Capítulo 1

275 12 0
                                    

Annabeth

—Míranos. Somos unas pijas. —Rachel busca a la camarera—. Querida,¿serías tan amable de traerme un té? ¿Aquí sirven el té como es debido, con unatacita y un platillo? —Rachel pestañea a la camarera con total sinceridadmientras la pobre mujer sonríe educadamente y contesta que solo tienen tazasnormales. Las cuatro, Thalia, Silena, Rachel y yo, hemos quedado para comeren el restaurante italiano situado en el edificio donde vive Thalia. Acabamos desentarnos, por lo que aún no estoy segura de por qué Rachel habla con el peoracento británico que he oído jamás.

 —Tráele un té helado en un vaso normal, por favor —intervengo en nombrede Rachel y sonrío a la camarera, quien acepta encantada mi petición y se alejarápido. Hace calor dentro del restaurante, así que me quito el jersey que me puseantes de salir de casa. Es casi imposible predecir cómo será el tiempo enoctubre, por eso es mejor estar preparada. 

—Chinchín, Annabeth. Gracias por pedir por mí.

 —¿Por qué narices eres británica de repente? —Bajo la carta para mirarla.

 —Está practicando —explica Silena—. Will se la lleva a Londres por unviaje de negocios. 

—No creo que nadie hable así en Londres —replico secamente. 

—Puede que sí, queridas, puede que sí. —Rachel mira esperanzada a toda lamesa mientras Silena, Thalia y yo la observamos sin convicción—. ¿A queestoy mejorando, chicas? 

—Quizás deberías practicar un poco más —sugiere Thalia—. O mejor tecompras un sombrero. Los sombreros se llevan mucho en el Reino Unido, ¿no? 

—Madre mía, ¡voy a comprarme un tocado! —Rachel deja de hablar con eseacento y la cara se le ilumina mientras agita las manos a su alrededor,emocionada.

 —Ya estamos —murmuro—. Gracias, Thalia.

 —¿Creéis que podría comprármelo por internet? ¿O mejor espero hastallegar allí? —Los ojos de Rachel se abren mucho—. ¿Pensáis que me quedaríabien una pluma? 

—Definitivamente, deberías esperar —responde Thalia, que deja la carta enla mesa—. Rotundamente no a lo de la pluma. Ahora, elige algo de comer. Memuero de hambre. Y como pidas fish and chips en un restaurante italiano, te doyun puñetazo en la cara.

 —Alguien está un poco gruñona —se queja Rachel tras chascar la lengua.

 —No estoy gruñona, sino embarazada. Muy embarazada. Llevo un añoembarazada. Ya sé que son nueve meses y tal, pero ¿sabéis lo que son nuevemeses de gestación? Ya os lo digo yo, un siglo. Tengo los tobillos hinchados, lastetas enormes, la espalda me duele y estoy lo suficientemente gorda como paraestar criando una camada; pero no, mi médico y mi marido insisten en que solohay un bebé ahí dentro. —Termina de quejarse mientras se señala al estómago —. ¡Uno! 

Todas dejamos de ojear la carta para mirar a Thalia. En realidad, esadorable. El embarazo le sienta bien, aunque ella no lo crea. Es cierto que tieneuna barriga enorme (saldrá de cuentas en menos de dos semanas) pero pareceque tenga un balón de baloncesto bajo la camisa. Toda ella es extremidades yuna única protuberancia.

 —Hablando de eso —Rachel señala la barriga de Thalia con una mano—,¿cómo es el sexo con eso? —La pregunta va dirigida a Thalia, pero Silena seruboriza y yo gruño.

 Thalia ni siquiera pestañea. Por lo visto, gestar un humano reduce el umbralde vergüenza.

 —Siempre estoy cachonda —se lamenta en un susurro—. Constantemente.Luke dice que son las hormonas y que es normal, pero yo no opino que seanormal. Creo que soy una embarazada pervertida. 

El Chico de mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora