Capítulo 21. Sin manecillas

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Ahí estaba yo, levantándome de la cama a las cinco de la mañana para no perder el nuevo autobús, en realidad, esta escuela no contaba con servicio de autobuses privado, por lo que, debía de tomar el transporte público, que solo lo usaban alumnos a esa hora.

Me desperté agitado, había estado soñando con un bosque lleno de hongos y una espesa neblina densa.

Retomé la compostura, hice las sábanas a un lado, me puse mis chanclas y me dirigí hacia el baño.

Me puse el uniforme, el cual era mucho más elegante y formal que los anteriores. Me gustaba mucho comparar las cosas del presente con el pasado, me hacían sentir que algo mejor vendría, pero ¿qué?

Bajé a hurtadillas hacia la cocina, mi papá se levantaba más tarde que yo, desde que lo habían vuelto a ascender entraba aún más tarde a trabajar.

Tomé un croissant, un vaso con leche y, como pude, traté de obligarme a ingerir mi comida, sin embargo, no pude. Decidí envolver el pan en una servilleta y guardar la leche en el refrigerador.

Fui caminando lento y tranquilo hacia la parada del bus, no había necesidad de correr; no tendría por qué llegar tarde mi primer día... supongo.

Puse mi playlist en aleatorio, comenzó a sonar Save your tears de The Weeknd.

El bus llegó antes de que la canción terminase.

Al abordar al vehículo, traté de buscar un asiento para poder sentarme; apenas se estaba comenzando a llenar el bus.

Encontré un asiento, ya había otro chico ahí, del lado de la ventana. Él hizo sus cosas a un lado para que pudiera sentarme.

Otro estudiante llamó mi atención, llevaba muchos pines en su mochila, una parte de su cabello rapada y, en gafete, logré leer que su nombre era Frankie.

El chico de junto no dijo ni una sola palabra, no podía leer su nombre; sólo sé que comenzaba con la letra E.

Mientras el chico pelirrojo tomaba una sangría, yo estaba tratando de memorizar las calles por las que el bus recorría el camino para llegar a la escuela.

Nos habían comentado que, a veces, en verano, esas calles solían inundarse debido a las luvias, por lo que el autobús no llevaba a los estudiantes a casa.

Finalmente habíamos llegado a la escuela. Primer día en el infierno.

Me apresuré a ser de los primeros en bajar, estaba muy emocionado por encontrarme con Marielle, esperaba que nuestra clase fuese la misma.

Habíamos acordado reunirnos en la entrada a la cafetería, que se encontraba en un pasillo al aire libre con techo.

Después de recorrer los pasillos por unos minutos, ahí estaba ella, vestida con el uniforme nuevo.

-¡Ahí estás! -la abracé, ella no es mucho de dar abrazos.

-Míranos, somos todos unos verdaderos estudiantes.

-Ya éramos estudiantes, no seas dramática.

Dirigió la mirada hacia el suelo-. Lástima que, de todo nuestro grupo de amigos, seamos los púnicos que escogieron esta escuela.

-Lo sé-el timbre sonó.

-¿Cuál es tu clase?

-B-5

-¡La mía igual! -exclamé. Todos se giraron hacia nosotros.

-Pues, ya está, vayamos a nuestra primera clase.

-Historia, ¿cierto?

-No, menso, español-dijo con tono sarcástico.

-Babosa-refuté.

Amor, el karma inevitable [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora