidas en todo el día, cenaba, leía un par de páginas mas y por último una reseña a la pelinegra antes de irse a dormir.

Incluso aunque todavía faltara estar al menos un mes más aquí en Seúl, Sunghoon luchaba por no sentirse tan solo. Casi no podía salir ni a la esquina sin ayuda así que los días que hacía buen clima los aprovechaba para estar en el patio y tomar sol junto a la mascota de su madre, Gaeul.

— ¡Estas pelinegro de vuelta!—gritó Yaebin cuando lo vio a través del celular. Estaban haciendo una videollamada, Sunghoon quería mostrarle su nuevo cambio de look. La chica reía sin poder creerlo, cada día estaba mas hermoso que nunca.

LONELY ━━ park sunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora