4. Paredes blancas.

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Capítulo Cuatro
"Paredes blancas"

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−Sonikku−La dulce voz de su mujer le hizo apartar la mirada de la ventana.

La observó embobado unos cuantos segundos y le extendió la mano, invitándola en silencio a que le acompañara.

Afuera la nieve caía trayendo un espectáculo digno de admirar.

−Me gusta la nieve−Fue lo que dijo ella abrazándose a su cuello en busca de calor.

El sólo asintió; el frío de mediados de diciembre comenzaba a calarle los huesos; la falta de calefacción les estaba cobrando factura.

La sintió temblar un poco a causa del frío y la escasa ropa abrigadora no ayudaba mucho a disminuir la incomodidad.

Se reprendió así mismo por obligarla a vivir en esas condiciones. Si tan sólo pudiese escribir buenas canciones, las cosas serían completamente diferentes.

−Sonikku−Ella le hablo bajito captando su atención−Te quiero−Le acarició la mejilla, reconfortándole.

El olor alcohol se hizo presente en sus fosas nasales; sintió deseos de vomitar.

Abrió los ojos lenta y tortuosamente distinguiendo con fastidio que se encontraba en la cama de un hospital.

Bueno, al menos el bastardo de Mephiles había tenido la delicadeza de llevarlo a un hospital.

Trato de ponerse de pie, pero falló en el intento. La cabeza le daba vueltas, la boca le sabía amarga y no podía recordar mucho de lo que había pasado.

Estaba soñando con algo bonito, eso sí podía asegurarlo.

La puerta se abrió dejando entrar a una enfermera de una edad similar a la suya acercandose hasta él con un tensiométro en mano.

−Buenos días señor The Hedgehog... ¿cómo se siente?−Le pregunto amablemente la mujer tomando su antebrazo para colocarle el instrumento medidor de presión.

No tenía ánimos de hablar y eso fue evidente.

−Día difícil−Hablo nuevamente la mujer con calma, ahora revisando las vendas en sus manos−Si que te hiciste daño, cariño−su vista estaba clavada en las heridas que se había causado durante su crisis.

No se sintió capaz de pronunciarse al respecto. La nariz le dolía y los ojos le quemaban, o quizás era al revés.

A estas alturas no sabía ni que era lo que sentía.

−Muy bien dulzura, tienes suerte−ella le sonrío por enésima vez−Vas a estar mejor, aunque te recomendaría dormir más y comer saludable, estás muy débil−.

Solo asintió sin mirarla; ya lo sabía, sabía que tenía días enteros sin probar algo más que alcohol y cigarros. Incluso era extraño que aún pudiese mantenerse en pie.

−Es una dama afortunada−Menciono de repente la mujer, llamando su atención.

Había que admitirlo, eso sí le sorprendió.

−¿Cómo dices?−Inquirió, genuinamente extrañado.

−La dama de quien estás enamorado−Hablo con simpleza−Bellas letras, debo admitir... ¿tus sentimientos son correspondidos?−cuestiono después dándose la vuelta para anotar en su libreta el estado del joven.

Aʟɢᴜ́ɴ Tɪᴘᴏ ᴅᴇ IɴᴅᴜʟɢᴇɴᴄɪᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora