CAPÍTULO VI

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Runaria ronroneaba en el regazo de Liemi mientras ella le acariciaba la cabeza. La princesa miró el lugar donde antes había tenido su tercer ojo y se estremeció. Se lamentaba no haber actuado antes, de no haber acudido a los moradores de los espejos, pero aquellas criaturas la atemorizaban más de lo que quería admitir. No dejaba de pensar en la aversión que sentían sus padres hacia ellos y las indicaciones que habían dado de no volver a recurrir en su ayuda. Pero sus padres ya no estaban con ella y la agonía del reino pendía sobre sus hombros, el peso era demasiado grande.

Liemi sabía que si tuviera el tercer ojo de Runaria podría saber del estado de sus primas dragón. Podría verlas con tanta claridad como si estuvieran junto a ella. En cambio, la incertidumbre la estaba devorando poco a poco. Se negaba a acudir nuevamente a los moradores, debía resistir la intriga lo más posible. La única tranquilidad que tenía residía en la llama azulada que le había obsequiado Neleha antes de partir. La había colocado en un pedestal y se mantenía a su lado día y noche, como si se tratara de un pequeño faro de esperanza. La llama se retorcía con la brisa, danzaba, latía y crepitaba, incluso creyó verla cambiar de color hacía unas noches. El azul se había tornado de un violeta a un rosado muy agradable. Liemi esperaba que las hermanas se encontraran bien.

─Su Alteza ─dijo una voz que llegó por detrás.

La princesa se estremeció en su asiento, se había descubierto demasiado absorta en las llamas.

─Adelante, Niraj ─ordenó Liemi con una voz que no denotaba demasiada alegría por recibirlo.

─Permítame saber qué es lo que la mantiene aquí encerrada, no se la ve bien.

─El reino agoniza y yo no soy capaz de salvarlo. Si usted tiene información que me ayude a salvar a cada emiriano que está bajo mi protección, dígala. Si no, por favor, retírese.

Niraj hizo caso omiso de las palabras de la princesa y se acercó para contemplar las llamas. Se trataba de un elfo alto y delgado, con las facciones demasiado afiladas. Llevaba el cabello peinado hacia atrás y le empezaba a escasear sobre la frente. Le daba un aspecto serio y cansino. Se desplazaba dando pasos arrastrados que sonaban como un suspiro cuando las ropas de satén lamían el suelo. Su piel era trigueña pero no tan oscura como la de Liemi, que parecía del color del caramelo fundido.

─Es un fuego muy extraño, mi Señora, casi parece que tiene vida propia ¿Dónde dijo que lo encontró?

La princesa no había dicho ninguna palabra de la existencia de sus primas. Así como muy pocos sabían de aquella posesión. Sin embargo, había despertado la curiosidad de los elfos más cercano, aquellos que habitaban el palacio.

─Eso no les incumbe ni a ti ni a ninguno de tus amigos, Niraj ─con los años Liemi había aprendido a lidiar con sus congéneres más antiguos. Cada uno de ellos se creía más listo que el otro. Solían crear intrincadas conspiraciones para acercarse al poder ─Se trata solo de fuego mágico. Me ayuda a saber qué tanto ha menguado la magia en el reino, siempre parece que se hace más y más pequeño ─mintió para tranquilizar la curiosidad de su interlocutor.

Niraj asintió con la cabeza y con el semblante serio dijo: ─Bien, sepa que puede pedirme lo que sea, Su Alteza. Si la soledad le sienta mejor, entonces, la dejaré ─dicho aquello el elfo dio media vuelta y se disponía a retirarse cuando la princesa lo detuvo.

─Dime, Niraj, qué recuerdas de la reina Mirina.

El elfo se volteó incómodo y regresó sobre sus pasos. Exhaló un suspiro resignado y comenzó a explicar: ─Bueno, princesa, usted sabe que la reina procedía de la más alta estirpe de elfos. Se decía que su cabello era del color de la miel y que sus ojos eran verdes como el olivo. Una criatura tan bondadosa como justa, bella como inteligente. Es una lástima que se rodeara de tan mala compañía.

─ ¿Hablas de los Altos Elfos o del resto de las criaturas del reino? ─el tono de voz de Liemi era insolente, mal intencionado.

─Le sugiero, Su Alteza, que tenga cuidado con el modo en que se refiere a los de su propia especie. Podría perder nuestro apoyo y, por consiguiente, el trono.

─ ¿Así como decidieron arrebatarle el trono a Mirina? Si no mal recuerdo también la asesinaron, junto con sus hijas.

─No seguiré tolerando este interrogatorio mordaz, Su Alteza. Quienes condenaron a la reina fueron esas criaturas de corral que llamaba amigos ─Niraj se frotaba las manos con dureza. El satén sonaba estrepitosamente al rosarse lo pliegues. Hablaba de los faunos y de los minotauros como si se tratara de pura escoria. ─Mire, pretender manchar la sangre de su alto linaje con el estiércol de ese minotauro ya era demasiada traición. Pero alumbrar a aquellas crías de dragón fue lo que la llevó a la muerte. Peor aún su intento por criarlas dentro del castillo. Esos repulsivos seres habrían acabado con todo el reino. Yo estuve ahí cuando llegaron al mundo: con sus garras, con la piel traslúcida y exhalando estelas de humo por la boca. Si hubiera sido por mí las habríamos arrojado al mar inmediatamente.

La princesa Liemi escuchó cada palabra horrorizada. Su cuerpo estaba petrificado. De no ser por la penumbra, Niraj habría notado que estaba tan pálida como la cal. ─ ¿Qué hay de la rebelión? ¿No fue la paz del reino lo que compraron con la muerte de la reina? ¿O solo aprovecharon la oportunidad para apartarla del camino?

─Los Altos Elfos hacemos lo mejor por el reino ¿Duda de la legitimidad de la coronación de su padre, el verdadero heredero de la reina, que los Altos Elfos optamos por permitir? ¿Es que la peste ha mermado sus deseos de gobernar y provoca nuestra ira en pos de que la apartemos del cargo? ─con cada palabra, el elfo expulsaba gotas de saliva por la boca y sobre la sien le latía una fina vena azulada. Las orejas puntiagudas se le habían tornado de un rojo intenso.

Liemi comprendió que había llegado al límite de la discusión y dijo en tono apaciguador: ─Me disculpo, Niraj, he sido grosera con usted. Tiene razón, el peso de la corona en estas circunstancias ha enceguecido mi juicio. Pero, como siempre, usted me ha abierto los ojos a la verdad y estoy agradecida por eso.

─Me alegra ver que Su Alteza haya recuperado la cordura. Le recomiendo que vuelva a sus habitaciones y descanse un poco. Esa llama no se apagará, se lo aseguro ─Niraj se acomodó un mechón de pelo y luego extendió las arrugas de la falda de su túnica violácea ─Venga conmigo, la acompañaré en persona.

La princesa no mostró señales de resistencia. Tomó a Runara entre sus brazos y se levantó. Escudriñó una última mirada al fuego y pensó: No te preocupes, Runaria, todo saldrá bien. Después de todo Neleha y Otella vienen de la sangre del dragón y no habrá quien las pueda detener. Ambos elfos se retiraron arrastrando las sedas y los satenes por el suelo. Cerraron la puerta y dejaron la estancia inmersa en una penumbra interrumpida únicamente por aquel faro de luz azul centellante. 

Emiria y La Peste del DragónWhere stories live. Discover now