Un agente de bienes raices acepta trabajar para un hombre que hace tratos turbios y ofrece servicios a "toda clase de clientes" siempre y cuando no sean pobres, ni comunes mortales. D. Zaragoza es el provedor (de casas, mansiones, haciendas y palaci...
"Tampoco me gusta ver a un hombre joven y prometedor que ya ha sido tocado por el virus del narciso. De esos idiotas que no se abren a amar sin recitar una lista de condiciones, o que traen en la cabeza un decálogo de lo que no están dispuestos a tolerar."
El mismo coyotero es una mezcla contradictoria de silencios de soberbia y de lo inmodesto y narcisista del habla; pero no a la manera del estúpido famoso que nos fastidia con tres horas de "yo, yo, yo", sino de volverse ego –a partir de su discurso- en la forma que habla "de lo otro". Lo simplificaré a la manera del patrón, con un boceto de tres líneas. D. Zaragoza es el vivo ejemplo de la inconsistencia de su teoría; sin querer, tanto lenguaje lo ha "expandido" al grado de no poder disimular su grandeza...
Pero un narciso reposado, incontenible aunque discreto, un delicioso narciso justo. Ese es mi patrón. Un castillo exuberante y ofensivo, pero pequeño si se compara con las riquezas del reino.
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Tomando la tercera desviación estatal en la carretera a Pachuca, muy dentro de una terracería que recorrimos por horas, llegamos a un pequeño pueblo indígena del cual nunca antes había oído hablar. Lo cruzamos y luego, metiéndonos en un empedrado, subimos varios cerros. D. Zaragoza se había cambiado de pañal en ya no sé cuántas ocasiones, se terminó un paquete y medio. Pidió que lo amarrara, ahora sólo íbamos él y yo. Que no le hiciera caso si intentaba arrepentirse. Cuando terminó el empedrado, tuvimos que inventar un nuevo camino; pero, de repente, las piedras fueron tantas y tan grandes que simplemente me fue imposible avanzar más.
Había llegado el momento de separarnos, yo lo esperaría en la camioneta y él seguiría a pie hasta llegar a una de las doce mansiones de ese ser que lo aterrorizaba.
- Ahora siento mi muerte muy cerquita. Si él se entera que tú tienes lo suficiente para aprender su lengua, me mata. Hace años que percibo su deseo de hacerme daño. Y no, no quiero morir en sus manos, no sería digno para mí. Él puede hacer sufrir a un hombre como nadie más. Supe que martirizó a un enemigo por treinta y cinco años. ¡Una tortura fina, inteligente y brutal de treinta y cinco años! ¿Habías escuchado algo semejante? Conservarte por tanto tiempo, darte esperanzas, lavarte el cerebro para que creas que el dolor tiene significado. Un día te mete a Victor Frank, al otro te despedaza los testículos... ¡Hay posibilidades de escape! Entre más destrozado estás, más te hace creer en las esperanzas. Cada mañana te manda a "su asistente" para que te lea, por una hora, historias de grandes fugas y heroicas resistencias. Esto será por décadas. El cabrón es tan capaz que tiene material para llenar las horas de esos doce mil setecientos días. Siempre cuentos distintos, fugas increíblemente ingeniosas y pacientes. Algunas las escribe el mismo elegante. Hombres sin vista, sin oídos, sin brazos o piernas, que se imponen a destinos de pobreza, o a ejércitos invencibles. Sin embargo, el prisionero de este ser recibe cuatro dosis diarias de sufrimiento. La ciencia principal consiste en que jamás se aclimate al dolor, que no genere resistencias, sino que cada golpe, cada uña arrancada, cada cigarrillo apagado en la piel, le representen algo nuevo e insoportable.