20. Reciprocidad

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Capítulo para la fémina rosada... Ya se lo merecía.

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Capítulo Veinte
"Reciprocidad"

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Esa voz...

El rostro cansado de Amelia Rose lo miraba de arriba abajo casi exigiendo una respuesta del porque estaba ahí.

Tenía un enorme bolso llena de carpetas y otra más con aparentes comestibles de uso rápido.

El frío de la noche hacía juego con su atuendo de lana ahora arrugado por el uso y un enorme gorro que le cubría hasta las orejas.

—Hola, Amy—Apagado respondió.

Por primera vez en mucho tiempo ella no lucía hostil.

Su semblante cansado y agobiado parecía ensombrecer cualquier otro sentimiento negativo que pudiese reservar para él.

Solo estaba ahí parada tiritando de frío y aferrándose a sus cosas en un intento de llegar sana y salva hasta su hogar.

—¿Necesitas ayuda? —Preguntó en automático y ella negó.

Estaba demasiado cansada para responderle de mala manera así que solo se apartó.

—Buenas noches, Maurice—Al primer paso, él la detuvo.

Posiblemente estaba mal que se atreviese a tomarla del brazo. Incluso estaba mal que se atreviese a pensarlo, pero no se caracterizaba por pensar correctamente.

—Permíteme que te acompañe, por favor—el frío de la noche y la soledad de las calles se prestaban para que una chica sola pudiese correr peligro—O al menos deja que te pida un taxi—Tomo su teléfono dispuesto a pedirlo, pero ella lo impidió.

—No es necesario que intentes ayudarme—seguía sin fuerzas, pero sus intenciones eran tan claras como siempre.

No lo quería cerca, eso era todo.

Tampoco es que le sorprendiera o le molestase —le dolía, más bien— ambos sabían que se lo merecía, en el fondo.

Sin embargo, no era algo que pudiese aceptar tan fácilmente así que carente de todo sentido de la prudencia, insistió.

—Por favor, Amy—el rostro de ella se tensó—Solo, quiero ayudarte...—.

Ayudar...

Que hipócrita podía llegar a sonar esas simples palabras con buenas intenciones tras de sí.

No hubo manera en que ella se lo tomase a bien y pese a lo cansada que se sentía de igual modo continuó caminando.

No lo quería cerca y la vida estaba empeñada a ponérselo enfrente a cada oportunidad.

¿Era una clase de chiste o qué?

Estaba empeñado en lograr algo, aunque ese algo le pateaba el hígado.

—Aléjate... ¿de acuerdo? Es tarde, estoy hambrienta y cansada y solo quiero llegar a casa—hablo sincera y lo observó—Vete a casa Maurice...—.

Y el que no era conocido por ser alguien prudente no se dio por vencido. No era su estilo.

—Lo siento...—

Ahí iba de nuevo a disculparse sin tener del todo claro porque lo hacía, solo era así.

La culpa le mataba...

Aʟɢᴜ́ɴ Tɪᴘᴏ ᴅᴇ IɴᴅᴜʟɢᴇɴᴄɪᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora