Atlas: Quiero Amor, Pero Es Imposible.

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Acostumbrarme a la vida que mi hermano me ha mostrado ha sido difícil. La forma de vida de los espectros es tan diferente a la que tenía que aún no me siento cómodo. Los primeros dos años fueron de agobiante entrenamiento en combate, a Maegor no le gusta mi forma de pelear; dice que ha visto a niños de cinco años pelear mejor que yo. Según dice que una buena pelea es sacarle sangre y extremidades a tu contrincante hasta matarlo. El entrenamiento en el palacio del señor Cosmo solo me ha servido para esquivar los golpes, soy bueno esquivando, pero al darlos me vuelvo un cobarde. No quería matar a nadie, no soy un asesino, pero Maegor me ha convertido en uno.

 Entreno con prisioneros de guerra, su condena es morir peleando bajo mi espada. Mato a cinco personas por semana. Los demonios se sorprendían al verme porque ellos saben que estaba o estoy bajo la protección de la señora Aryana. Ella me vino a ver cuándo mi cuota de muertos ascendió a cien en casi un año.

—¿Podrías explicarme esto? —cuestiona extendiendo una lista con nombres escritos en sangre y tachados—. Mis demonios han dicho que tú los mataste.

—No tuve opción, eran ellos o yo —digo guardando la espada en su estuche y entregándosela—. No la merezco.

—Te la di para que te protegiera, no para que la convirtieras en una máquina de matar —ella rechaza la espada—. Yo no te crié de esa forma, tú eres bueno.

—Agradezco todo lo que ha hecho por mí, no sabe lo que usted significa —le tomo de la mano—. Quiero honrarla, pero estoy aquí y eso no lo puedo cambiar —ella me toma de la cara y me da un beso en la frente—. Usted es como una madre para mí.

—Y tú como si fueras un hijo —ella me suelta y se va de mi habitación. Quisiera que ella me hubiera dado la vida, quisiera tener su sangre para que no tuviera que hacer este tipo de cosas para mantenerme con vida.

 Maegor ha sido estricto y serio conmigo estos cinco años. Me ha enviado a varias guerras como soldado, las peleo y a veces las gano. Él me ha presentado con mis hermanos, sabía que no iba a ser el gran reencuentro que me imaginé de niño; pero al menos algo de interés hubiera sido lindo. Solo tres mostraron algo de emoción al conocerme, pero ninguno me ha tratado como si fuera alguien de la familia. Los otros tres ni siquiera les importó mi presencia, solo mostraron su desprecio a que la mujer que nos dio la vida hubiera tenido a otro bastardo. Y dos murieron, ellos al parecer eran los favoritos de Olena. Maegor me contó la historia de como un clan abanderado de la reina se levantó en armas y atacaron su castillo. Pascal se quedó a enfrentar a los invasores, pero murió combatiendo hasta el final en las puertas. Y Ruth murió en la huida, ella se sacrificó para que la reina se pudiera marchar.

—El grito de nuestra madre se escuchó por todo el reino. Nunca la había visto así —Maegor cuenta con su rostro tensado y una copa en mano—. No perdió el tiempo y vengó a sus hijos masacrando a toda la estirpe de los Rivers, también a toda criatura de sus tierras. No hubo misericordia, niños, bebés, mujeres, hombres tanto culpables como inocentes. Derramó tanta sangre que el río se tiñó tanto de sangre que se tardaron diez años para que volviera el agua cristalina.

—¿Ella le ha mostrado amor a alguno de ustedes? —pregunto con la esperanza que ella pueda sentir amor, aunque sea para alguien más.

—Con Ruth, al morir ella, su corazón también —él se bebe su copa—. Ella era su favorita, todo el amor que podía sentir era para ella. La forma que nuestra madre quería a esa mujer, era algo que ni siquiera con el botín de una tonelada de coronas ha podido revivir su corazón —él se levanta de su sillón de madera—. Comprendo que ella te odie, pero sigue siendo nuestra madre y nunca la podrás cambiar o derrocar. Porque créeme, ni ella o yo te lo vamos a perdonar y sabes bien lo que le hacemos a los traidores.

El Imperio En Llamas (IV libro de la saga Dioses Universales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora