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Seokjin apaga la estufa cuando aparecen los borbollones en su agua hirviente. Sin perder tiempo toma el infusionador para preparar su té. Esa mañana no está de muy buen humor y para él el té era de mucha ayuda cuando no se sentía bien consigo mismo; era un remedio que había servido cada vez, pero esa mañana ni siquiera el aroma de los frutos rojos lograba animarlo.

Una hora antes había despertado sintiendo un abrasante calor a su alrededor, descubriendo que estaba enrollado en un pesado edredón. No recordaba haberlo llevado para dormir y no quería pensar en el responsable.

La tarde anterior había visto a Yoongi llegar a un punto de quiebre, mucho después de lo esperado, justo cuando Seokjin había pensado que era el único que seguía dando un paso y retrocediendo dos. Era desesperante pensar en Yoongi, recordar cómo era su vida antes de su ruptura. Detestaba que la nostalgia hiciera que una pequeña llama de esperanza de su lastimado corazón volviera a prenderse, apagarla se volvía cada vez más difícil. ¿Cuánto más tendría que esperar para sanar?, ¿acaso nunca podría salir con alguien sin que su mente lo comparara todo el tiempo con esa pequeña escoria que le había destrozado el corazón?

Su té espera por él, humeante y fragante. Seokjin se comienza a preguntar si Yoongi tal vez...

—Detente —se dice a sí mismo, sus mano golpeando su propia frente—. Deja de pensar en idioteces.

Tuvo suficiente con el día anterior. Todo lo que hará el resto del día será pretender que aquello nunca pasó y avanzar. Sobre todo avanzar, pues no volverá a ceder, incluso si llegase a ver a Yoongi pasándola mal otra vez. No tenía por qué consolarlo, pues no era el único herido.

A pesar de que se convence a sí mismo de eso, sus acciones son igual de tercas que siempre, pues no tarda mucho en levantarse y buscar un bote de pastillas en el gabinete, sacando dos de ellas para que cuando Yoongi las vea las tome. Trata de convencerse de que lo hace por él mismo, no estando dispuesto a ver a su ex desmayándose por la falta de azúcar en su sangre.

Seokjin no ha terminado de llenar el vaso de agua cuando escucha los pies descalzos contra el piso entrando a la cocina. Escucha el sonido del refrigerador y al girar su cabeza ve la mitad del cuerpo de Yoongi mientras este rebusca algo dentro.

Sin decir nada, deja el vaso con agua junto a las pastillas. Aun tiene tiempo para tomar su taza de té, que con suerte sigue tibia, y salir de ahí sin dirigirle la palabra.

Pero Yoongi se cruza en su camino, o al menos eso es lo que supone, pues el rubio está justo en su ruta de escape, su cuerpo bloqueando el espacio que la puerta del refrigerador deja.

—Hola.

—Hola.

Yoongi alza sus ojos y Seokjin no es lo suficiente rápido para evadirlos. El menor tiene una expresión tan neutra que Seokjin no puede ver a través de la careta, su método de defensa inmediato.

Le cuesta creer que es la misma persona que se derrumbó frente a él el día anterior, pues este Yoongi parece ser el mismo extraño que lo había recibido varios días atrás, incluso sus facciones se veían distintas bajo esta luz: más marcadas, su piel lucía más pálida de lo común. Seokjin notó la delgadez marcada en cada eje de su ex novio, sintiendo un nudo formarse en su garganta, porque no era lo suficiente valiente para hacer más; en realidad, temía hacer demasiado, acercarse más de lo apropiado y lastimarse.

—Saqué tus pastillas —anuncia y hasta entonces Yoongi parpadea, apartándose para dejarle espacio para pasar—. Tómalas.

Yoongi finge estar ocupado en algo, tanto como para no responderle y eso parece irritar al mayor, pues sabe que lo ha escuchado perfectamente.

My little quarantineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora