Pronto ya no tuve qué más preguntarle, así que me hizo volver a mi historia.
Nuestro español, tras haber pasado una temporada en la cárcel, consigue unas monedas y viaja a Londres. Le cuesta trabajo hablar en inglés, aun así lo aprende con coraje, pues hay algo en el autor de esa isla que le provoca una emoción dolorosa... El inglés escribe y actúa en obras que a veces tienen éxito y muchas tantas son expuestas ante públicos pequeños e ignorantes.
Confundido entre unos viejos marinos ebrios que abuchean un drama incomprensible, nuestro español, con su acento feo, se une al coro de la rechifla y hace correr a los actores. No cabe de alegría esa noche, el muchacho no es mejor que él. No tiene su profundidad y casi está seguro que hay demasiadas pocas reflexiones en el oficio de pensar historias... Es de madrugada, hace un frío que no padecía desde que casi muere en una helada mazmorra... Ya no hay alcohol, ni compañeros circunstanciales de venganza. ¡Cómo se burlaron de esa pretenciosa parodia histórica! Empieza a aclarar. El hombre, ahora sólo, no deja de pensar en un par de líneas de la obra. Qué importa que estén en una lengua primitiva, las ha entendido, las siente como estocadas de hierro frío en su pecho sangrante. No quiere hacerlo. No puede hacerlo y eso le incomoda; pero, en el fondo, se ha dado cuenta de que está frente a otro genio, y llora.
Tiene mucho en qué recapacitar, y sin embargo no lo puede hacer bien. La envidia le hace desear la muerte del muchacho. No quiere que sepa que ha venido desde España porque lo admira, porque le teme y porque no deja de toser, de sentir saliva amarga en la garganta y de dolerse en el vientre al considerar que puede haber alguien más grande que él.
Se ha propuesto ir a verlo también una segunda noche, y una más, y tal vez la semana completa. Cree necesitar tiempo para comprender la historia a cabalidad... Comienza a fraguar un plan, abordará al joven una de estas mañanas, ojala sea en el mercado. ¿Lo felicitará? Hay tantas preguntas qué hacerle. ¿Un consejo? ¿Pedirle consejo a un escritor de segunda? ¿Tendrá que reescribir esa historia que lo ha atormentado desde la última cárcel?
La segunda vez pasa más rápido, entiende otros diálogos, comienza a vislumbrar el verdadero significado. Hay dolor. El joven inglés no puede fingir que no tiene un dolor profundo que se respira en cada una de las líneas; y eso, a nuestro amargado español, le da un poco de gusto. Entiende que este encuentro no se debió de dar... Demasiada gloria en cada uno de ellos, demasiada grandeza. Son monstruos que no debieron conocerse, soles de proporciones subyugantes hasta para el mismo Dios. Teme, que de tocarse, se pudiera generar una chispa explosiva que arrasaría con el mundo. ¡No deben tocarse! ¡No deben conocerse! ¡Que no se conozcan!
El español puede soportar la envidia y el sufrimiento de asistir a una tercera función. Maldice al joven porque sabe que ha logrado amansar a esa amante violenta y jugosa, aunque ciega, que es la gloria. ¡No la merece! Su historia es demasiado "teatral", sencilla, poco psicológica. No hay realidades que se quiebran en pedazos, no hay ancianos locos, no hay la amargura de los dioses que son expulsados a los parajes secos de la España central.
Nuestro hombre mira desde la cubierta cómo las tierras inglesas se hacen pequeñas, su viaje caprichoso ha terminado. Nada bien. En el mercado logró interceptar al actor. No pudo controlarse y dejó ver su lado grosero. Con envidia le increpó sus éxitos, sus publicaciones tempranas. El joven parecía no escucharlo. Sin sorpresa, sin enojo le respondió algo así como que había cosas más importantes en qué preocuparse. El español insiste: "la he estado persiguiendo toda mi vida, he querido dormir con ella, que la gente se entere de quién soy y de lo que soy capaz". Deja de hablar el rudimentario inglés. Frenético parlotea en su castellano... El inglés entiende que también ese viejo está sufriendo. Quiere tocarle el hombro y consolarlo, pero, algo en su interior le dice que no debe.
Me regreso un poco...
Hubo una cuarta noche. El actor nota al incómodo espectador. Distraído, sabiéndose juzgado, no puede representar el papel que él mismo ha escrito, ni tampoco el verdadero papel de un padre que pierde a su promesa más querida, ni siquiera puede comportarse como un simple actorcillo más.
Jamás sabrá nuestro español que el joven, terminando esa presentación, se quedó afuera del teatro esperando poder continuar la discusión de la mañana. Tenía algo importante qué decirle... Algo había reconocido en el forastero que nadie más lo había hecho sentir.
Esta visita del genio no fue registrada más que en una especie de desahogo. El documento original fue destruido por una comisión a finales del siglo XVIII. Tal vez uno de los integrantes de aquella fue el autor de este libro. Dice, para terminar, que el español supo, en 1616, que el genio inglés había muerto, joven. Dice, que ese día el cielo estuvo especialmente gris... Murió días después, ahora completamente solo.
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EL IDIOMA DEL DIABLO
ParanormaleUn agente de bienes raices acepta trabajar para un hombre que hace tratos turbios y ofrece servicios a "toda clase de clientes" siempre y cuando no sean pobres, ni comunes mortales. D. Zaragoza es el provedor (de casas, mansiones, haciendas y palaci...