Libro 1 de la Trilogía Amores Designados.
Su misión es entregar el paquete con vida en un máximo de cuarenta horas...
Cuarenta horas parecen ser nada cuando el paquete se convierte en lo único que quieres mantener cerca de ti.
¿Logrará su misión?
¿E...
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Connor tira de mi brazo para que reaccione y funciona, me coloco de pie y corro, cubriéndome la cabeza mientras que los disparos van y vienen. Llego al auto y no tengo que abrir la puerta, porque ya está abierta. Veo a Connor correr sin dejar de apuntar hacia atrás y disparar. Subo y así, con la misma adrenalina que me recorre, cuando Connor sube también, le doy una sola orden:
—Ponte el cinturón.
Sin más, muevo la palanca de cambio y, viendo el retrovisor, comienzo a conducir en retroceso, pasándole por encima al hombre que Connor le disparó y haciendo que los demás huyan, corriendo al bosque. Conduzco unos veinte metros en retroceso antes de dar un giro de ciento ochenta grados para conducir de frente.
—Joder —dice Connor de pronto, lo veo.
—Ya son las cuatro, mi turno de conducir —comento para aliviar un poco la tensión de lo sucedido. Consigo que ría con ganas, para terminar, suspirando fuertemente.
—¿Estás bien? —pregunta. Suspiro.
—¿Quiénes son ellos? —replico y lo veo de reojo—. No tiene que importarme, lo sé. Solo debo cumplir mi misión y llevarte a Malibú, pero, justo ahora ni siquiera tengo idea de a qué parte de Malibú porque ya no tenemos la dirección en el GPS. Además, ya han intentado capturarnos dos veces y solo llevamos veintisiete horas en carretera. Todavía nos faltan unas veinte más —explico.
—Son hombres que no me quieren con vida. Mejor dicho, no quieren que me case con... Espera, ni siquiera sé cómo se llama la chica —admite. Lo veo mal.
—No hablas en serio. ¿No la conoces? —cuestiono. Suspira.
—No. Esto es así, colibrí. En nuestras familias no se casan por amor, sino por poder. Casarme con ella garantiza la ayuda de su familia para unir fuerzas con la mía. Haciendo eso, esos hombres que nos siguen, pues, ya no van a poder lograr lo que quieren —dice. Arrugo el rostro.
—Sigo sin entender. ¿Qué hiciste? —pregunto. Me hace verlo al quedarse callado mucho tiempo. Descubro que me está viendo muy mal.
—¿Qué hice? ¿Por qué crees que está mierda es mi culpa? ¿Crees que quiero casarme con una mujer que ni siquiera conozco o sé su nombre? ¿De verdad crees que esto es mi culpa? —cuestiona y suena, más que molesto, dolido, creo. Paso saliva.
—Es que, no entiendo nada, Connor. No sé por qué no podías tomar un avión. ¿Por qué hacer un viaje tan largo por carretera, sabiendo que serías buscado por esa gente? Además, si no es tu culpa, que no estoy diciendo que lo sea —aclaro cuando bufa, viéndome peor aún—, entonces, ¿de quién? Porque si he de morir, por lo menos me gustaría morir sabiendo la verdad —explico.
—Mi familia es dueña de una cadena de hoteles lujosos, clubs, restaurantes y casinos —comienza. Asiento en su dirección para que prosiga—. Pues, no sé qué negocio fue el que hizo mi padre con una gente peligrosa. Lo cierto es que salió mal. Muy mal —admite, moviendo la cabeza—. Y le exigen a mi padre que pague por los daños —culmina. Arrugo el rostro.