Me hacía sentir tan pobre ordenándole a un empleado con las mismas palabras "masa" de un villano de televisión. Rellenando horas con: compré, vendí, miré, comí... Entender las posibilidades me volvió intolerante. "Hola amigo, ¿gustas probar el nuevo...? ¿Cómo has estado? ¿Ya conoces la tarjeta...?"
Odio los verbos empleados en los contactos iniciales, en las primeras citas: "soy, me gusta, he ido a..., conozco a..., me considero una persona, le dije, me pareciste alguien bien"... Somos peores que niños de cinco palabras: mamá, papá, no, sí, calle. Escurrimientos y goteras frente a los ríos caudalosos del lenguaje de Zaragoza.
Por eso, sin remordimiento, a veces termino una conversación dándole la espalda a quien solo merece desprecio.
No es difícil encontrar una contradicción en el pensamiento zaragociano, por una parte llama la atención contra la soberbia, y por la otra, odia la estúpida pobreza lingüística de las masas.
"Por lo general no me gusta matar a nadie, prefiero la lenta muerte espiritual y vital de la edad. Tú sabes que sólo meto mi cuchara cuando puedo generar un puñado de espirales virtuosas al terminar con un fruto podrido. ¿Sabes qué pasó con el idiota ese de la vecindad? Los vecinos se organizaron para festejar el siguiente domingo. Me hicieron invitar.
"En mi representación mandé al buen Felipe. Casi todos comerciaban en el rumbo y se cooperaron para mandarme medio trailer de fayuca y piratería. Se los tuve que aceptar. Se me seca la mano por diez años si no se los acepto. Hice felices a tres madres, a veinte parientes y a toda una calle. Es como si hubiera podado. ¡Velos a ver! Le regresé la vida a la colonia... Ese era "un mierda", soberbio. Verás. Comprobado, los hombres somos como edificios, cada año que pasa nos van aumentando un piso. El ego intenta volvernos construcciones interesantes, pero, al buscar embellecernos nos afea. ¿Te has fijado en esos viejos ricos de pelo maltratado por tanto tratamiento, restirados, de cejas esquizoides y de bocas torcidas por la jactancia? ¿Qué son? Sus brazos y su cuello no desmienten la ancianidad, pero el plástico de sus frentes nos desconcierta. Manos manchadas con flores de panteón, escóndelas Madona, y torsos flácidos. Edificios tipo Bajío y empotramientos con influencia de Las Carolinas. Sus vidas se desmoronan. ¿Conoces el juego ese de Jenga? Sí, una torre de bloquecillos de madera. Consiste en que quites la mayor parte de los sostenes sin que la estructura se desmorone. Una vieja arpía rica y vanidosa es esa torre, trescientos pisos, tambaleante, insana, a punto de caer. Aquí me prohíbo a mí mismo intervenir de una manera más activa... ¿Te fijas? Lo más que hago es jugar tantito. Adivinar qué pieza desestabiliza más sin derruir el engendro. La quito, lastimo y hasta ahí. Hay que estar atentos a ver si ahora cojea más, si su voz se quiebra un poco distinto. Detalles.
"Me gustan los hombres y las mujeres jóvenes, son casitas nuevas, sin aburridas historias que contar, o embriones de mitos. Sin logros extravagantes y sin revanchas transferenciales... Por eso, también, "querido amigo", nada más vergonzoso que un gran perdedor que se pasea con un alma inocente y bella, presumiéndonos en el cuerpo de la incauta que "al fin lo logró". Cuando andemos por Eje Central vas a ver a una cincuentona que camina de la mano con un animalito de veinticuatro. Se desliza con la frente en alto a lado de "su amor". Su aberrante combinación de blusa roja, saco negro y mascadas pastel. Pasa por la joyería de un hombre que la despreció hace treinta años, come en el bar donde se vio rebasada por sus competidores más jóvenes e intenta hacerse notar en las reuniones del gremio. ¡Patético! Busca el reconocimiento de gente que ya no existe. Todo esto me provocó una morbosa curiosidad, Filiberto tuvo que poner algunas cámaras en su dormitorio, en la cocina, en la televisión. ¡Vieras qué triste! No hablan por las noches... ¡No hablan! Pensé que el ego estaría asociado a la palabra... Ego sin palabras, ¡Qué infierno!
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EL IDIOMA DEL DIABLO
ParanormalUn agente de bienes raices acepta trabajar para un hombre que hace tratos turbios y ofrece servicios a "toda clase de clientes" siempre y cuando no sean pobres, ni comunes mortales. D. Zaragoza es el provedor (de casas, mansiones, haciendas y palaci...