EPÍLOGO

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Una luz verde parecía iluminar aquel espacio, de modo que todo tenía un color nauseabundo, sucio. El olor hacía juego con la vista. Olía a cloaca. Las ratas correteaban por doquier llevándose alguna porquería entre los dientes. Iban y venían haciendo un sonido agudo y repiqueteante con las garras sobre la dureza del suelo. Algunas le caminaban por encima causándole un cosquilleo insoportable.

Entonces descubrió que estaba despierta. Un dolor agudo en la cabeza y en todo el cuerpo la obligaba a mantenerse tendida en el suelo. De no ser por el ligero movimiento de su pecho bien podía parecer un cadáver.

Por más esfuerzo que hizo no consiguió dar con sus recuerdos. Cada imagen vaga le causaba un dolor insoportable detrás de los ojos. En sus oídos sonaba un pitido chirriante. La última sensación que recordaba era la del baño de luz azul blanquecina que había vuelto polvo su cuerpo, o lo había enviado a volar por los aires. No lo sabía con seguridad. Dentro del pecho sentía una ausencia desgarradora, como si le hubieran remplazado el corazón con una bolsa llena de clavos.

Cerca de su cuerpo yacía un arma, más bien la hoja de un arma. Cuando intentó agarrarla no lo consiguió. Sentía que el brazo se movía, que le picaba y que las ratas caminaban sobre él, pero delante de sus ojos no encontró miembro alguno. Allí donde hubo un brazo tenía una herida sangrante que acababa en muñón a la altura del hombro. La desesperación la atormentó. Intentó arrastrarse, contraerse como un gusano para avanzar, o girar sobre su propio eje para colocarse boca arriba. Cualquier esfuerzo fue en vano.

Entonces, a sus oídos llegó una especie de rugido y un olor a combustión le impregnó las fosas nasales. Algo se acercaba a gran velocidad y dejaba tras de sí una estela de humo y polvo. Por alguna razón aquello le recordaba a algo pero no logró saber a qué exactamente. Solo descubrió en su interior un sentimiento de anhelo. Sin embargo, la decepción la inundó al ver que algo se detuvo junto a su cuerpo, a unos cuentos metros, y supo que no era aquello que estaba anhelando.

El objeto era de gran tamaño, con una forma más bien cuadrada. Estaba suspendida sobre cuatro ruedas gruesas. El rugido hacía que la estructura de metal temblara y, de cuando en cuando, arrojaba grandes bocanadas de humo desde un tubo trasero. Jamás había visto algo así.

Entonces, escuchó unas voces y el mundo comenzó a dar tumbos. Sentía que su cuerpo se elevaba y se precipitaba adentro de una cámara oscura. Escuchó el sonido del metal golpeándose detrás de sí y las voces se apagaron levemente. Por un orificio logró ver el exterior: del cráter emergía una luz blanquecina que se arremolinaba hacia el centro. También vio a una persona vestida de negro de la cabeza a los pies. Estaba parada junto al hueco, observaba todo y arrojó una roca dentro de él. La roca desapareció al instante mientras se convertía en motas de polvo.

─Parece un portal, mi señor ─dijo una voz anciana.

─Averigüen a qué está conectado ─ordenó la figura de negro.

─ ¿Qué quiere que hagamos con la criatura?

─Llévensela. 

Emiria y La Peste del DragónWhere stories live. Discover now