Capítulo 4

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Annabeth

—¡Adiós, señorita Chase! —El último de mis alumnos se despide con lamano y recorre la calle hacia uno de los autobuses aparcados en la acera. Lededico una sonrisa genuina. Estos niños son siempre la mejor parte del día.Sabía que quería ser maestra desde que era pequeña. El colegio siempre mehacía feliz, sin importar lo que pasara en casa. Mis profesores me apoyaban conpalabras amables y paciencia; me hacían sentir importante. Deseaba con todasmis fuerzas crecer y ser como ellos.

 Vuelvo a entrar al aula para ordenarla antes de dirigirme al hospital. La hijade Thalia y Luke nació ayer por la tarde, May Castellan , y pesó treskilos doscientos gramos. Luke nos envió un mensaje a todas poco después conla foto de una arropada May en los brazos de Thalia, sonriente.

 Me siento en la mesa y escribo notas sobre el día tener presente los niñosque tienen problemas con un tema u otro. También apunto los temas que se lesdan bien. Las reuniones entre padres y profesores están al caer y quiero tenersuficientes comentarios para cada uno de ellos. Pero, más allá de eso, quieroasegurarme de dar a cada niño de mi clase los conocimientos que necesita.

 Una hora más tarde, entro en el hospital Baldwin Memorial y me dirijo a laplanta de maternidad. Sé que se supone que los hospitales no deberíangustarnos, pero a mí siempre me han gustado. Me parece que es por la actividad.Hay mucha gente en un hospital, como una pequeña ciudad llena de personastrabajando juntas para curar a la gente. Hay quien piensa que la tristeza flota enlos hospitales, pero yo siempre he pensado que la promesa de la esperanza es loque flota. La gente mejora en los hospitales. Los huesos se recolocan, lasheridas se suturan. Y aquí nuevos seres humanos vienen al mundo todos losdías. 

Aún no puedo creerme que Thalia sea madre. Parece que fue ayer cuandotodas estábamos en la universidad. Supongo que técnicamente no ha pasadotanto tiempo, pero da la impresión de que Rachel y Thalia están a años luz pordelante de mí. Aunque no es una competición. No es eso. Es que la mera idea deexponerme otra vez a la vida de soltera hace que me ponga mala después de lacita de ayer. 

Encuentro a Thalia radiante en su habitación. Tiene el cabello Negro oscuro sujeto en una cola baja y me indica que entre con una amplia sonrisa en la cara.La pequeña May es perfecta. La cojo en brazos, aspirando su perfectoaroma de bebé mientras ella pestañea y arruga la cara y bosteza. Rachel llegajusto detrás de mí con su pequeño Jake. Él lleva pantalones de deporte de colorazul marino, una camiseta blanca de manga larga y una corbata azul marino.Rachel sostiene dos vasos desechables del Néctar , la cadena de cafeteríasen la que trabajó con Thalia durante la universidad. 

—¿Sigue con lo de las corbatas? —susurro a Rachel mientras deja los vasossobre una mesa. 

—Es un día laborable —me dice, e intento no reírme. Jake cumplió cincoaños durante el verano y ha empezado el colegio este otoño. Es un buen niño,aunque un poco serio.

 —Un café latte descafeinado con calabaza y especias —anuncia Rachel , y leentrega un vaso a Thalia—. Y una magdalena de calabaza. —Saca una bolsa depapel de su bolso y la deja en la bandeja sobre la cama de Thalia. 

—Ah, esto es el paraíso. —Gime de felicidad mientras se mete un trozo demagdalena en la boca  —. No tenéis ni idea de lo mala que es la comida aquí. Hemandado a Luke a casa para que se dé una ducha y me traiga algo decente decomer. 

—Bueno, he pensado que te vendría bien un pequeño caprichito delNéctar . Piénsalo, si no fuera por su café, quizás nunca hubieras conocido aLuke, y May no habría sido concebida.

El Chico de mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora