CAPÍTULO III

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La entrada del edificio había sido inmensa e impenetrable antaño. Pero en ese momento no se trataba más que de un gran hueco entre los ladrillos derruidos de un antiguo templo abandonado. La estructura surgía de las rocas. Era parte de una montaña que se alzaba por detrás como un enorme monstruo agazapado. La vegetación hacía tiempo que había recuperado terreno sobre las ruinas. Las enredaderas ocultaban en buena medida los altos pilares. El templo, a simple vista, era un salón alargado que se conectaba a la boca de la montaña. Pero se encontraba obstruida por un derrumbe de rocas que sellaban totalmente el paso. Debajo de las rocas podía verse con facilidad un gigantesco cráneo de dragón. Tenía una magulladura allí donde la roca había golpeado para acabar con su vida. La princesa Liemi nunca había visto de cerca el descomunal tamaño de aquellas bestias. Cada uno de sus dientes era más largo y más ancho que ella misma. En la boca bien podrían haber cabido diez criaturas con facilidad. El recuerdo de un sueño reciente comenzó a manifestarse en su cuerpo, como si de pronto volviera a sentir las cadenas pesadas al cuello y las llamas abrazándola. El sonido de las criaturas sufriendo le llegó a los oídos como si estuvieran del otro lado de las rocas.

Por delante del derrumbe pudo ver un maltratado altar de piedra tallada. Las pequeñas esculturas representaban diferentes seres apilados. Sostenían con sus brazos el lecho de un dragón durmiente. Estaban sumidos en la servidumbre de aquella aterradora bestia. Un monstruo inmenso, con garras y escamas duras como el hierro. Los ojos rojos tenían incrustaciones de piedras preciosas que resaltaban en un brillo infernal. Las terribles fauces exhalaban un fuego capaz de derretir hasta los huesos. Más allá del altar, la estancia se encontraba vacía. No había bancos ni sillas, ni mesas, ni ningún otro tipo de mobiliario. Las enredaderas reptaban por el suelo y por las paredes como serpientes verduzcas.

─ ¿Qué es este lugar? ─preguntó la princesa contemplando estremecida los huesos del dragón.

─No lo sabemos con exactitud, pero ninguna criatura se arriesgaría a acercarse. Les aterra sobremanera y tú querías un lugar seguro en el que pudiéramos discutir ─la voz de Neleha emergió dramática y luego despectiva desde el fondo de su garganta. Miró a Liemi de arriba a abajo con el mismo recelo con el que la princesa miraba los restos del cadáver.

─Se podría decir que es un templo, un lugar de servidumbre. Más probablemente de sacrificios. Los dragones muchas veces obligaban a otras criaturas a alimentarlos con carne de sus propias tribus. Así mantenían bajo control sus reinos de terror y sangre. Este se volvió particularmente perezoso y ya no salía de su cueva para cazar ─explicó Otella mientras se acercaba al cráneo. Luego posó la mano sobre uno de los dientes, como si quisiera obtener más información mediante el tacto. La historia de sus predecesores le parecía muy interesante.

Liemi alzó la cabeza y observó en las paredes unos gigantescos vitrales oscurecidos por el polvo y las telarañas. Antes bien podrían haber sido muy bellos, pero el contenido de sus imágenes era escalofriante. Uno de ellos mostraba un dragón rojizo sentado sobre sus patas traseras con las alas, como de murciélago, extendidas. Tenía las fauces abiertas en un rugido mortal. De la boca emergían unas llamas amarillentas que se arremolinaban en torno un grupo de faunos, elfos y centauros. En el siguiente vitral se mostraba al mismo dragón que observaba a otros seres reverenciándolo y entregándole ofrendas. En una tercera imagen, la bestia los devoraba a todos. Se trataba de un recordatorio de la ferocidad de aquellos monstruos. Hacía siglos habían gobernado cada parte del reino. Por suerte para todos, los dragones acabaron con su reinado ellos mismos. Se atacaron unos a otros para extender sus territorios. Devoraron a las crías que suponían un peligro inminente o perecieron viejos y gordos, aplastados en cuevas a causa de su propia avaricia. Hacía doscientos años que no se tenía rastro de la existencia de algún dragón vivo, hasta el terrible día en que las mellizas Otella y Neleha llegaron al mundo.

Emiria y La Peste del DragónKde žijí příběhy. Začni objevovat