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Zaragoza me fue calando. Yo no hacía mal las cosas y tal vez por eso, demasiado pronto, lanzó un reto, seguro que yo no le entraría.

- ¿Sabes cómo empezó todo?

"Ni idea", le contesté. Aunque no sabía a ciencia cierta a qué estaba respondiendo. Sería a ¿cómo empecé yo?, o ¿cómo empezó este negocio? Tal vez la pregunta era más amplia y se refería a este asunto de la "gente distinta".

- La respuesta está en un par de libros. – Dijo, placenteramente aburrido. Una de esas primeras veces en que me di cuenta de su tono de actor barato. Como que, en el ensayo de una mediocre compañía, actuara a destiempo y de mala gana, fastidiando al director.

- ¿Quiere que los busque? Supongo.

- Están en Puebla. – Y al orientarme respecto de la ciudad, "su parlamento" había recuperado algo de luz.

No hubo nada más. Estaba seguro que yo iba a ignorar esta conversación. Cuando la gente se enfrenta a un problema grande, por lo general corre a la irracionalidad. En cierta manera Zaragoza me faltaba al respeto, tratándome como si fuera un estúpido espécimen de la masa, porque quería que fuera diferente a los demás empleados que habían desfilado en sus empresas.

Apenas tuve oportunidad, corrí a la ciudad de Puebla a comenzar la búsqueda, siguiendo una lógica mezcla de índices claros: se trataba de la ciudad y no del estado, ¿en que otro rincón podría haber una biblioteca lo suficientemente grande? Agregué un poco de sentido común: Zaragoza sabía que yo podría dar con la pista; por lo tanto, comprendí que sólo bibliotecas públicas o religiosas garantizarían la accesibilidad de los libros. Esto, unido con algo de traba. ¿Qué libros buscaba? ¿Por dónde empezar?

Cuatro días después tenía dos finalistas.

Regresando con Zaragoza le platiqué mi aventura.

"¿Por cuál quiere empezar? De seguro por ese extraño ejemplar de 1917, impreso en Ecuador. ¡Qué raro! Un libro, "copia exacta" de otro desaparecido hace muchos años, ¿publicado en Ecuador?

"La historia, escrita en primera persona, trata de las correrías de un ex convicto español que, en 1601 o 1602, viaja a Inglaterra a conocer a un hombre en desgracia. En el texto hay muy pocas referencias a lugares concretos, y los personajes involucrados no se identifican más que por iniciales o nombres falsos, como si al narrador le diera pena confesar su envidia."

Zaragoza me miró sorprendido. Haciendo un esfuerzo por no hablar, se limitó a jalar arena imaginaria con la palma hacia dentro, en esa convención de "prosigue".

"En aquel entonces, había en España un hombre maldito, egocéntrico. Un aventurero que luchó en batallas famosas y le escribía a los reyes exigiéndoles prebendas por el derecho de ser hijo de la Gloria. Un tipo atormentado que había perdido las últimas esperanzas de la juventud y que comenzaba a sufrir con las consecuencias de los cálculos erróneos provocados por la borrachera de los sueños. Y no entendía cómo un inglés de veintinueve años pudiera, en esta fama precoz inmerecida, pavonearse en el gusto del público."

- ¿Estás insinuando que se conocieron?

- Eso dice este libro, aunque sin mencionar sus nombres.

Contestándole esto, después de un breve silencio, me di cuenta de que había leído el libro equivocado.

- Entonces, ¿nada que ver?

- ¿Qué relación habría de esto conmigo?

- Se menciona una violación, la de Lucrecia. Y como usted tiene una pintura de Cranack.

- ¿Y el otro libro?

Con el miedo y la vergüenza de este primer error, a tientas, fui soltando información de mi segundo finalista. Rápido pensé ¿qué pasaría si también fuera un tiro cebado?

"Es un libro más viejo –me vi titubeando como mentalista, adivinador o charlatán-. No está escrito en un idioma, sino al menos en cinco. Tengo la impresión de que se trata de lenguas muertas, de dialectos góticos o de esos códigos que inventan los ociosos. ¿Qué hace algo así en una biblioteca universitaria de Puebla?"

- ¿Voy bien?

- Ahora sí, me has sorprendido.

¡Vaya! Le había atinado a uno, a uno solo y eso ya era ganancia. Pero, de ahí en más, a este libro apenas le había desentrañado un par de palabras, y eso porque estaban en una variante animalesca del latín. Es decir, algo que intuí era un idioma inventado que conjuntaba el latín con el uso de nombres de animales como claves.

- ¿Se trata de la piedra Rosseta de cinco idiomas?

- Sí, eso es – contestó aburrido mi patrón.

- ¿Cuáles son esos idiomas?

- No te lo voy a decir. Yo mismo tardé muchos años en averiguarlo. Hasta que encontré a alguien que me enseñó a hablar una de esas lenguas. Tuve que dormir quince años con los apuntes que tomaba de este libro, tuve que volverlo mi obsesión, para darme cuenta de que eran lenguas reales y no una burla fraudulenta de hace siglos.

EL IDIOMA DEL DIABLODonde viven las historias. Descúbrelo ahora