Cazando al amor (Epílogo)

35 6 7
                                    

—¡Apúrate, Eros, que llegamos tarde!

—¡Bajo en un segundo, papá!

Terminé de acomodar mis maletas, guardé mi celular y mis audífonos y, tratando de no caerme por las escaleras, bajé con todo encima.

—Déjame ayudarte—mi papá tomó una maleta y la subió en la parte trasera del auto—. Corre, que tus amigos nos están esperando en el parque.

—Ya voy, ya voy—refuté.

Subí mi equipaje restante al vehículo, cerré la cajuela y me subí al carro.

Durante todo el camino, estuvo sonando música de Dua Lipa, Taylor Swift y Melanie Martinez.

Las mujeres que, sin saberlo, me ayudaron a salir adelante gracias al arte que habían creado.

Cuando llegamos finalmente al lugar, mi papá buscó dónde estacionarse.

Encontró un lugar luego de unos pocos minutos; estacionó el auto y nos bajamos.

—Espero que no hayamos llegado tan tarde—dije con nervios.

Subimos cuesta arriba y, ahí estaban, todas las personas más importantes en mi vida estaban reunidas en el círculo de rocas, listas para despedirse de mí antes de mi partida.

Habían planeado la reunión de despedida desde que había enviado mi solicitud.

Después de haber terminado de comer, uno por uno se fue despidiendo y agradeciendo que formaba parte de sus vidas.

—Sé que todos creen que deben darme las gracias, pero, se equivocan, en cierto modo; soy yo quien debe agradecerles a ustedes por permitirme formar parte de su vida.

Siempre les estaré eternamente agradecido.

Recuerdo que antes solía pensar que el universo me odiaba y le gustaba hacerme sufrir, que era la encarnación del karma, entre otras muchas cosas tontas; también llegué a pensar que no era digno de portar mi nombre. Eros es el dios del amor en la mitología griega, sin embargo, me encargué de darle mi propio significado a mi nombre: yo soy Eros, la encarnación y la representación del amor propio.

Todos aplaudieron ante mis palabras.

Cuando ya sólo quedábamos mi papá y yo, me dijo:

—Tu discurso fue hermoso, digno de una persona madura, sobre todo la parte donde mencionas que le diste tu propio significado a tu nombre.

—Hablando de ello, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Claro, hijo.

—¿Por qué mi nombre es Eros?

—Fue la última voluntad de tu madre.

—O sea que, ¿pasé días sin un nombre?

Él se rio—. Algo así—miró su reloj—¡Vaya por Dios! Se nos hace tarde para llevarte a Londres.

Se apresuró a subir al auto, yo lo seguí.

Mientras veía mi pueblo alejarse hacia el ocaso, me dije para mis adentros:

Nos vemos pronto Londres.

Amor, el karma inevitable [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora