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En algún momento de su relación, Yoongi pensó que las cosas siempre fluirían de manera natural, como agua en un río; porque con Seokjin las cosas parecían de esa manera, tranquilas, seguras y sobre todo dulces.

De esa manera había pasado el resto de sus días como universitario, siendo el chico que pasaba demasiado tiempo con Kim Seokjin. Un par de años después, cada uno terminó su carrera, sin mucha diferencia de tiempo. Para ese momento Yoongi había recibido muchas ofertas de trabajo, mientras Seokjin aún consideraba la idea de tomar una especialización, pues las cosas fluían bien para ambos

Incluso si sus caminos no eran similares, y las direcciones parecían contrarias, ambos estaban seguros de que querían estar juntos, dar el siguiente paso y rentar un apartamento pequeño cerca de la universidad del mayor.

—¿Estás seguro de esto? —había preguntado Yoongi, a unos pasos de la oficina de la administración dónde firmarían el contrato del apartamento luego de pagar el depósito—, no quiero que sientas presión sobre esto. Yo tuve la idea, pero...

—Yoongi, escucha —Seokjin tenía el hábito de tomar a Yoongi por sus mejillas, con ternura y suavidad, haciendo que el menor cerrara sus ojos ante el contacto, pero esa vez Yoongi parecía estar bastante preocupado como para no cerrarlos por mucho tiempo—. Quiero esto, estoy seguro de esto. Vamos a hacerlo bien, tú y yo, porque mientras nos tengamos el uno al otro no hay porqué tener miedo.

Yoongi miró directo a los ojos de su novio, viendo los írises oscuros que lo hacían sentir en casa, seguro e invencible. Amaba la calidez de sus ojos y la traqnuilidad que ellos le brindaban, incluso en los peores momentos.

—Es verdad —sonrió, dando un pequeño y casi imperceptible salto para alcanzar los labios del mayor y dejar dos besos seguidos—, te tengo y eso es lo que importa.

Se dijeron que no iban a dejarse asustar por aquellas advertencias de sus amigos y familiares, sobre la dichosa etapa de 'luna de miel' antes de la caída de bruces a la realidad, supuestamente inevitable. Siempre habían logrado seguir el ritmo del otro. Se conocían tan bien que parecían un matrimonio de muchos años, acostumbrados a la presencia del otro.

Mientras Yoongi trabajaba hasta tarde en su estudio improvisado, Seokjin se rodeaba de sus propios deberes. Aunque su trabajo pareciera un poco más relajado que el del productor en ascenso, daba lo mejor de sí para su pasantía en la universidad de Seúl, tratando de dedicarle tiempo a su novio. Yoongi parecía vivir encerrado en su propio mundo hasta que Seokjin lo arrastraba fuera de su silla para cenar y compartir un momento juntos, para hablar de ellos, del trabajo y de sus planes en los que se incluían mutuamente. Cuando sus platos se vaciaba, Seokjin se retiraba para ordenar sus clases del siguiente día, mientras que Yoongi se quedaba para lavar los platos de la cena.

Cada día era la misma rutina, y se convencían de que estaba bien. Ninguno se quejaba de ella, pues al final podrían dormir abrazados hasta que la alarma sonara temprano por la mañana, y uno de los dos proponía en silencio ducharse juntos con la excusa de 'ahorrar agua', aunque al final no podían mantener sus manos alejadas del otro; uno terminaba de rodillas, o sosteniéndose del lavabo mientras trataban de no ser muy ruidosos al ser conscientes de la delgadez de las paredes que los dividían de los departamentos vecinos.

Esa era su rutina, la vida de adultos que marchaba bien con ambos. Mientras Yoongi mordía su hombro y enterraba sus cortas uñas en su espalda, tratando de no ser tan ruidoso y no resbalarse, Seokjin sabía que era el lugar en el que querría estar, hasta que sus huesos se convirtieran en polvo; y mientras Seokjin besaba la piel de sus clavículas y gruñía junto a su oído en cada movimiento errático, Yoongi sabía que no había nadie que alguna vez podría igualar a Kim Seokjin.

My little quarantineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora