Libro 1 de la Trilogía Amores Designados.
Su misión es entregar el paquete con vida en un máximo de cuarenta horas...
Cuarenta horas parecen ser nada cuando el paquete se convierte en lo único que quieres mantener cerca de ti.
¿Logrará su misión?
¿E...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Narra Connor.
La sensación que recorre mi cuerpo mientras que su cuerpo se estremece con la misma fuerza que el mío pegado al suyo, lo vale todo.
Vale el haber dejado mi orgullo atrás y haber aceptado viajar todos, pero solicitar viajar de una vez. Vale haberme sentido una basura por ver el rostro triste de Mariah en todo el viaje, por más que intenté que no se notara mi emoción, era notoria. Vería a mi colibrí, obviamente estaba feliz.
Las circunstancias siguen sin ser las mejores, pero su reacción lo ha cambiado todo.
No importa si va a comprometerse con ese hombre. No importa si va a organizar una boda con él. No importa si ya su cuerpo no ha sido solo mío. No importa nada porque todo lo que me importa es que me sigue queriendo, y con esa sola esperanza, puedo organizar un secuestro para que no llegue nunca a esa boda.
Podría, incluso, fingir una muerte inesperada para reencontrarme con ella y largarnos. Fugarnos.
Seríamos fugitivos toda la vida, pero viviríamos esa vida juntos.
¿No es eso lo mejor de todo?
Claro que sí.
—No llores, colibrí —pido, obligándome a soltarla un poco para subir mis manos a su rostro y limpiar las lágrimas que derramó. Me atrevo a ir más allá y pego mis labios contra su frente, dejando un beso con una promesa marcada.
—Buenos días —dice una voz gruesa que hace que de inmediato mi colibrí de un salto y un paso atrás, haciendo que mis manos caigan. Endurezco mi expresión cuando K gira y camina hacia él. Enseguida la recibe, tomándola de la cintura y yendo directamente a besar sus labios.
Cuando la vuelve a soltar, encierro mis manos en puños al ver que ella sonríe con las mejillas coloradas y eleva una mano para limpiar los labios de él del labial de ella.
—Lo siento, te he manchado —susurra colibrí y la dulzura con la que le habla me cala fuerte porque es lo primero que ha dicho desde que llegué y su voz ha sonado tan dulce...
El problema es que no fue dirigido a mí.
—Por mí puedes mancharme cuando quieras, pequeña. Estás preciosa —acota y solo en eso debo darle la razón. K lleva puesto un vestido suelto hasta un poco más arriba de la rodilla, de un azul celeste que le hace ver sus ojos más claros aún. Otra sonrisa dedicada a él me comienza a fastidiar.
—Tú siempre te ves bien, así que no debo decirlo, ¿cierto? —replica ella de forma burlona. Alzo una ceja porque volví para robármela, pero ella está hablando con él como si no estuviera a solo unos pasos.
El hombre ese comienza a reír fuerte, callando solo para volver a besarla en los labios.
—Bueno, bienvenidos. Esta es una agradable sorpresa. No sabía que vendrían —confiesa, enderezándose y dándonos el frente.