Capítulo 1. Flechazos

217 12 18
                                    

Si te soy cien por ciento honesto, al principio me era más fácil lidiar con mis problemas, tanto personales como con situaciones que aparentemente no estaban a mi alcance. Ahora uso cerebro y corazón, pero, antes no era así.

No puedo decirte con exactitud cuándo las cosas comenzaron a salir mal, no porque no lo sepa, sino porque en la vida las cosas buenas no son eternas, pero las cosas malas pueden serlo. Sólo si tú lo permites.

Nunca fui de tener amigos durante mis primeros cinco años de vida. No solía jugar con niños en el parque, de hecho, ni siquiera solía salir al parque.

Mis padres se la pasaban ocupados y yo era feliz, o al menos hasta donde lo recuerdo.

Nunca me negaron nada, pero tampoco se esforzaron por darme lo que yo quería.

Cuando ingresé al jardín de niños o kínder, me fue difícil hacer amigos, no podía hablar sin sentirme observado ni tartamudear como si estuviera en un interrogatorio.

Las miradas de los demás sobre mí se sentían como cadenas que cada vez se hacían más pesadas y difíciles de soportar.

Las cosas no mejoraron con el pasar de los meses. Sufría bullying por parte de mis compañeros, simplemente lo hacían, y ni siquiera pude entender por qué. Supongo que mi mente decidió bloquear todos esos malos recuerdos o, simplemente decidió borrarlos. ¿No es impresionante lo que la mente puede hacer? Como si fuera algo independiente a nosotros.

Me sentía muy solo, nunca conocí la verdadera amistad hasta mucho tiempo después.

Estuve tres años soportando los abusos tanto de los demás niños como de mi maestra, me fue muy complicado seguir adelante. Mi padre nunca se enteró de todo ello. Mucho menos mi madre, ella era un misterio, su rostro permanece borroso en mi mente incluso a día de hoy; como si ella misma tratase de que la olvide por completo.

Aún no era tan valiente como para hablar. No soy una persona rencorosa, pero, las acciones tienen consecuencias. Incluso la más mínima puede provocar un efecto mariposa.

Sin embargo, una de las cosas que más me marcó, fue el hecho de que un día, después de una de las típicas discusiones nocturnas que mis padres solían tener, mi madre no se encontraba en la casa.

La busqué por la cocina, por el baño, incluso la cochera, pero no apareció.

Con temor, me acerqué a mi papá, él siempre había sido un hombre con una sonrisa contagiosa, verlo reír me hacía sentirme feliz y cómodo, esa noche no hubo más que lágrimas y sollozos de arrepentimiento.

-¿Papá? -dije mientras abría la puerta de habitación-¿Dónde está mamá...?

Él se encontraba sentado en el borde de la cama, tenía algo en sus manos; lo dejó a un lado, levantó su mirada para encontrarse con la mía. Me miró entre lágrimas, quizá fue la inocencia que cargaba en ese momento, pero yo me acerqué a abrazarlo, él lloró sobre mi cabeza y me devolvió el abrazo. Ninguno dijo una palabra. Era un momento nuestro, un momento que quedó marcado en la constelación de mis neuronas.

Recuerdo que desperté al día siguiente vistiendo de negro.



Todo cambió cuando entré a la escuela primaria. No sabría decir si para bien o para mal, pero, de algo estaba seguro, esta vez, las cosas serían diferentes. Yo me encargaría de que así fuese. Estaba decidido a encajar en un mundo en el que, a pesar de ser un niño, ya había muchos estereotipos que cumplir.

La noche antes de mi primer día de clases estaba muy emocionado, realmente esperaba con ansias la nueva etapa que se comenzaría a escribir muy pronto. Etapa que vaya que sí contribuyó a quien soy en la actualidad.

Al despertar me puse el uniforme, arreglé mi cabello y bajé a desayunar. Estaba listo para un nuevo día, decidido a comenzar desde cero.

Mi papá me llevó el primer día. No sabíamos que había un autobús.

-Ten mucho cuidado, hijo- me besó en la frente y se despidió.

El director dijo unas palabras, «Discurso basura», que, de haber motivado a alguien a estudiar con pasión, realmente debería haber tenido una vida demasiado aburrida. Me gusta pensar que hay discursos que son eso, basura, no contribuyen o solamente los dicen por compromiso. Como palabras vacías; así se sintió el de él.

Pasados unos minutos de palabras de mediocridad disfrazada de orgullo, comenzamos a ingresar uno a uno a nuestros salones.

El mío era A-5. Llegué a mi asiento, estaba en la esquina. Una sensación de nervios me recorrió el cuerpo cuando recordé que «empezar de cero» era hacer amigos. Decidí no dar el primer paso, o más bien, no pude.

Una chica se acercó a hablarme, de pelo corto y castaño, estatura un poco más baja que la mía y con una gran sonrisa. Ella simplemente alegraba mi día con tan solo verla. Éramos ella y yo contra el mundo, nada ni nadie podía separarnos.

-Hola- pronunció ella, se veía tan abrumada como yo.

-Hola... - dije con un nudo en la garganta.

-Me llamo Idaly, ¿y tú eres?

-Eh... soy Eros-desvié la mirada hacia el suelo mientras me presentaba.

-Qué nombre tan divino- bromeó.

¿Y yo? Yo simplemente me reí.

Con el pasar de los años logré adaptarme a llevar una vida más sociable y abierta, nunca había permitido que nadie supiera de mis gustos o sueños porque tenía miedo del rechazo, pero ella transformó mis miedos en momentos memorables.

En fin, Idaly y yo éramos inseparables. O eso pensaba...

Aunque para un niño las cosas parecían ser perfectas, no pueden serlo solo porque uno quiera que así sean, median muchos factores que no están al alcance de nadie. No se puede controlar todo en esta vida.

Y ya verás por qué.

Amor, el karma inevitable [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora