SEGUNDA ENTREGA Capítulos 1,2 y 3

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Empecé administrando un par de locales comerciales, una residencia y un puñado de casitas que no valen cincuenta pero son vendidas en más de trescientos mil pesos. Después, por inercias, pusieron en mis manos algunos terrenos en las afueras de la ciudad. Nada que estuviera más allá de mis capacidades. Esto no era mi ingreso principal, sino el vender casas nuevas en un par de fraccionamientos. Casas mal hechas, en las cuales puedes escuchar los pujidos, los gemidos, las peleas; en fin, todo el concierto de lo que nos hace humanos e intolerables... De todos modos, cuando conocí a D. Zaragoza, no tenía mucho en el negocio.

La presentación hubiera sido la mejor anécdota de mi vida, en ese momento, de haberla podido contar. Pero no, él puso un cheque por doscientos mil pesos sobre la mesa, como pago anticipado de todos mis servicios, incluyendo la discreción absoluta. Tenía que prepararle dos fincas, hacerles algunos leves cambios y dejárselas en exclusiva por doce meses. En aquella ocasión, hace casi diez años, cumplí mi parte y él la suya. El día exacto en que se terminaba el acuerdo, mandó a alguien a entregarme las llaves... Las fincas estaban en un estado mejor al que se las había dado, recién pintadas, los jardines regados, y puertas o ventanas engrasadas y en operación.

Por eso, hace tres años que me volvió a llamar, acudí contento otra vez a su enorme casa en el centro de la Ciudad de México. Un ofrecimiento diferente. De entrada, esta vez no había un cheque, sino varios montones de billetes en medio de la mesa. Tenía una lista con medio centenar de ubicaciones de granjas, huertas y ranchos del centro del país. Me pidió que comprara lo más que pudiera, que las pusiera a mi nombre y que, si sentía que alguien me vigilaba, en pocas horas me haría llegar "refuerzos". Tres bultos: uno grande, con millones de pesos para adquirir. Otro, bastante más pequeño, el dinero para mis viáticos, hoteles, vuelos, vehículos. El último, el pago de mis servicios.

Aquí hubo un "detalle" al cuál no le di importancia en aquel entonces. Se me hizo raro que el Gobierno de la Ciudad de México permitiera tanto perro callejero en los alrededores de la mansión de Zaragoza. La mayoría eran de esos "atigrados", surcados por franjas pardas y de cabezas pelonas... Me pareció recordar, en esta segunda visita, que también en la primera los había visto, aunque no fueran tantos como ahora.

Todo este "percatarme" de los perros no viene de que ande por la calle siguiendo patrones, o la ausencia de continuidades, sino que -como una maldición- siempre miro las casas y locales, terrenos o edificios en renta o venta, preguntándome qué clase de propietarios están moviendo dichos predios. ¿El local es una inversión de alguien que está en el negocio o se trata de un señor que simplemente aprovechó una calle transitada? Si puedo, en ese mismo momento me comunico al teléfono de la lona, pido precios; monitoreo si todavía estoy en el mercado, contacto con algún colega o empiezo a "rumiar" alguna idea. Por eso, casi llegando a la casa de Zaragoza, me fijé que había una finca abandonada -quizás una vieja vecindad- de donde salían docenas de estos mexicanos de piel rayada. Fue la casa, aquello que sí puedo ver, lo que me llevó a fijarme en aquello que nunca miro.

Afuera de su lúgubre portón principal, atenuado con adornos suaves de mosaico, hay camionetas polarizadas, guaruras, varios puestos ambulantes y franeleros. Nada de esto me engaña, son gente de él, soplones. Frente a su palacio disimulado, tiendas de trajes de novia, de él. Un corporativo inmobiliario que en realidad encubre a un ejército de administradores de sus negocios en el Centro Histórico. Entre Donceles y República de Argentina, su bastión, pueden contársele decenas de despachos de abogados, restaurantes, consultorios médicos, dentistas e infinidad de empleados dispuestos a hacer lo que pida. Es su reino, son sus soldados, sabe sus gustos, perversiones, debilidades y las fechas de nacimiento. No necesita más, ¿para qué un ejército de miles si con pocos cientos ha dormido por completo el territorio?

EL IDIOMA DEL DIABLODonde viven las historias. Descúbrelo ahora