CAPÍTULO 9.1.

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    Después de la cena, tomando café en la terraza de un hotel, Zaragoza retomó algo de la conversación del libro. Cuando pudo sustraerlo de la biblioteca se encerró con él, en su recámara. Las cosas habían tomado una atmósfera sórdida, sin música de fondo y una conciencia exaltada de los sonidos, la temperatura o la luz. Las voces de la gente le quedaban muy marcadas en su cerebro, por horas, incluso por días. Pero eso fue después, ya cuando las sílabas del libro fueron metiéndose en su cabeza. Entendía que algunas palabras debían significar mucho ite-nakgjlg. Parecía que gran parte de la gramática de uno de los lenguajes estaba encaminada a hacer más bella y poderosa esta secuencia.

¿Quiénes o qué hablaban la segunda lengua? ¿Qué utilidad tendría compilar en un solo libro los cinco idiomas más extraños del mundo?

- En verdad ese libro me empezó a enfermar, se me volvió una especie de droga que me hacía perder doce o quince horas cada día. Mirando por encima de signos inexpugnables. Perdí familia, perdí todo lo que tenía hasta que me quedé en la ruina, viviendo de caridad y durmiendo en casas abandonas. La vida no valía la pena si yo no podía entenderlo. Mi vida no era nada... El último rito, el final de esta espiral de destrucción estaba en el libro. En cierta manera yo me había impuesto la más nociva de las maldiciones. O entendía el libro o iba a morir loco y miserable... ¿Entiendes? Fui yo. Mi perversa cabeza la que me obligó a deducirlo; porque, ahora lo sé, la magia del libro está en otro lado... Soy igual que tú, nos exigimos más allá de la lógica; por eso aceptaste trabajar para mí. Porque entendiste que la vida es algo grande o si no, no es nada.

- ¿No hay descanso?

- Sí lo hay. Ahora no busco logros. No lo hay, la mente siempre quiere más... No tienes que entenderlo.

- Lo entiendo.

-          Lo entiendo

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