7.1.
D. Zaragoza temía a muy pocas cosas. Lo malo, es que eran aquellas de las que no podía escapar. Le habían advertido entre los clientes, los proveedores, las orejas y los halcones de este bajo mundo, que correría un gran riesgo metiéndose con seres como "el elegante". Habría hecho bien en escucharlos, pero no. Prefería menospreciar a las nereidas que el más mínimo desaire a los del cuarto y quinto nivel.
En varias ocasiones había recortado su lista de clientes. Trabajando cada vez menos con criminales, con enfermos, locos o gente nociva. A veces, alguien le recomendaba a un nuevo prospecto. Zaragoza los visitaba con un par de armas escondidas.
Lo acompañé en un proceso de selección. Se trataba de otra mujer. Estábamos preparados con diez guaruras que acostumbraban a hacerle ciertos trabajitos ocasionales. Ya iba negado. Rechazaría a los seres de agua, por mucho dinero que tuviesen, a menos que se tratara de esos pocos y resbalosos sobrevivientes de no sé cual cultura. Por principio, menospreciaba a cualquier sabandija de la clase de las ninfas. Estas tendrían que hacer muchísimos méritos, sobornarlo con siete ceros o caerle excepcionalmente bien. Con otros, las cosas serían llevadas formalmente y con la típica precisión fina del coyotero. Simples negocios, la cartera ante todo. Lo que no perdonaría es que un mortal se atreviese a llamarlo. Era motivo para cobrar una multa que no bajaba de setecientos mil pesos, pagados en el acto. Él no estaba para negociar ni con pobres, ni con humanos comunes. Los atrevimientos serían sancionados con cobros lesivos o con lujo de violencia, ¡no sobrevivirían para contarlo!
Llegamos a una mansión de media cuadra, en una ciudad de provincia. Zaragoza mandó por delante a dos de sus hombres. Escuchó la oferta de la señora. Trescientos mil pesos por un encargo estúpido. Se llevó la mano a la frente, indignado. "¡Qué pendejo! Y por esto vine"... Salimos a comer y regresamos al caserón de esta enferma. Cinco de sus lugartenientes tenían órdenes muy precisas, por lo que pronto sentimos el rico calor de las llamas.
Zaragoza y yo contemplábamos la hoguera a cincuenta metros, deleitándonos con cócteles de almeja en la burbuja fresca, aire acondicionado, de la camioneta. Junto al perfume de la madera quemada había un aroma putrefacto, insidioso. Los gatilleros advirtieron que este asunto se pudriría hasta volverse insufrible, que sería insoportablemente nauseabundo. No lo quería creer, ni lo habría imaginado, pero lo ví: decenas de vecinos salían se sus casas revolcándose, con los ojos llorosos y deponiendo entre convulsiones. Alejé mi cóctel, él no. Pareció no inmutarse.
La cabeza del patrón era un motor de dos únicas velocidades, la mayoría del tiempo, o se notaba aburrido, como si conociera el final de todas las historias; o se maravillaba disfrutando al máximo cualquier momento, o ambas cosas a la vez. El aburrimiento ante lo fascinante, como un soberbio experto. Lo que fuera, el resultado siempre podía resumirse en el arte de congelar los momentos... Y por más pestilencia, siguió paladeando, desesperantemente lento, su cóctel.
- Eso que percibes es el odio.
- ¿El odio huele?
- Sí... Quiero que lo detectes bien. Porque tú, si sigues trabajando conmigo, debes aprender que, pase lo que pase, nunca debes odiar.
- Usted acaba de matar a una mujer, está incendiando su casa, ¿y se preocupa de que no odie?
Así es. El acto de matar, para mí, no tiene nada que ver con esos sentimientos enfermizos de venganza, de redención, de ira. Jamás empuñes una pistola si no la vas a usar con determinación; y, jamás mates a alguien si no eres capaz de llegar a tu casa, lavarte la sangre, poner una pieza de ópera, al menos Michael Nyman, y disfrutar de una buena cena. Hay personas que dejan una estela de destrucción tras su paso; es como la huella ecológica. Cuando llegamos a la mansión me di cuenta de que no valía la pena bajar. Sentí que se trataba de una mujer enferma que había destruido todas las relaciones que le habían pasado enfrente. Una estafadora, una paranoica imbécil que no sabía diferenciar el dinero del afecto. ¿Me entiendes? No todo lo hago por dinero. Devez en cuando tengo que comportarme como una empresa "socialmente responsable",pro bono. Hay gente a la que nadie va a extrañar, hay gente que sólo será recordada por alguna anécdota o el vicio más evidente de su personalidad.De vez en cuando no es malo quitar un poco de maleza.
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EL IDIOMA DEL DIABLO
ParanormalUn agente de bienes raices acepta trabajar para un hombre que hace tratos turbios y ofrece servicios a "toda clase de clientes" siempre y cuando no sean pobres, ni comunes mortales. D. Zaragoza es el provedor (de casas, mansiones, haciendas y palaci...