CAPÍTULO IX

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Neleha no supo en qué momento pasó: su cuerpo se había transformado. Dejó sus rasgos élficos atrás para dar lugar a una fuerte cola escamada de tonos dorados. Las piernas mutaron a las de un lagarto con garras inmensas. Sobre la cabeza tenía un par de cuernos negruzcos gruesos, pero no tanto como los de su hermana. En la mano portaba la daga y se movía dando rápidas zancadas hacia Crisantemo.

El minotauro comprendió que no podría evitar el enfrentamiento y se resignó a recibir la envestida de la muchacha. Neleha dio un salto alto, encogió ambas piernas hasta su pecho y, al descender, las extendió con tanta fuerza que Crisantemo se vio obligado a apartarse hacia un lado. La tierra que recibió el impacto estalló en un centenar de rocas y polvo. Dejó un leve cráter alrededor. Ella no se detuvo ni por un momento. Volvió a moverse con terrible velocidad con la daga lista para cortar la carne de la bestia. Pero Crisantemo elevó el hacha y desvió el arma de su contrincante. Entonces recibió un rasguño en el rostro. Había sido con el extremo de la cola de Neleha. Después ella giró sobre su propio eje para asestarle otro golpe con el pie en el pecho que lo lanzó un par de metros hacia atrás. Las pezuñas se sujetaron a la tierra para detener el arrastre. Se elevó una polvareda que le hacía lagrimear los ojos. Jadeó por la adrenalina y liberó una especie de mugido grave. El ancho pecho se inflaba y desinflaba con acompasada rapidez. Sabía que la joven no se detendría hasta matarlo.

─ ¡Detente, Neleha! ─gritó Crisantemo mientras evadía otro ataque furioso.

Entonces Neleha pareció detenerse un instante. Aquella voz áspera le desprendió un sentimiento indescriptible. Recuerdos se le agolparon en la mente tan rápido como cuando se esfumaron. Se diluían como agua entre los dedos. La envolvió un aroma sutil que le resultaba muy familiar, un aroma que había sentido en miles de sueños. No lograba comprender por qué pero aquellos recuerdos que no terminaban de hacerse tangibles la hacían alentar el paso. Sin embargo, al ver nuevamente al minotauro allí frente a ella, volvió a enfurecer. Se acercó a él lo suficiente como para tomarlo por uno de los cuernos. Lo empujó con tal brutalidad que lo depositó en el suelo y le arrastró el rostro unos centímetros. La tierra se tiñó de un tono rojizo debido a la sangre de la criatura que manaba de la mejilla, la frente y el labio.

La dragona le colocó un pie lleno de escamas doradas sobre la espalda y le enterró las garras. Crisantemo lanzó un grito de dolor. Neleha soltó el cuerno y, en su lugar, lo tomó del cabello para estirarle la cabeza y el cuello hacia atrás. Entonces acercó el filo de la daga junto a la yugular. Otella, que hasta entonces no había intercedido, se acercó para observarlo mejor. Se acuclilló, realizó un gesto de asco y lanzó un escupitajo hacia el rostro pétreo del minotauro. Él se vio obligado a cerrar un ojo para que la saliva no le entrara dentro.

Entonces, justo antes de que pudieran matarlo, llegó un fuerte viento que se movía casi como si tuviera vida propia. Rodeó a Neleha y a Otella y las elevó casi un metro por sobre el suelo. Las alejó del minotauro y las depositó nuevamente entre remolinos a varios metros de él. Crisantemo se levantó inmediatamente y observó aquel acontecimiento con la misma expresión de perplejidad que las hermanas.

El viento, ya más calmo, dio una vuelta alrededor de las hermanas. Dibujaba espirales y bucles casi alegres. Luego se separó y se dirigió a realizar lo mismo alrededor del minotauro. Bagual había diluido la mitad de su cuerpo en cenizas para juguetear junto con la brisa. Se perseguían como cachorros y se enredaban en largas espirales de tierra, ramas, hojas secas y humo. Luego de unos instantes, se separaron y el viento se quedó casi quieto en medio de las jóvenes y del minotauro.

Entonces, Crisantemo pareció emocionarse. Por las mejillas le corrían sendas lágrimas gruesas y dejó caer el hacha con brusquedad. La brisa había empezado a condensarse en una figura traslúcida, casi transparente, con la forma de una mujer, una elfa. El pelo se le arremolinaba sobre el rostro. Lanzó un beso tierno que acarició la mejilla raspada de su amante. Fue como un suspiro o el aleteo de una mariposa. Después, la figura se volteó hacia sus hijas. Las miró con ternura y se les acercó flotando. Puso una mano invisible sobre uno de los hombros de cada una de ellas y sintieron una presión cálida sobre la piel. Para ese momento, Neleha ya había vuelto a su forma habitual. Mirina las abrazó a ambas al mismo tiempo y depositó varios besos sobre sus frentes. Tanto Neleha como Otella tenían el rostro rojo y congestionado de lágrimas. Pero entonces, la brisa se volvió etérea nuevamente y se elevó hacia el cielo, abandonándolo todo.

─Madre ─dijo Neleha mientras extendía las manos al cielo a modo de súplica. Otella imitó el gesto pero la angustia le cerraba la garganta y solo logró soltar un gemido ahogado.

Una vez que la brisa desapareció por completo, Crisantemo se les acercó despacio. Colocó una rodilla sobre el suelo para estar a la misma altura que ellas y dijo: 

─Vengan conmigo, necesito decirles algo. 

Emiria y La Peste del DragónWhere stories live. Discover now