Aren.
Miro el anillo de matrimonio que ahora reluce en mi dedo anular. El oro blanco brilla con la tenue luz de luna que comienza a pintarse en New York.
Levanto el rostro y mis ojos recaen en la mujer a mi lado que sonríe mientras come papas fritas.
—Si Cher supiera que llegaremos tarde a la fiesta de nuestra propia boda estaría como loca —habla Aurora mientras empapa una papa frita en kétchup para después llevarla a su boca.
—Corrección —hablo yo—. Ya debe estar como loca.
Salimos de la catedral hace un poco más de una hora. Ambos subimos ahora a la enorme limusina en donde llegó Aurora, misma que es conducida por Lorenzo.
Aurora tenía hambre y se excusó en decir que los nervios no la habían dejado comer bien, por lo cual, pedí a Lorenzo que fuéramos a McDonald's desviándonos del camino hacia la recepción de nuestra boda. Ahora, vamos con una hora de retraso.
—¿Quieres? —pregunta la rubia a mi lado mientras extiende una patata en mi dirección.
Niego con la cabeza y solo ladea la suya con una ceja elevada para después sonreír.
La imagen que me da me hace mirarla con firmeza. Luce preciosa.
El blanco le sienta bien, la hace lucir como un ángel. La enorme corona en su cabeza le da aquella aura de poder y grandeza que siempre he querido ver en ella.
El cabello rubio resalta como un enorme sol y podría jurar que su brillo hoy es mucho más notorio que cualquier otro día.
Y me encanta. Me encanta que finalmente su verdadero brillo haga aparición porque Aurora no es una mujer que merece quedarse en las penumbras. Es una mujer que nació para opacar y resaltar.
—Una mordida —insiste mientras acerca más la papa frita a mi boca.
Cierro mi boca y aprieto mis labios obligando a que estos formen una completa línea recta.
Sonríe. El brillo le llega hasta los ojos que puedo jurar que es como si tuviera dos hermosos jades imperiales por ojos.
—Ahora que estamos casados —comienza—. Te obligaré a comer comida chatarra al menos una vez por semana —amenaza—. Y el día que nos divorciemos comeremos hamburguesas y papas fritas también.
Me mira. Luce pensativa pero aún con la mueca curiosa habla.
—¿Podemos hacer una fiesta de divorcio? —pregunta con una ceja elevada. Noto la burla en su rostro así como noto también la diversión inundando sus ojos, aunque también noto otra cosa en ellos, algo que no logro descifrar.
—Acabamos de casarnos y ya estás pensando en el día que nos separemos —suelto mientras me remuevo incómodo en mi lugar ante el repentino mal sabor que me pinta la boca entera.
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Falsamente tuya
RomanceUn contrato inicia la travesía del famoso y más importante magnate de New York. Aren Russell está acostumbrado a una vida llena de lujos, poder, respeto y dinero, mucho dinero. Un magnate que lidera la lista de Forbes y que lo único que le preocupa...