Capítulo 25

99 10 1
                                    

Annnabeth

Estoy muy confusa. ¿Percy me ha mentido todo este tiempo? ¿Piensa queestamos saliendo? ¿Y desde cuándo? ¿Ha pensado siempre que estábamossaliendo? ¿Por qué mentiría al respecto? Todo esto de los favores, ser amable yhacer que me enamore de él al mismo tiempo... Puede que yo haya estadoviviendo en una burbuja de negación, pero Percy ha estado mintiendo. ¿No?«Necesito un favor Annabeth. Me gustas, Annabeth. Finge conmigo, Annabeth». ¿Quéparte era real?

Levanto la mirada, sorprendida cuando me doy cuenta de que estoy en casade Percy. No recuerdo haber caminado hasta aquí. Recuerdo irme delrestaurante, pero ¿de verdad acabo de caminar más de un kilómetro y medioprácticamente a ciegas? Me quedo quieta en la acera, sin saber muy bien quéestoy haciendo. Me miro los pies y muevo los dedos dentro del zapato antes deabrir la puerta de un tirón. Llego hasta el vestíbulo y entonces me acuerdo deque nunca he estado aquí sin Percy, y este es un edificio seguro, lo que significaque no puedo pasar del vestíbulo sin una llave o sin que me abran a través delportero automático, o lo que sea. Y ni siquiera sé si él está en casa ahora mismo. 

—Señorita Chase, ¿necesita que le abra?

Me vuelvo hacia el portero, un hombre alto y distinguido de unos cincuentaaños. Lo he visto antes, unas cuantas veces, pero no creo que haya habladonunca con él. En realidad, sé que no lo he hecho, porque me parece haberdetectado un acento británico y me habría acordado de eso. ¿Cómo narices sabemi nombre? 

—He venido a ver a un residente —balbuceo, sin saber bien cómo proceder. 

—Claro. Está en la lista del señor Jackson. Ahora le abro. 

Estoy en su lista. Otra cosa de la que no tenía ni idea. 

Evito el ascensor y subo por las escaleras. Solo hay que subir dos tramos deescaleras y, sinceramente, no tengo ni idea de lo que le voy a decir cuandollegue.

Pero no dispongo de mucho tiempo para pensar en ello, porque me estáesperando en la puerta. Por lo visto, el servicio de apertura de puerta incluye unaviso al inquilino. 

Está apoyado contra el marco y me observa mientras recorro el pasillo haciaél. Tiene los brazos cruzados. Lleva otra de las camisas que compró aquel díaque fuimos a Nueva York y unos vaqueros desgastados. Cuando me acerco más,me percato de que está molesto, tiene los ojos fríos y una expresión precavida. 

Un momento. 

¿Está enfadado conmigo? Más le vale que no. 

Porque soy yo la que está enfadada con él.

¿Y acaso hay algo más irritante que alguien enfadado contigo cuando eres túla que se supone que ha de estar enfadada? No, no lo hay. 

—Muy amable por tu parte volver —comenta. Tensa la mandíbula, y luegose aparta del marco y se frota la quijada con una mano, después me sigue alinterior de su piso. 

—¿Por qué tantas mentiras, Percy? —He logrado superar toda la comida conlas chicas sin perder los nervios por completo. No, eso me lo he guardado paraPercy. De modo que ignoro su irritación y dejo salir la mía. 

—¿Cómo? —La sorpresa se refleja en sus facciones. Frunce el ceño y se lesuaviza la cara—. Annabeth, ¿de qué hablas? 

—¡De nosotros! —grito—. Los favores eran mentira, ¿no? No necesitabasuna cita para la boda, ¿verdad? Probablemente cancelaste los planes con otrapara llevarme a mí. —Alza las cejas una fracción cuando lo digo, y sé que tengorazón—. Vas y te ofreces a ayudarme para aprender cómo comportarme en lascitas. Me traes dónuts y me provocas esos orgasmos que me cambian la vida. —Sonríe cuando digo esto último y me cabreo aún más—. Borra esa sonrisita,Percy. ¡Joder! Contigo no sé lo que es real y lo que es mentira. ¿Estamossaliendo? ¿Qué narices significa pasar el rato a lo Annabeth y Percy? ¿Significaamigos con derecho a roce? ¿Significa que eres mi novio? 

—Me parece que sabes que aquí pasa algo. —Lo dice con voz serena, comosi intentara calmarme—. Entre nosotros. 

—Pues a mí me parece que necesitas pensar en ello—replico—. Puede que no sea capaz de darte lo que quieres de mí. 

—Yo creo que sí. —Me mira directamente con una expresión inquebrantable—. Sé que sí.

—No sé ni qué pensar —admito agitando las manos porque empiezo aponerme histérica. No. Ya estaba más que histérica hace una hora. Me estoyacercando a un estado al que no deseo llegar y que no quiero que vea. 

—Es bastante simple, Annabeth—afirma con un tono delicado—. No te creaslas mentiras. Cree en mí. Cree en cómo te hago sentir. Créeme cuando te digoque te quiero.

Ay, Dios. 

Siento como si el resto de mi vida se tambaleara en este momento. Y esdemasiado. ¡Necesito un segundo, por Dios! Pero Percy está ahí, esperandorespuestas. 

Lo llaman al móvil, un tono que reconozco. Es el que tiene asignado para eltrabajo, el que siempre ha de contestar. Gruñe antes de contestar. 

—Un segundo —murmura lacónicamente al teléfono antes de sostenerlo aun lado y tirar de mí hasta uno de los taburetes junto a la isla de la cocina. Poneun vaso de agua delante de mí y me dice que respire y que le dé un segundo.Acto seguido me da la espalda y empieza a ladrarle al teléfono. 

Evidentemente, aprovecho ese momento para salir pitando de ahí. 

Estoy temblando. El corazón me late desbocado y tengo la respiraciónpesada. Estoy sufriendo un ataque de pánico. Trago saliva con dificultad y mearden los ojos. Tengo la garganta cerrada mientras lucho contra las lágrimas queamenazan con caer, porque a mí un ataque de pánico también me hace llorar.Como si el resto no fuera lo bastante malo, la amenaza de las lágrimas siemprees el último elemento insultante. Odio la sensación de cuando estás a punto dellorar. Las lágrimas en sí no son tan malas como ese momento previo, cuandome empiezan a escocer los ojos y me avergüenza llorar, sumado a todo lodemás. 

Sé que es probable que Percy me siga y no quiero que me vea así. No quieroque nadie me vea así. Nunca. Han pasado años desde mi último ataque depánico. Desde que me mudé a la residencia universitaria en mi primer año decarrera. Llegué unas horas antes que Rachel y, después de que mi madre semarchara, perdí el control. Rachel todavía no estaba allí, yo estaba sola en unsitio nuevo a punto de empezar un nuevo capítulo y, no sé, sencillamente, perdíel control. Y es estúpido, ¿verdad? Estaba a punto de empezar la universidadcon mi mejor amiga a mi lado. Una gran universidad a la que había querido ir,donde estaba encantada de estar y que me permitiría sobresalir académicamente.No había nada por lo que estar triste. No obstante, me senté en esa habitación, ysentí como si todo el oxígeno de la estancia hubiera desaparecido y como si lasparedes se me estuvieran echando encima. 

Me sentí sola, pese a que los pasillos estaban atestados de gente, justo al otrolado de mi puerta. Pero ¿de qué sirve eso cuando estás rodeada de gente que note comprendería? ¿Que no te conoce de verdad? Puede que quisieran ayudar, opuede que pensaran que era una reina del dramatismo. Un desastre del quequerrían alejarse durante el resto del año.

De modo que me concentré en el tablón de anuncios vacío encima de mimesa y respiré. Inspiré y espiré hasta que me calmé. Y entonces, tranquilamente,deshice las maletas e hice la cama. Me retoqué el maquillaje y salí de lahabitación para pasear, aunque todavía sentía un nudo en el pecho y los hombrospesados. Terminé en la biblioteca del campus, donde recorrí los pasillos delibros y luché contra los miedos que amenazaban con ahogarme, y me centré enlo afortunada que era por estar allí. 

De modo que ahora hago lo que hice entonces. Me escondo. 

Sé qué ruta esperará que coja y yo tomo la contraria. Salgo del edificio poruna puerta lateral que no pasa por el vestíbulo y por la que no se puede accederdesde fuera. Camino los dos bloques hasta el Starbucks donde lo vi hace tantassemanas y me encierro en el baño. 

Me inclino contra la puerta, me rodeo el cuerpo con las manos y meconcentro en el secador de manos de la pared opuesta. «No vas a morir, Annabeth.Solo respira. Se te pasará en unos minutos». 

Espero que sí.

El Chico de mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora