10. Hechizos.

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- No entiendas nada... En aquel entonces, estaba ya tan loco que acostumbraba a leer el libro en voz alta, en los mercados, debajo de los puentes, en las playas, en los caminos abandonados. Repasando las últimas páginas del quinto lenguaje, una mañana, me sucedió algo increíble. Un perro callejero se me acercó.

Fue como si lo hubiera embobado. El perro se situó enfrente de este vagabundo en que se había convertido el joven Zaragoza. Lo miraba como si escuchara. Parecía responder a las líneas que iba leyendo. A la manera de un experimento, trató con el primer lenguaje y nada. Tampoco con la segunda lengua, ni en la tercera... Con la cuarta gruñó. Zaragoza volvió a la quinta. El perro se mostraba feliz, pero no con la cola, no a la manera típica, sino con los ojos y el hocico. Se notaba un esfuerzo por hacer lentos sus ladridos, con la intención de decirle al joven...

Zaragoza tomó al animal de la cabeza, le habló en español y no notó ningún efecto. Aunque sí esa sensación macabra de que había algo fuera de la lógica, como si el perro no fuera un perro, sino un hombre viejo. ¡Mierda! Recordó Zaragoza... Se dio cuenta de que le hablaba a alguien humano atrapado en el cuerpo de un animal.

- ¿Existe esa maldición?

- Sí. En eso terminan quienes han hecho mucho daño, quienes han caído en varios hechizos.

- ¿Son de la misma raza que abunda en su vecindario?

- Seres malditos.

- Aquí se supone que debería decir "no lo creo". Pero, se me hace tan lógico.

- Hay miles en el mundo.

El animal caminó algunos pasos hacia atrás. Los perros no caminan hacia atrás como caballos entrenados. Los perros no muerden ramas ni hacen dibujos en el suelo. Zaragoza creyó que había intentado escribir "mdfdiffg#o". Pronunció la palabra y el perro orinó. "Mdfdiffg#o" igual a orinar, o tal vez "orina", en imperativo. Había comprendido una palabra del quinto lenguaje. Meses de pobreza, relegado por completo de la vida en sociedad, con la alimentación de un miserable y ya cruzada la línea de la locura para entender una sola palabra del último idioma. En lo que restara de su vida tal vez podría traducir una línea, a ese paso.

No se había dado cuenta de los extraños dones que vienen aparejados con cada uno de los idiomas; por ejemplo, la lengua de los perros casi siempre trae sueños premonitorios. Es curioso, después de leer un par de líneas puedes ver números seis en el cielo. O que la gente, al caminar, deja una estela de sietes. Son números que siempre dicen algo. Tardó años en descubrirlos como series para "el melate" o la lotería. 2, 4, 9, 19. ¡Esa es la combinación ganadora! Pedía una boleta y no, resulta que había sido 9, 12, 14, 22, 24 29. Endiabladamente cerca y lejos. A mayor comprensión del quinto capítulo del libro de las lenguas, una predicción más acertada. Soñó un 1, 6, 7. Corriendo fue a comprar varios melates. Entonces cayó el primero de sus premios pequeños, sesenta mil pesos... Vinieron tantos, siempre medianos o chicos, trescientos mil pesos, un millón, nunca más. Tantos, que a veces los regalaba a las personas menos idóneas, sólo para ver como una familia era destruida por el dinero en pocos meses. La cuestión no era enriquecerse, sino tener el don de navegar por las cifras del futuro.

Ahora, lo interesante de esto es que toda la gente, Sí, absolutamente toda la gente, tiene la posibilidad de acceder a una magia parecida para ganarse la lotería, o sus similares. Según el coyotero, el truco es muy fácil. Despiértate un domingo creyendo que ya es lunes, ve a la tienda y pide los resultados del sorteo. En ese momento, con la confusión y el ridículo cuando te dicen: ¡Señor, es domingo, el sorteo es hasta la noche! En ese momento es cuando te imaginas ciertos números escritos. "Agárralos". Esos son. El viejo truco de creer que estás en el futuro mientras todavía vives en el pasado.

Al día siguiente aprendió comida, rata, agua, sol... Una semana después, tras decenas de intentos del perro por hacerse comprender, encontró la palabra para "maldito" y el complicado concepto de "hechizo".


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