CAPÍTULO II

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Los músculos se tensaron, las orejas se arquearon y el vello se erizó cuando el ciervo presintió que alguien lo observaba. Alzó la cabeza con sus grandes astas y esperó inmóvil a que el bosque delatara la ubicación del posible depredador. Nada sucedió y volvió a pastar de manera apacible. Fue entonces que cayó sobre su cuerpo un peso descomunal y se le insertó en el pecho, justo en el corazón, una fría daga.

Neleha se quitó de encima de su presa y extrajo el arma para limpiarla en una de sus botas negras. Otella, su hermana melliza, apareció por detrás. Tenía una serie de conejos y ardillas atados en una larga soga desde el rabo y que llevaba colgada sobre los hombros.

─Bien hecho. Tendremos comida por un buen tiempo. Ahora larguémonos de aquí antes de que alguna bestia olfatee la sangre hasta nosotras ─dijo entre susurros aprensivos. Neleha, sin decir nada, tomó al ciervo desde una de sus astas y lo cargó sobre el hombro como si se tratase de un simple saco de papas.

Antes siquiera de poder dar un paso, una serie de crujidos las obligó a dar un salto hacia un lado. De lo contrario, una gigantesca rama hubiera caído sobre ellas. El estruendo fue ensordecer y tras él apareció un trol de cuatro metros de altura. Estaba semidesnudo y cargaba un hacha de piedra en una de sus manos. Se tambaleaba amenazante como un péndulo mortal.

─Demasiado tarde ─dijo Neleha que, sin dudarlo un segundo, soltó al animal y se aferró con una fuerza feroz a la daga asesina.

Entonces, el trol se paralizó y observó a ambas jóvenes con algo de perplejidad. Luego comenzó a sonreír maliciosamente y dijo:

─No puedo creerlo. Esos ojos rajados y brillantes. Esa tez áspera y rojiza. Esas orejas puntiagudas y... ─se detuvo para aspirar exageradamente el aroma del ambiente ─ese olor a elfo maldito.

Las hermanas se miraron al mismo tiempo y luego al trol, que no paraba de reír.

─Imagínense lo que me darán los Altos Elfos cuando se enteren que en el Bosque Negro están ocultos seres tan repugnantes como ustedes ─sin siquiera pensarlo, la bestia dio media vuelta y comenzó a correr hacia el norte tan rápido como le fue posible.

Neleha y Otella comenzaron a correr tras el trol mientras sus cuerpos sufrían una serie de transformaciones viscerales. A Otella le nacieron alas de la espalda. Alas de cuero como las de un murciélago gigantesco. Tenía filosas garras en las puntas de cada pliegue. Se veían rojizas y con una textura similar a la de los lagartos. Sus ojos destellaban de un color rojizo y se lanzó al cielo de un salto.

A Neleha, en cambio, le crecieron durísimas escamas doradas. Sus piernas tomaron una forma bestial, como si se tratase de una especie de poderoso lagarto. Así mismo le surgió una larga y fuerte cola dorada. Inmediatamente comenzó a correr tras el trol pero lo había perdido de vista. Para su fortuna Otella podía ver desde el aire. La guiaba a toda velocidad por sobre la copa de los árboles. Daga en mano se desplazó a través del espeso follaje. Pronto volvió a ver al monstruo que, al descubrirse amenazado, se detuvo. Alzó su gigantesca hacha a la altura del pecho y esperó el primer impacto.

Como si se tratase de un bate, el trol movió el arma entre ambas manos, hacia un costado y por sobre los hombros. Cuando la sacudió hacia adelante, Neleha se estrelló contra ella. Aunque no le significó ningún esfuerzo detener el golpe con ambos brazos. La semielfo gruñó mostrando una feroz dentadura. El trol comenzó a desplazar el hacha nuevamente. La alzó por sobre su cabeza para asestar un veloz golpe. Con el impacto quebró la tierra que había bajo sus pies. Neleha esquivó el ataque con un salto hacia arriba y tomó al trol por uno de sus brazos. Entonces lo apuñaló. La bestia gimió y empezó a sostener el hacha con una sola mano. El otro brazo colgaba inerte junto a su torso. La muchacha se desplazó hacia atrás para darle espacio.

Emiria y La Peste del DragónOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz