Annabeth
—Me siento como una idiota.
Estoy en el piso de Rachel, tumbada en su sofá tapada con una mantamientras ella habla conmigo para que me aleje del acantilado figurado en el queestoy asomada. He venido aquí directa desde el Starbucks, tras calmarme losuficiente como para salir del baño.
—Eres la persona menos idiota que conozco —contesta Rachel con unaexpresión sincera.
Estoy enamorada de Percy.
Es aterrador.
Es emocionante.
—¿Fue tan aterrador para ti como lo es para mí? ¿Enamorarte de Will?
—No, la verdad es que no. —Niega con la cabeza—. Seguro que algunas demis preocupaciones eran las que tiene todo el mundo. Pero yo soy impulsiva. Túeres más de pensar. Procesamos las cosas de forma distinta.
—¿No te dio un ataque de pánico y saliste huyendo? —pregunto consarcasmo.
—No —responde, cavilando—. Ni siquiera aquella vez que se negó aacostarse conmigo.
—Fue en vuestra primera cita, Rachel. Y sí que os acostasteis —le recuerdo.
Lo sé porque me lo estuvo contando durante una semana entera.
—Uf. —Suelta una bocanada de aire—. Fueron unas horas duras. Apropósito, ¿cómo es la FDP de Percy? ¿Podemos hablar de eso? —Se inclinahacia adelante en el sofá y me mira con expectación.
—Eh, no. Me parece que no.
Se encoge de hombros, de buen humor, y luego vuelve a cambiar de temapara hablar de mí otra vez.
—Annabeth, ¿por qué no me dijiste que tenías problemas de ansiedad? Sabesque nunca estoy demasiado ocupada para ti, no importa cuántos maridos o hijostenga.
—Tienes un marido, cielo —dice Will, que entra en la sala en esemomento.
—Aún eres el único hombre para mí, cariño.
—Llevamos casados tres meses, Rachel. Más vale que aún sea el únicohombre.
—Will —suspira—. Estaba intentando tener un momento, ¿vale?Sígueme la corriente.
—La próxima vez, intenta esperar más de un día después de bajarte losmayores éxitos de Shania Twain a tu iPod. Te das cuenta de que las facturas mellegan al correo, ¿no?
—Eh... —Rachel aparta la mirada y arruga la nariz—. ¿No?
—Esta semana has estado a tope con las baladas de amor de los noventa. Loque es raro, porque no eres lo bastante mayor como para haberlas escuchadocuando esos CD salieron a la venta. —La mira con divertido interés.
—¿Qué es un CD? —Pestañea hacia Will con teatralidad.
—Qué mona. Sigue así.
—La música de los noventa está de moda entre los jóvenes del milenio —asegura, encogiéndose de hombros—. Vi una entrada en un blog que hablaba deltema.
—No te preocupes, cielo. Venceremos las adversidades juntos. —Él guiñaun ojo y ella frunce el ceño—. Aún eres la única con la que sueño —declaraalzando la voz mientras va a la cocina a por una botella de agua.
—¿Ves? Ni siquiera me importa que hayas sacado eso de una canción.¡Igualmente me ha hecho sentir cosas!
Desconecto de la conversación entre Rachel y Will y pienso en el día enque Percy entró en el Starbucks y se entrometió en mi cita. ¿Qué habría hecho sise hubiera limitado a pedirme que fuera a esa boda con él? ¿Si no me hubieradicho que era un favor?
Habría ido. Lo habría hecho, creo. Tal vez. Habría querido. Sin duda habríaquerido. Pero me habría sentido intimidada y ansiosa. Un caso perdido. Unmanojo de nervios que no habría parado de contar chistes. No habría sido yomisma. A ver, el caso perdido que cuenta chistes soy yo, pero no es mi mejorfaceta.¿O habría dicho que no? ¿Habría desviado su interés solo para evitarme laansiedad de una cita con Percy? No hay duda de que habría dicho que no dehaber sabido que era un viaje de dos noches. ¿Y si hubiera tenido tiempo parapensar en ello con antelación? Ni de broma. Me habría pasado dos semanaspreocupada por ello. Me habría imaginado diez formas distintas deavergonzarme a mí misma. Me habría alterado yo sola por situaciones quepodrían suceder, o no. La ansiedad me habría asfixiado.
Y él lo sabía. Vio lo que mi cita desastrosa y yo contando chistes significabaen realidad: ansiedad social. Y se le ocurrió un modo para que nos pudiéramosconocer de una forma que a mí me viniera bien. Ha llevado a cabo todo estecortejo centrándose en mis necesidades. Y si eso no es amor, entonces, no sé loque es.
Y, de pronto, caigo en ello como si un montón de ladrillos se derrumbaransobre mí. Lo que es una analogía estúpida, porque si un montón de ladrillos tegolpeara, dolería. Mmm, puede que la analogía sí que funcione, porque la ideade pasar otro segundo sin decirle a Percy que le quiero sí que duele. Aunquealgo pudiera ir mal entre nosotros, eso es mejor que estar sin él. Todos losmiedos, todos y cada uno de ellos... ya los afrontaré. Percy es el único. El únicohombre para mí. Y nada más importa.
—Espera, ¿qué pasa? —pregunta Rachel mientras meto las manos en lachaqueta—. ¿A dónde vas?
—A casa de Percy. Le quiero, soy una idiota y tengo que hablar con él. —Lamano me tiembla cuando meto el móvil en el bolsillo, pero no me dejo vencerpor el miedo. Confío en el amor.
—Annabeth, espera. ¡Necesitas un plan! —Rachel salta del sofá y me siguehasta la puerta—. Por ejemplo... te lo llevas a Las Vegas y os fugáis. —Da unapalmada, maravillada, y sus ojos centellean.
Me río mientras mi bolso oscila en mi hombro.
—Gracias, pero eso me parece un tanto dramático. Voy a hacerlo simple: lediré que le quiero.
—Eso también es un buen plan. —La expresión de la cara se le suaviza y merodea con los brazos—. Ya lo tienes, amiga.
Al irme, me da un azote en el culo acompañado del comentario:
—¡Ve por él, tigresa!
Yo niego con la cabeza y me río, luego agito una mano y la puerta se cierra.
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El Chico de mi Vida
FanficToc, toc. ¿Quién es? El chico de tu vida. Annabeth tiene veintidós años, es profesora y muy tímida. Cuando se pone nerviosa con un chico, cuenta chistes malos. Compulsivamente. Percy trabaja para el FBI y necesita que una chica se haga pasar por su...